6 de enero de 2018

Tu muerto es mi progreso

Rocío Silva Santisteban

Una caricatura de Elofonte muestra a un grupo de peruanos, pobres, en una esquina gris esperando a dos personajes, Mercedes Aráoz y PPK, que llegan diciendo: “Tranquilidad a las víctimas, aquí traemos la solución a su dolor” mientras tiran billetes verdes al suelo. Es una interpretación de lo que Aráoz dijo la noche del 29 de diciembre: “Con todo respeto, hay que comenzar a conversar, a recuperarnos y a olvidar”. Un día antes ofreció 33 millones de soles para el Plan de Reparaciones como parte de sus medidas de control de daños luego del indulto.

Esas palabras son altamente ofensivas. ¿Una madre puede olvidar a su hijo asesinado en los sótanos del Servicio de Inteligencia porque recibe dinero del Estado? Quienes se encuentran en las altas esferas del poder han cortado todo vínculo con la realidad de miles de peruanos y peruanas, que no mendigan dinero del Estado sino que exigen justicia. La dignidad no es una mercancía. No he visto ni a un solo empresario o representante de la CONFIEP o de la Sociedad Peruana de Minería indignado saliendo a reclamar contra la impunidad de los perpetrados de violaciones de derechos humanos. ¿Les importan los cuerpos marrones calcinados en un horno de San Borja o quemados con querosene en un descampado de Cieneguilla?, ¿o son cuerpos que no importan?

En el Perú, como lo he mencionado miles de veces, hay personas que importan y otras que no importan. La nación que a comienzos del siglo XIX se consolidó sobre un grupo excluido, los indios, hoy sigue siendo detentada por los dueños del Perú, blancos o mestizos o criollos que juegan desde su tecnocracia centralizada en Lima. Como bien ha dicho Alberto Vergara: “Aquí en San Isidro eso que la Corte Suprema califica como asesinatos y robos, le llamamos excesos y errores...” para enjugar lo único que les importa: la gobernabilidad para hacer negocio o para hacer crecer el PBI.

Pero la indignación de las víctimas y de sus familiares, crece y se esparce entre los jóvenes, los universitarios, los escritores, los historiadores, los teatreros, los obreros de TopiTop, los activistas de El Ágora, las jóvenes feministas, los integrantes de las zonas y un largo etcétera. Y en las marchas o durante las asambleas se están discutiendo un tema fundamental que nos ha hartado: la opción por el mal menor. Ese voto a PPK ha colmado la paciencia política. La traición fue la gota que derramó el vaso. De aquí en adelante hay que radicalizar la democracia, esto es, hacerla más democrática priorizando la lucha por la desigualdad y la formación de una ética política. Eso nos enseñan los familiares y las víctimas cada día y lo coreamos en las marchas: “Siempre de pie/ nunca de rodillas”.

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