24 de abril de 2017

La historia no voltea sus páginas

Rosa María Palacios

La semana política empezó con una acusación falsa y una declaración golpista. Luis Galarreta, congresista y hoy vocero del fujimorismo, acusó a Fernando Zavala de ser un Montesinos. El insultó –porque lo es– fue rechazado por el Presidente del Consejo de Ministros, pero el objetivo se cumplió. Invadir la ciudad con mensajes de whatsapp que mezclan elementos ciertos (nombres de personas que tienen funciones oficiales, contrataciones de agencias de publicidad) con otros paranoides y absolutamente falsos. El fujimorismo, acusaba al gobierno de hacer lo que ellos han hecho por años. Tener un ejército de cuentas manejadas por unos cuantos insultadores anónimos, algunos de los cuales ya han sido puestos en evidencia durante la campaña. El gobierno no tiene un “troll center”. ¿El fujimorismo? Podemos revisar las cuentas de twitter de sus más conspicuos anónimos difamadores y podrá notarse la calidad de estos miserables.

Como si no fuera poco, esto no es lo más grave de lo dicho por Galarreta. El congresista sostiene que Keiko Fujimori no perdió las elecciones presidenciales. Esta es una manifiesta infracción a la Constitución, castigada con suspensión, destitución o inhabilitación, porque el congresista desconoce las resoluciones de un poder del Estado. El JNE proclamó ganador a Kuczynski le guste o no. El rechazo a esa resolución es una grave infracción a sus deberes de congresista. Pero, sabemos que no habrá castigo alguno. Sin embargo, no se trata solo de infringir la Constitución. La declaración es golpista porque adelanta el camino a la vacancia. Convencer al público que PPK es un “Presidente ilegítimo” –cosa que Fujimori cree– es necesario para obtener apoyo social y así sacar al Presidente Kuczuynski del poder.

Pasadas las lluvias y salvado Martín Vizcarra –como Moisés, de las aguas– el “Plan Vacancia” vuelve a su cauce. Así se entienden mejor las declaraciones de Galarreta. Los actos dicen más que cualquier teoría de la conspiración, así que basta con enumerarlos. Primero, censurar ministros. Lo lograron con Saavedra, hoy jefe planetario para educación del Banco Mundial (una cachetada en la cara a los que lo persiguieron) y casi lo hacen con Vizcarra. Continuarán, no lo duden. Segundo, derogar decretos legislativos. Todo lo que sea reconocer derechos a minorías, se va. Pero eso no es todo lo que van a derogar. Tercero, crear teorías falsas de asociación a hechos corruptos y desperdigarlas, como esta tontería de un “troll center”, para encontrar una incapacidad moral como excusa. Cuarto, atacar a la prensa, en especial a la prensa escrita, con un paquete de normas que hubiera ruborizado a los militares socialistas del velasquismo. ¿Son estos actos aislados y no responden a un plan? Eso no se lo cree nadie.

Frente a ese escenario, se utiliza el vigésimo aniversario del exitoso rescate de rehenes de la Embajada de Japón para montar una maniobra política. Como dijo alguien cuyas iniciales aparecen en las agendas de Marcelo Odebrecht, “en política no se puede ser ingenuo”. Los comandos de la operación Chavín de Huántar han sido usados (otra vez más) en un sacamanteca entre Keiko Fujimori y el Presidente. Por un lado, el fujimorismo sacó provecho al atribuirse hoy lo que se hizo hace 20 años y del otro, el oficialismo tendiendo su enésima rama de olivo, su puente de plata, su volteada de página. Todo es tan falso, tan convenido, que el supuesto reconocimiento a los comandos queda como un decorado de fondo para otros fines menos heroicos. Una pena, la verdad. No merecen esto.

En ambos lados hay cosas que anotar. En el fujimorismo, ¿el fin de la etapa “negacionista” de los noventas? ¿El intento público de conciliación de Keiko con Alberto, vía twitter, es un guiño a Kenji y a los albertistas? Puede ser. Más falso, no puede ser el gesto, pero es un hecho que Keiko Fujimori lo considera útil. Del lado del gobierno, una patinada más o, tal vez, ya han decidido que el rol de víctima perpetua de un fujimorismo, percibido como abusivo en su mayoría parlamentaria, los fortalece. Entonces, y solo así, puede entenderse la vocación de alfombra que muestra el Presidente.

¿Voltear la página? Eso puede hacerse en la esfera privada para obtener una tregua o un perdón definitivo. Pero la historia no voltea sus páginas. Puede reescribirlas pero jamás olvidarlas. La política hace historia día a día. Galarreta miente al decir “que ellos han volteado la página hace tiempo” porque lo que pide el Presidente suena bien, pero es un imposible histórico. Las páginas no se voltean a simple voluntad porque la historia no se construye negándola ni olvidándola.

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