24 de marzo de 2017

Perú: La tragedia nacional como reflejo del país

Alberto Adrianzén

Una frase de César Vallejo que me gusta citar es: “confianza en el anteojo, no en el ojo”. Se podría decir que esta frase es como una suerte de grito moderno porque opta por lo artificial, el “anteojo”, frente a lo natural, que es el “ojo”. Sin embargo, la frase puede tener también otro significado. El anteojo o los anteojos ayudan a ver “mejor” que el ojo.

En los años que fui Parlamentario Andino solía decir, sobre todo cuando hablaba del tema de la migración, que debíamos ponernos los “anteojos” de los que migraban para ver y criticar a nuestro país. El Perú, para los peruanos migrantes, no era ni es un “refugio protector”, como son los países donde se establecen, sino más bien un laberinto donde campea la inseguridad y solo les espera un futuro incierto.

En estas últimas semanas el país ha sido escenario de copiosas lluvias, de desbordes de ríos y terribles huaicos que han provocado decenas de víctimas, cientos de miles de damnificados, destrucción de nuestra infraestructura pocas veces vista en las últimas décadas. Casas y pueblos han desaparecido, ciudades importantes convertidas en lagunas y sus calles en ríos, puentes que se han “desplomado”, sembríos destruidos y otras desgracias que se resumen en una frase: “tragedia nacional”.

Por eso lo mejor que podemos hacer si queremos entender mejor lo que nos está pasando en estos días es “ponernos” los anteojos de aquellos que han sido las principales víctimas de esta tragedia que no ha sido producto, como han dicho algunos, de la “crueldad” o de la “furia” de la naturaleza. Expresión de una mentalidad animista que cree encontrar las razones de esta “tragedia” en una naturaleza que se comporta como lo hacen los seres humanos y no en nosotros mismos.

En realidad lo que nos pasa –y que es parte del cambio climático– es sobre todo un reflejo del país que hemos construido. En estos procesos siempre hay algunos que son más responsables que otros. Y si bien es hora de ser solidarios y ayudar a todas las víctimas, es también hora de hablar públicamente de lo que pasa hoy en el país donde vivimos.

Sobre todo porque las víctimas, casi siempre, son los sectores marginales o pobres, es decir aquellos que construyen sus viviendas en los cauces de los ríos, en las quebradas, en las laderas de los cerros y en ciudades mal diseñadas y construidas, y peor administradas donde campea la corrupción y la informalidad. La pregunta que debemos responder si no queremos que esto se repita es por qué las autoridades locales, regionales o nacionales han permitido todo ello a lo largo de tantos años.

Hace pocos días, el ministro de Defensa ha dicho que no es que las aguas hayan invadido las ciudades sino más bien que han sido las ciudades las que han invadido los ríos. La permisividad en dejar que eso suceda nos permite hablar no solo de las malas autoridades sino también de que para el poder y para aquellos que están detrás de éste, la vida de estos sectores vale poco o nada. La llamada falta de autoridad es expresión de esta suerte de desprecio por el otro.

En México en 1985, como consecuencia de un terremoto que afectó a miles de personas, y dejó en la calle a otras tantas, surgió un potente movimiento social y de protesta que cambió el rumbo de la política en ese país, alterando seriamente el control político y social del partido oficial y la propia sociedad.

Y si bien no se trata de negar la solidaridad con los afectados ni mezquinar lo que está haciendo este gobierno; se trata de decir que en estos casos el responsable no es la crueldad de la naturaleza sino más bien aquellos que nos han gobernado todos estos años y que en verdad poco o nada han hecho en la mayoría de los casos. Ejemplos de ello son Luis Castañeda y sus puentes que no se “caen” sino que se “desploman”, el fujimorismo que “confunde” ayuda humanitaria con clientelismo político, los fanáticos del mercado que no les gusta la palabra “panificar” y otros que solo piensan en robar los dineros públicos.

Por eso, la tragedia nacional que hoy vivimos no es solo por el comportamiento de la naturaleza sino también por el de los políticos; también del llamado “mundo de la informalidad” y de las élites económicas y sociales que nos han gobernado y nos siguen gobernando. Las tragedias como estas siempre muestran el talante de las élites y del Estado que tenemos.

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