23 de febrero de 2018

Democracias muertas

César Hildebrandt

Desinvitan a Maduro porque es un dictador.

Es cierto: Madu­ro es un dictador.

¿Pero hay en el Perú una de­mocracia?

Veamos: la democracia en el Perú consiste en votar cada cin­co años por un señor que hará estrictamente lo que le manden quienes cortan el jamón.

No sólo eso: la democracia en el Perú se sostiene en los cimien­tos ideológicos de un modelo económico inmutable y un deba­te político cancelado.

La del Perú es una democra­cia con bancos concentrados, prensa oligopólica, periodismo coralmente domesticado y parti­tura económica con un solo mo­vimiento.

La gente vota por el cambio y recibe fraude.

El pueblo se decide por mejo­rar las cosas y la variedad de alternativas y lo que le dan es siempre más de lo mismo.

¿Gobierna el pueblo en el Perú?

No me hagan reír. Gobiernan los tiburones. El lornaje obedece. Las pirañas guardan las espaldas de los tibu­rones. El mar peruano es el reinado de los depredadores.

Y cada cinco años hay un simula­cro de soberanía popular: el futuro di­ferente, el no shock, la honradez y la tecnología, el cholo que hablaba con los Apus, el picabolsos que prometía un cambio sin sobresaltos, el pelón que nos alejaría de la mafia. Toda una farsa.

¿Que Maduro puede venir a conta­minar la democracia de las Américas? 

No me hagan reír otra vez.

¿Cuál democracia? ¿La de Hondu­ras? ¿La de Guatemala? ¿La de Cuba? ¿La del Brasil de Temer? ¿La de Bolivia del pegajoso Morales? ¿La de Ni­caragua del promiscuo exsandinista Ortega?

¿O la del Perú, esa democracia en la que los partidos políticos más organi­zados defienden a asesinos que mata­ron a prisioneros rendidos en Lurigancho y El Frontón?

¿Qué democracia de pacotilla es la del Perú?

El Congreso, do­minado por un viejo lumpen populista, quiere disolver-di-solver al Tribunal Constitucional por haber sostenido que matar a cientos de individuos que ya no eran una amena­za es un crimen de lesa humanidad. ¿Y entonces, qué fue aquello? ¿Fue la ma­sacre de un loco, la hechura de un ase­sino en serie?

No. Se trató de la orden de un presi­dente homicida y del cumplimiento de esa orden por parte de unas Fuerzas Armadas indignas de llevar el unifor­me de Grau, Bolognesi y Cáceres.

Y ahora muchos quieren, desde el Congreso y el Ejecutivo, que salgamos del sistema jurídico supranacional de San José. O sea que quieren hacer lo mismo que Madu­ro. Y quieren imi­tar a Maduro para proteger a Alan García y asegurarse la impunidad en el Ministerio Público para blindar a Keiko Fujimori.

¿Qué fueros de­mocráticos defien­de el Perú?

Examinemos: se trata del país -el nuestro- que festejó el golpe de Es­tado de 1992, que aplaudió la traición fujimorista, que justificó en masa los crímenes de los militares, que exclamó “¡bien muertos!” cuando se descubrió cómo habían sido asesinados los detenidos de La Cantuta. Es el viejo país que dejó sin casti­go a Echenique, que reivindicó a Piérola y a los Prado, que re­eligió a García. El viejo país sin culpables.

Bernard Shaw decía que la democracia sustituye el nom­bramiento hecho por una minoría corrompida por la elección hecha merced a una mayoría incompetente. El gran irlandés habría sido más drástico de haber vivido en el Perú. Aquí hemos asistido a la destrucción de las instituciones ante el contento popular.

Hay una profunda farsa fundacional en mi país. Llamamos filósofo a Javier Prado, alguien que no alcanzaría ni para asis­tente de cátedra en una univer­sidad del primer mundo. Ocul­tamos las miserias de nuestra historia porque vivimos del mito de que fuimos decisivos en la historia de América. Y hablamos de democracia cuando nos han enjaulado en el marco de un modelo impuesto por el FMI y el Banco Mundial.

Y entonces viene el monigote Tillerson y da la orden: Trump no viene a Lima si Maduro asiste. La canciller, que sería la mecanógrafa de Carlos García Bedoya o el ama de llaves de Raúl Porras, obedece. Y obedece mister Kuczynski, el hombre que también rompe las relaciones que no teníamos con Corea del Norte.

Damos pena. Y un poco de náusea.

Como en la Guerra del Pacífico, que perdimos gracias a nuestras clases dominantes, seguimos creyendo que Estados Unidos nos salvará. Que eso piense el ciudadano estadounidense de apellido Kuczynski resulta explica­ble. Que piense lo mismo el peruano de a pie, empobrecido por la parálisis económica de este régimen desapare­cido, es patético.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 384, 16/02/2018,  p. 11



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