13 de febrero de 2018

Un kilo de papas por una caja de fósforos

Rodrigo Montoya Rojas

Dos campesinos muertos por las balas de la policía en el último paro agrario de la zona central del país, despiertan un viejo recuerdo, dormido pero no convertido en olvido. Los productores de papas reclaman más y mejores precios. Los policías responden con lo que saben hacer muy bien: reprimir y matar impunemente.

Por su parte, los terroristas de Estado, incluido el presidente de la República, esos de los que nunca se habla, sacan de su pozo de argumentos un viejo trapo incoloro pero duro y resistente: la extrema izquierda es responsable del paro agrario, y de la inestabilidad política que “sufre el país”.

En ausencia de senderistas y emeretistas parecía que el casillero “extremistas” estaba vacío. Con su maravillosa imaginación, la derecha bruta y achorada, llama extremistas ahora a los dos grupos de parlamentarios que se reclaman de izquierda y tiene terror de lo que produciría una aparentemente “temible” alianza de Verónika con Santos.

No parece que en sus muchos quehaceres electorales tengan ella y él el tiempo suficiente para ocuparse de lo que pasa fuera del Congreso y, menos, para tratar de entender por qué en Perú un kilo de papas y una caja de fósforos cuestan igual. En su orfandad intelectual, política y ética, al presidente PPK no le queda otra que salir de su lenguaje tecnocrático, propio de sus “funcionarios de lujo”, y volver a las ideas de los terroristas Montesinos y Fujimori.

Uno. 25 o 30 años atrás, escribí en mi columna del diario La República un texto con el mismo título que el de ahora. Los años pasan, los grandes problemas de fondo del país quedan, se transforman, se agravan, se suavizan. Uno de ellos es la producción agraria. Con las tomas de tierras, la primera reforma agraria de la Federación Campesina del Cusco en 1962, las de 1963,1964, y la última del velasquismo en 1969, cambiaron sustancialmente las relaciones de propiedad, pero no las relaciones sociales de producción. Cerca de 11 millones de hectáreas pasaron a manos de Cooperativas, SAIS, y Comunidades campesinas, principalmente. Los generales y coroneles autodefinidos como revolucionarios siguieron a pie juntillas los versos de los dirigentes del Partido Comunista y del partido Socialista para quienes habría bastado entonces cambiar las relaciones de propiedad para hacer una revolución. Con el mismo argumento, el sociólogo aprista Carlos Delgado, principal responsable de SINAMOS y estrella del régimen, llegó a sostener que con la participación de los industriales y obreros en la proporción de 50% cada uno en la llamada “Comunidad industrial”, Velasco había logrado la hazaña de hacer “desparecer” a las clases y a la lucha de clases.

Dos. Ocurre que en el abc del marxismo serio las relaciones de propiedad no se confunden con las relaciones sociales de producción. En las primeras, aparecen los grandes, medianos y pequeños propietarios, los “dueños del Perú”, los ricos y los pobres. En las segundas se trata del mercado, de los precios, del crédito, del poder, de la división internacional: producción y exportación de materias primas como el caso peruano desde tiempos del algodón y la caña de azúcar, casi dos siglos atrás; e industrialización como base de la acumulación capitalista en Inglaterra, luego Estados Unidos, Japón y, ahora, China. Sobre ese rumbo, se instalan las nuevas revoluciones tecnológicas. Este fue el argumento teórico irrebatible para no llamar revolución socialista a lo que fue solo un cambio casi generalizado de propiedad. El segundo, fue muy sencillo: el pueblo, no tuvo nada que ver con la dirección de ese proceso aunque la propiedad de los periódicos expropiados y formalmente entregada a campesinos, obreros y etc, parecía un excelente señuelo para ganar la adhesión de los incautos y de quienes siendo arribistas de muchos colores se llenaban la boca llamándose revolucionarios.

Tres. Terminada la veleidad del cambio de propiedad, fracasadas las cooperativas y SAIS que los obreros agrícolas o campesinos, comuneros nunca pidieron, con el neolatifundismo de regreso, el viejo orden volvió a instalarse. Los campesinos siguen siendo compradores caros y vendedores baratos. Ellos no fijan precio alguno, solo les queda aceptar lo que se les impone, si tienen que producir café, espárragos, alcachofas paltas o mangos, tienen que hacerlo.

Cuatro. La derecha bruta y achorada se mueve bajo una bandera universal: salvo la exportación el resto es ilusión. Perú es ahora el primero o segundo exportador mundial de espárragos. El consumo interno de este producto no aparece en el 99 % de las mesas de peruanos y peruanas. ¿A quiénes interesa lo que el pueblo come o encuentra en los mercados?, ¿Conocen ustedes, lectoras o lectores, a burgueses agrarios, congresistas y presidentes de la república preocupados por lo que el pueblo come o debiera comer? Todos los gobiernos y ministros de agricultura se limitan a reproducir las viejas reglas del orden capitalista. ¿Innovación? Ninguna. Los elementos claves de la economía andina: papas, maíz, alpacas, llamas, vicuñas languidecen. Los norteamericanos ya son exportadores de lo que llaman “quinoa”, pronto harán lo mismo con alpacas y llamas. La lana de vicuña es un monopolio de italianos y británicos. No hay nada que se parezca a una propuesta peruana para la agricultura y la ganadería.

Cinco. Ya está en el escenario la crisis y posible refinanciación o desaparición del Agrobanco por los problemas endémicos ya conocidos: deudores morosos que no pagan, voluntad política cero de los gobiernos para tomar al toro por los cuernos y, también, la corrupción tan nuestra, tan vieja y tan conocida. Desde tiempos velasquistas, con el cuento de “desarrollar” la agricultura y la ganadería en la sierra con fondos prestados del Banco agrario, los beneficiaros de préstamos en provincias andinas compraron tierras en los valles de Lima y la costa e instalaron muy buenos negocios, en Huachipa, por ejemplo. La historia no tiene cuando acabar.

Seis. ¿Qué hacer? Felizmente, los funcionarios del gobierno aceptan que el problema de los agricultores no se resuelve comprándoles sus excedentes de papas. Ese es un simple analgésico. ¿Tienen alguna solución? No. ¿Qué luces nos dan los congresistas de izquierda? El espacio acaba y quedan pendientes una o más columnas sobre el tema.

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