8 de junio de 2017

"El americano feo, la imagen principal de Estados Unidos ante el mundo"

Eva Golinger

Hace más de una década, cuando publiqué mi primer libro, 'El Código Chávez', una revista venezolana colocó mi foto en su portada con la frase "La americana fea". La revista 'Exceso', de tendencia opositora, me había entrevistado sobre mi trabajo de investigación, que detallaba la injerencia de Estados Unidos en Venezuela y mi relación con el Gobierno de Hugo Chávez. Era apenas el año 2005 cuando me estaba dando a conocer ante la opinión pública venezolana. La frase me tomó por sorpresa y me parecía injusta en mi caso.

Viene de un libro publicado en 1958 por Eugene Burdick y William Lederer, que criticaba la fracasada política diplomática de Washington en el sudeste de Asia. Con el crudo concepto del 'americano feo', los autores querían ilustrar la insensatez de los diplomáticos estadounidenses respecto a la cultura, las costumbres y los idiomas de los países en donde se encontraban. También concluyeron que, debido a ese rechazo a integrarse en la cultura de esos países y adaptarse a sus costumbres, y a cambio de intentar imponer su visión en todo el mundo, Estados Unidos había perdido la batalla de ganar las mentes y los corazones frente al creciente poder soviético.

En mi defensa, yo no intentaba intervenir ni imponer ninguna cultura o agenda ajena a lo venezolano. De hecho, justamente denunciaba los múltiples intentos de Washington de hacer exactamente eso: interferir en los asuntos venezolanos para instalar un régimen títere que sirviera no a los intereses venezolanos, sino estadounidenses. Por eso, llamarme 'la americana fea' me parecía una absurda falacia. Además, había vivido muchos años en Venezuela y hacía lo posible por entender y adaptarme a los códigos culturales venezolanos, sus costumbres, maneras de vestir y peculiaridades lingüísticas (mi pana, la vaina, chamo, etc.).

Siempre me daba pena cuando veía a los turistas estadounidenses en Venezuela actuando como si estuvieran en su propio país, sin hacer el esfuerzo de hablar español, llevando 'shorts' y franelas —otro venezolanísmo— playeras hasta en la ciudad y faltándole el respeto a las diferencias culturales, como si ni les interesara observer e intentar entender esas distinciones.

Esa era mi imagen del 'americano feo', esa y también la política intervencionista de Washington en Venezuela y en casi todo el mundo, que no solamente tiene su manifestación política, sino también cultural. La exportación de Hollywood a todo el mundo, los programas gringos en televisión que se ven doblados en español en las pantallas venezolanas en lugar de programas hechos en Venezuela o, por lo menos, en América Latina. La dolarización en Ecuador y en El Salvador que borró de la existencia sus monedas nacionales, que antes llevaban imágenes de sus próceres, sus escudos, su historia.  Ahora solo tienen la cara de George Washington y sus compas y los números letrados en inglés.

Cuando veía a Donald Trump en su "primera gran gira afuera" —un 'home run', tal como la designó él mismo—, no me decía otra cosa sino 'el americano feo'. Allí estaba, empujando a otros mandatarios en Europa para salir el primero en la foto, hablando a otros como si fueran sus subordinados, criticándolos por no seguir los órdenes de Washington. El que no podía caminar con los demás unos 100 metros, a cambio tomó su 'colita' en un cochecito de golf, como el gran rey americano al que todos tenían que esperar para cumplir con su agenda, en su tiempo y a su manera.

Trump es ese americano feo que ni siquiera toma tiempo en leer los informes sobre los lugares que visitaba. El que declara desde Israel que "acaba de llegar del Medio Oriente" porque venía de Arabia Saudita y no entendía bien que Israel también se encuentra en la misma región. No estudia, desconoce la geografía, se equivoca con los nombres de otros mandatarios, intentó despreciar al primer ministro canadiense llamándolo "Justin de Canadá", como si fuera un muchacho cualquiera. Trump es el americano feo que insiste en comer su hamburguesa con kétchup y papas fritas durante la cena presidencial en Riad. No le interesa ni siquiera probar la comida típica de los sauditas, aunque sea una comida hecha para reyes.

Este americano feo es ahora la imagen principal de Estados Unidos ante el mundo. Su crudeza, su irrespeto por los demás, su egocentrismo, su injerencia sin escrúpulos y su estilo de matón de barrio es la nueva cara estadounidense en la escena internacional. O tal vez es la misma cara, ahora más desnudada que nunca.

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