14 de enero de 2018

Volvió usted a hacerlo, señor Kuczynski

César Hildebrandt

Lo hiciste mal otra vez, presidente.

Tendrías que haber opta­do por un indulto político y enfrentado la situación desde esa perspectiva. Eso hacen los líderes que creen estar obrando bien (como Santos con la pacificación de Colombia, tú sabes).

Pero volviste a tomar el atajo, la senda oscura, y escogiste el “indulto humanitario”, aunque para eso tuviste que festinar trámites, adulterar hechos y violar la ley. Con el riesgo de que el “canceroso en fase terminal” y el “fibrilante amenazado” saliera a una casa de lujo desde donde ha empezado a dar consejos a todos los peruanos (¡milagro patentado por el doctor Aguinaga!).

Pero hiciste más, señor presidente: te metiste en el asunto Pativilca y blindaste a Fujimori zurrándote en las fechas y plazos y en los fueros jurisdiccionales.

De modo que lo que pudo ser un gesto de grandeza y generosidad se convirtió, gracias a tu vocación por las sombras, en una maniobra de abogados de Azángaro. Y las citas del pobre Borea se fueron por el inodoro.

No asumo, por si acaso, como ar­gumento, ciertas histerias discursivas presentes en los alegatos de alguna izquierda. A mí el fujimorismo planeó matarme, como le consta a los colegas de “La República”, y me correspondería, en todo caso, estar al frente de la ira más vieja. Combatí a Fujimori desde que fue candidato y más tarde, cuando se me cerraron todas las puertas en el Perú, hube de vivir en España por un periodo de cuatro años. Fui el director de “Liberación” cuando difundimos las primeras pruebas bancadas de los robos de Vladimiro Montesinos y me echaron de otros dos programas de la TV por combatir a esa mafia repugnante.

Mientras otros asesoraban a Hurtado Miller o se ganaban la vida negociando con el Estado infectado por el fujimo­rismo, hubo quienes no dimos tregua en la lucha contra la banda.

De modo que a mí no me van a dar clases de antifujimorismo. Mi desprecio por el fujimorismo no se alimenta de la basura del pasado. Es desprecio vigente y actual en la medida en que Keiko Fu­jimori encama, duplicados, los vicios de su padre. Y por eso Fuerza Popular -estoy convencido de ello- no es un partido político que acepte las reglas democráticas: es la organización que simulará modales tolerantes mientras prepara el segundo y probablemente final asalto sobre las instituciones. Su actitud en el Congreso y el talante arrabalero de sus voceros y escribas son apenas el aviso de lo que serán si llegan otra vez al poder.

No era mala idea indultar políticamente a Fujimori para preci­pitar la corrosión de la maquinaria fujimorista. Si re­sultaba desagra­dable ver al “pa­triarca” en la calle, resultaba más que intolerable ver al fujimorismo par­lamentario como una aplanadora conducida por un chofer de combi.

Quebrar ese diseño de coerción y chan­taje que nos llevaba al despeñadero po­día ser un relámpago ajedrecístico que iluminara la noche.

Pero para eso se requería coraje. Se requería que el indultador se aliase con los disidentes de Fuerza Popular y con los grupos políticos que se habían nega­do a votar por la vacancia presidencial. Se requería hacer de Fuerza Popular (versión keikista) el gran adversario. Se trataba de hacer política, no de mearse los pantalones por enésima vez. Se trataba de nombrar un gabinete brioso y con miras políticas y no este triste remedo de continuismo.

Porque ahora resulta que tras el indulto formalmente manchado -y reversible en instancias internacionales si la causa de Pativilva prospera- tenemos que el señor Kuczynski apuesta por la reconciliación con el fujimorismo en general. La verdadera traición no es haber liberado a Fujimori, como piensan algunos tiranosaurios que jamás hablan de lo que pasaba en las dictaduras comunistas y que creyeron que los senderistas  eran “hermanos extraviados” en la gran marcha de Yenán y que siguen  sin pronunciarse sobre los desmanes presupuestívoros de madame Villarán.

No, la verdadera traición es haber libe­rado a Fujimori y estar embarcando al país en una coalición de barraganía con Fuerza Popular. Con lo que el indulto, a la larga, no habría servido para partir sino para unificar, bajo el reinado de Keiko Fujimori, a la única fuerza capaz de liquidar la democracia en el Perú. Treinta monedas.

Ha vuelto el Kuczynski que elogiaba a Alberto Fujimori en un mitin de su primogénita del año 2011. Ha vuelto el abuelo mañoso que mete mano a las cuentas del Estado y que se hace pagar abogados caros a la hora de enfrentar uno de los casos de su ya vasto pron­tuario. Ha vuelto, en suma, lo peor del Perú.

Y, por supuesto, junto a esta ruma de harapos personales ha vuelto la debilidad de un gobierno que no sabe qué quiere, que ignora dónde va, que carece de metas y horizonte. Ha vuelto, en suma, el belaundismo en una ver­sión próxima al Alzheimer y con risa de idiota.

Habrá que buscar una salida demo­crática que nos devuelva a la vigilia, a los desafíos del siglo XXI, a la tarea de reconstruimos. Somos un país media­namente importante en América Lati­na. No somos este montón de estiércol que ahora parecemos.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 379, 12/01/2018  p. 12

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