César Hildebrandt
El desafío es grande. La solución no puede ser mezquina.
Mezquino sería pensar que el Congreso, dominado por el fujimorismo, los saldos del aprismo y la escombrera de la partidocracia decadente, está dispuesto a reformar el sistema judicial. Se diría que tanto apristas como fujimoristas deben la libertad de sus líderes a la podredumbre de ese mismo sistema judicial.
No sólo mezquino sino hasta ridículo sería confiar en la autocorrección del CNM. Del mismo modo que demencial sería imaginar que la judicatura del Callao, por citar un ejemplo de purulencia extrema, tiene remedio por sí sola.
El problema del Perú es político y social. No es con remiendos que saldremos de esta crisis.
Mi propuesta, expresada en la televisión en estos días, es que deberíamos adelantar las elecciones para que una nueva correlación de fuerzas, más acorde con la náusea colectiva que padecemos, se establezca en el país. Y la segunda parte de esta modesta sugerencia es que el Congreso elegido se constituya en asamblea constituyente. Los que quieren que cambien nombres para que nada cambie, los sudistas del salario bajo, dirán que no. Gritarán que no. Argumentarán que propuesta tan apocalíptica sólo puede provenir de un aprendiz de Robespierre. De hecho, uno de los ideólogos de la ultraderecha ha recordado en “Correo” el final decapitado del jefe del terror de la revolución francesa. Habría que decirle a este Luis XVI de comic.com que el único terror siempre presente en el Perú es el que han impuesto durante décadas los bien pensantes del statu quo, los comisarios del fatalismo liberal. Me refiero a todos aquellos que han considerado que no hay nada que discutir y que el país fundado por Fujimori es inamovible y no merece reparos ni rectificaciones. Ese terror estigmatiza a quienes se atreven a cuestionar, silencia a los herejes y recluta a los resignados para que escriban sobre el carácter mineral, geológico, natural del modelo que edificó la Constitución del 93. Estamos hasta la coronilla de este campo de concentración de las ideas.
Nadie sensato quiere la anarquía y mucho menos la sangre derramada por alguna venganza popular. Lo que muchos peruanos queremos es enfrentar seriamente un problema que nos hace inviables como ciudadanos y que hunde al país en un abismo cada vez más hondo.
Cuando nos creíamos ricos y veníamos de derrotar a las hordas de Sendero, la derecha fue adoptada como terapia nacional. Fue entonces que hicimos este país de Estado ausente, de individualismo feroz, de egoísmos voraces, de gobernabilidad debilitada y de corrupción extendida. El fujimorismo fue depuesto pero sus valores de pandilla habían calado hondo. Nos privatizaron el alma y la memoria y de esas mutilaciones vienen muchos de estos lodos. El liberalismo no es este puterío donde el señor Chlimper decidió un día que el régimen laboral y tributario de sus empresas debía ser exclusivo y vitalicio. El capitalismo no se hace con califatos elusorios. Se hace con meritocracia, estimulando la creatividad, urgiendo a los talentosos a que se expresen. Todo lo levantado por el fujimorismo está destinado precisamente a lo contrario: encontrar el atajo, favorecer a los entenados, robar lo que se pueda y negar las pruebas.
Nadie quiere un Estado elefantiásico ni pluriempresarial. Pero tampoco es dable aceptar como sacra verdad que lo privado es siempre bueno y que lo público es intrínsecamente malo. El crimen ha privatizado al sistema judicial, las mafias han comprado el poder coercitivo del Estado, los martilleros rematistas del CNM se han apoderado de los nombramientos mayores.
Esto no se cura con antalginas. Esto requiere cirugía mayor. Esto no es un uñero. Es gangrena. Si el presidente Vizcarra y el Congreso no quieren adelantar las elecciones ni propiciar una nueva Constitución, pues entonces habrá que invitarlos a convocar un referéndum. ¿Qué más democrático que una consulta popular? Deberíamos preguntarle al pueblo qué piensa respecto de estos temas. Las dos preguntas tendrían que ver con la posibilidad de adelantar las elecciones y, en el caso de que la respuesta fuese positiva, con la conversión del nuevo Congreso en una Asamblea Constituyente que nos renueve la faz, el ánimo, las instituciones, el futuro. Como si fuéramos a cumplir 200 años de república y nos diéramos cuenta, de pronto, que damos vergüenza. Si en ese referéndum la gente dice que no, que no aspira a un cambio de esa envergadura, reconoceremos nuestro error y callaremos educadamente. Lo reto cordialmente, presidente Vizcarra, a preguntarle al pueblo qué piensa de todo esto. Atrévase, don Martín. Su brevedad en el cargo podría ser tan histórica como la de Paniagua. Su forzada subordinación al aprofujimorismo mañoso puede ser su condena.
Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 406 20/07/2018
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