26 de agosto de 2018

No a la resignación

César Hildebrandt

No sé si se habrán dado cuenta, pero el nues­tro no es precisamen­te un país. Es un abor­to. Es un error. Es la utopía de Tatán, el sueño de algún Wolfenson, la pesadilla de Basadre.

¿Qué es un país en el que el Po­der Judicial es, con breves excep­ciones, una cueva de asaltantes que, billetera en ristre, deciden quién va a la cárcel y quién merece las dudas razonables (así se trate de violadores), quién gana en los litigios civiles, quién se queda con las acciones, la herencia, los de­vengados, los hijos disputados?

¿Qué es un país cuyo Tribunal Constitucional -máxima instan­cia del garantismo- está man­chado por sentencias corregidas a mano y concebidas muchas veces desde intereses particulares?

¿Qué es un país en donde el Ministerio Público, que protegió siempre a Alan García, está hoy redundantemente gobernado por el amigo de una mafia recién des­cubierta?

¿Qué es un país en el que dos o tres veces al año algunos jueces “superiores” son descubiertos re­cibiendo dinero en efectivo para prevaricar?

¿Qué es un país en el que el Congreso está dominado por el hampa política heredera del go­bierno más corrupto del siglo XX?

¿Qué es un país en el que esa hampa ha organizado un gobierno paralelo e ilegítimo y a sus congre­sistas los usa como guardaespal­das de la corrupción que ella pro­tagoniza y arropa?

¿Qué es un país que no puede reconstruir lo que el desborde de los ríos destruyó hace más de año y medio?

¿Qué es un país que no puede prever la asistencia más elemental para los que sufren, cada año, ine­vitablemente, heladas y friajes?

¿Qué es un país en el que las mujeres son violadas, maltrata­das y quemadas mientras algunos de esos machos neandertales son liberados por jueces peores que ellos?

¿Qué es un país en el que salir a la calle puede ser una aventura de consecuencias fatales?

¿Qué es un país en el que la eco­nomía tiene un 75% de informali­dad?

¿Qué es un país que carece vi­taliciamente de una atención decente en materia de salud pú­blica y aún así permi­te el ingreso de casi 500,000 extranjeros sin coordinar con los países vecinos una po­lítica común?

¿Qué es un país que desprecia la investiga­ción y la ciencia?

¿Qué es un país en el que la gente de me­dianos recursos tiende a huir de la educación subsidiada por el Es­tado y aprende en co­legios y universidades de dudosí­simo origen?

¿Qué es un país en el que, a pe­sar de una década de precios dora­dos de la minería, hay más de 40% de niños con anemia?

¿Qué es un país que asiste im­pasible a su deforestación y a la in­toxicación de sus pastos y fuentes de agua?

¿Qué es un país que to­lera una república in­dependiente dedicada al narcotráfico y al asesinato de milita­res y policías, que eso es lo que es el VRAEM?

¿Qué es un país en el que el presidente elegido fue echado por corrupción y la presidenta de facto -la mujer más poderosa del Perú según una encuesta- es hija de un delincuente liberado por aquel presidente lobista e inescrupulo­so?

¿Qué es un país que lotiza y mapea sus regiones para entregarlas a proyectos mineros y energéticos mientras su agricul­tura de consumo interno se halla en permanente crisis?

¿Qué es un país que quiere entrar a la OCDE mientras, según el Foro Eco­nómico Mundial, ocupa el puesto 89 (de 130) en el rubro de infraestructuras?

¿Qué es un país que ha renunciado a tener industria propia y se propone al mundo como un megarrestaurante donde, si no hay huelga de trenes o de ómnibus, o si no hay sobre­venta de boletos, también se pue­de ir a Machu Picchu?

¿Qué es un país que se siente tigre económico pero que tiembla cada vez que bajan el oro y el co­bre?

Mejor no sigo haciendo pregun­tas. Es un ejercicio depresivo.

Nada de lo dicho, sin embargo, debería significar que no tenemos remedio.

Lo tenemos y está a la mano.

Debemos romper con el Perú antiguo, esta pestilencia. Debe­mos fusilar a la tradición del estoi­cismo, la obediencia, la cerviz do­blada. Necesitamos una centrista revolución de la inteligencia, un motín de la meritocracia, una su­blevación nacional de la decencia.

¿No hay líderes para eso? Pues barramos la basura actual e in­ventemos el futuro. Retemos a los políticos a ponerse a la altura del desafío. Seamos exigentes. No permitamos que los zombis nos si­gan mintiendo.

La solución está en la gen­te, en las mayorías enga­ñadas, en los pálidos de a pie, en los que aguantan el invierno en Ticlio Chi­co, en las clases medias que están a punto de no serlo si la burbuja mundial estalla, en los que, estando arriba de la pirámide, son conscien­tes de que el Perú no da para más.

Sobre esta hediondez no es po­sible construir nada. Ser radical ya no es una opción sino un mecanis­mo de defensa. Pensar en un país distinto es un asunto de higiene y supervivencia.

Pero, claro, aquí tenemos un obstáculo. La prensa grande está al servicio de los grandes intereses. Y los grandes intereses aspiran a que todo siga igual haciendo cambios cosméticos.

La peor prédica que podamos oír es aquella de que la anarquía lle­gará si optamos por los cambios. Es preferible un periodo de desorden que este orden malévolo.

Al fin y al cabo lo que necesita­mos es gente limpia haciéndose cargo de un sistema vigilado por una democracia atenta y actuante. Con un Danton depurado nos bas­ta. Habrá que buscarlo.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 409, 24/08/2018



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