13 de marzo de 2017

Perú: La marcha del fin del mundo

Raúl Tola

La marcha «Con Mis Hijos No Te Metas» marcó el nacimiento de un nuevo movimiento político de extrema derecha. Sus principios son el autoritarismo, el menosprecio por los derechos de las minorías, la violencia verbal (y física, cuando es necesario) y un discurso con iguales dosis de populismo y mesianismo. Aglutinados en las iglesias urbanas evangélicas y en grupos católicos como el Opus Dei (algo que hace poco tiempo habría parecido un imposible), sus seguidores suelen ser muy fundamentalistas, interpretan la realidad a través del prisma de sus creencias religiosas y descreen de cualquier rastro de laicismo en el Estado.

Mientras veía las imágenes de la movilización del sábado pasado, no podía dejar de pesar en «La guerra del fin del mundo», donde Mario Vargas Llosa relata la epopeya de Canudos, un pueblo construido por gentes religiosas, que bajo la guía iluminada de Antonio Conselheiro luchan por recuperar los principios del Buen Jesús, amenazados por los horrores del mundo moderno, cuya encarnación demoníaca es la naciente república. Como aquellos hombres y mujeres del noreste del Brasil de 1897, los peruanos que el 4 de marzo de 2017 salieron a las calles para oponerse a los embates de la sociedad «homosexualizante» no dudan de la bondad de sus propósitos, pues los respalda el mismísimo Dios.

Lamentablemente, al leer sus carteles, revisar sus volantes, escuchar sus cánticos y atender a los incendiarios discursos de sus líderes, recordé otro fenómeno social más reciente y cercano: el de la Unión Revolucionaria (UR). Fundada por Luis Miguel Sánchez Cerro, la UR fue el partido de inspiración fascista más importante de América Latina y llegó a ganar las elecciones presidenciales de 1931. Contaba con el apoyo de los sectores populares y de los grupos de poder económico y, siguiendo el ejemplo de Mussolini en Italia, aspiraba a imponer el orden y la tradición a toda costa, incluso por encima de la ley.

La aventura de la UR sobrevivió al asesinato de Sánchez Cerro a manos de un seguidor aprista, durante una revista a las tropas que combatirían en la guerra con Colombia. El partido comenzó su declive en 1938, cuando Óscar R. Benavides deportó a sus principales dirigentes, incluido Luis A. Flores, quien había asumido el comando del partido, extremando su propuesta.

Aunque la UR terminó por desaparecer, los reflejos que la originaron nunca se extinguieron. Una buena parte de ellos fue aprovechada por el fujimorismo auroral, que supo vincularse a los sectores intelectuales más conservadores, a las fuerzas armadas, a las nacientes iglesias evangélicas, y encontró un inestimable aliado en el arzobispo Juan Luis Cipriani.

Estos vínculos fueron mantenidos por Keiko Fujimori. Pero, como es lógico, sus derrotas en 2011 y 2016 han tenido consecuencias (en especial, luego del fallido intento de moderación fujimorista, hacia posiciones más progresistas). Aunque de momento mantienen la alianza, todo indica que este sector comienza a buscar un espacio propio para su desarrollo político. Que sea un mayor protagonismo dentro de Fuerza Popular o una aventura individual queda por verse.

La marcha del sábado fue un tanteo, del que creen haber salido bien librados (la Policía calculó 68 mil manifestantes a nivel nacional, pero ellos están convencidos de haber convocado a cerca de un millón). De momento, al menos parecen haber encontrado en Phillip Butters a ese líder excéntrico y confrontacional, una mezcla de Antonio Conselheiro y Luis Miguel Sánchez Cerro, que les abrirá las puertas de su ansiado cielo sin maricones.

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