18 de septiembre de 2018

Si no hay disolución, la crisis continúa

Juan Carlos Tafur

Si Vizcarra retrocede en la confrontación política que el keikismo le ha puesto sobre la mesa, perderá el respaldo popular que las encuestas le otorgan en los últimos días. Y si eso ocurre, no pasará mucho tiempo para que el propio keikismo consiga la mayoría de votos para decapitarlo y sacarlo del poder.

Fuerza Popular marcha a contrapelo de la sensibilidad popular. Los estrategas del keikismo han convencido a su lideresa de que ella debe exhibir fuerza, mostrar el músculo, asentar la idea de que la mano dura y el talante autoritario son su indeleble marca de fábrica.

A Keiko la han persuadido de que perdió el 2011 y el 2016 por haberse caviarizado y de que la cifra de su triunfo futuro pasa por reforzar la herencia histórica del gesto adusto y el golpe sobre la mesa. Más aún, le han hecho creer que las desventuras del presente, los costos políticos de su desprestigio creciente, son costos coyunturales producto de la volátil y pasajera animosidad del pueblo, que a la postre regresará propicia a ella el 2021.

Así, no se va a detener en tutías a la hora de confrontar con el régimen. Por el contrario, la arrebata la convicción de que en esa demostración de aspereza recurrente estriba el cimiento de su venidero triunfo electoral. Por ello, cargarse en peso dos gobiernos no es algo que la inquiete o le quite el sueño.

Podrá uno discrepar con la idea keikista de la necesidad de confrontar, pero no queda duda alguna de que ese es su destino inexorable. Vizcarra debe estar advertido y actuar en consecuencia. En esa perspectiva, es reducido el margen de acción política que le queda al gobierno.

El Presidente no puede retroceder y no puede someterse a la estrategia del Congreso. Una vez más, así como ocurrió con PPK, lo ideal, casi en términos platónicos, hubiese sido que entre el gobierno y la mayoría keikista se pusiesen de acuerdo respecto de algunas líneas maestras de gobernabilidad de acá al 2021, pero dicho escenario no es factible bajo la lógica de destrucción masiva del keikismo.

Fuerza Popular quiere un gobierno débil, timorato, blandengue. Es lo que necesita para apuntalar su mensaje del 2021, es decir, que el país necesita mano fuerte como la que Keiko supuestamente representa. No va a tolerar por ello que Vizcarra se anime a ejercer el gobierno que legítimamente le corresponde. La estrategia electoral de Keiko Fujimori pasa porque Vizcarra llegue hecho flecos de acá a tres años.

A Vizcarra le debería quedar claro que la lógica de Keiko es irreductible, innegociable. Bastará que anhele a gobernar con su propio talante para que se gane al keikismo como enemigo mortal.

¿Podrá gobernar así lo que resta de su mandato? No. Sufrirá los embates naranjas hasta verse reducido a una quimera, como terminó convertido el torpe y lamentable Kuczynski (dicho sea de paso, la banalidad política de PPK ha sido de tal envergadura que no debería merecer la cortesía mostrada por Vizcarra esta semana; por el contrario, el ostracismo más absoluto es su menor castigo ante su tremenda irresponsabilidad).

La única salida política que le queda a Vizcarra es jugársela por la cuestión de confianza, la posterior disolución del Congreso y la convocatoria a nuevas elecciones parlamentarias, con el objetivo de lograr en dicho acto electoral que el keikismo pierda la mayoría aplastante que hoy exhibe y que no lo va a dejar gobernar. Quien debe retroceder es Keiko Fujimori, no él.

De repente no logra el objetivo y en la nueva elección congresal Fuerza Popular repite el plato y allí sí Vizcarra habría cavado su tumba política, pero tiene que atreverse a ese juego. Si no, su sentencia ya está firmada: será un gobierno intrascendente, que poco a poco irá ganándose, por su propia mediocridad, el desprecio de un pueblo que hoy mira con un halo de optimismo que se haya atrevido a hacer política y a confrontar con sus adversarios. De arrugar, Vizcarra le entregaría su cabeza en bandeja de plata al keikismo.

-La del estribo: el Congreso se hizo una y aprobó la Autoridad Única de Transporte Lima-Callao. Ahora que se haga otra y elimine la Región Callao, superpuesta al gobierno provincial, redundando funciones y multiplicando gastos burocráticos. Y animado por este inusitado espíritu de buenas iniciativas, que también elimine los 49 alcaldes distritales de Lima y los siete chalacos. Un solo alcalde para todo Lima y Callao y que este elija sus gobernadores distritales. En este tema, no se trata de división de poderes sino de eficiencia administrativa.

1 comentario:

jorgeefrrr828 dijo...

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