28 de abril de 2008

A Contracorriente. Hambre

Javier Diez Canseco

El hambre asola buena parte del mundo. Los precios de los alimentos se disparan, resultan inalcanzables para cientos de millones de pobres. Han subido 83% en tres años. Jean Ziegler, de la ONU, califica el hecho como un "silencioso asesinato en masa". Violentos levantamientos sacuden Haití, Senegal, Egipto, Camerún, Costa de Marfil, Mauritania, Etiopía, Yemen, Uzbequistán, Tailandia, Indonesia, Filipinas y hasta Italia. En el Perú, el alza de precios de alimentos provoca crecientes protestas, erosiona la corrupta gestión del alanismo (desesperado, reparte nocturnas bolsas de comida con las FFAA), y aumenta la adhesión al Paro Nacional. La preocupación es mundial: Unicef y el BM instan a los países productores a controlar desproporcionadas alzas de precios y evitar revueltas sociales.

Iniciamos el siglo XXI en pleno desarrollo de la revolución científico-técnica, un progreso sin precedentes de la tecnología y la productividad, siendo capaces de alimentar a todo el planeta. Además, China e India abren su paso al desarrollo. El capitalismo dijo haber derrotado al socialismo y predicó la validez de una ideología única: la ganancia y el lucro son el motor de la economía; el principal instrumento son las grandes transnacionales; la desregulación y casi desaparición del Estado es una religión. Pero el hambre recuerda al mundo que las cosas son muy diferentes. Ziegler culpa a la "globalización de la monopolización de los ricos en la Tierra" y a las multinacionales de una "violencia estructural". Claro, más quieren comer y no basta con producir más, como sabemos bien en el Perú. Se requiere distribuir con justicia lo producido y que todos tengan derecho a acceder a un nivel de vida digno, lo que no interesa a las multinacionales. Su mayor producción y ganancia es a costa del cholo barato, de vergonzosos privilegios tributarios, o de priorizar incondicionalmente el uso del agua para la gran minería, dañando el ecosistema, el agro y la ganadería que son espacios de desarrollo sostenible, no agotable y de seguridad alimentaria para la Nación. Eso lo sabemos como pueblos originarios obligados a abandonar una próspera agricultura para ser diezmados en la inmisericorde explotación minera colonial.

No basta desarrollar ciencia y tecnología. Urge que lleguen a la gente y sirvan a su bienestar, no solo a las ganancias de grandes conglomerados económicos. Tampoco es posible que un "mercado" desregulado y manejado por inmensos monopolios imponga sus condiciones de rapiña a Estados raquíticos e inoperantes poniendo las sobreganancias empresariales sobre el derecho a la vida de la gente.

El arroz, por ejemplo, ha duplicado su precio internacional en los últimos tres meses. Una feroz sequía azota Australia (reduciendo en 98% su cosecha que abastecía 20 millones de bocas diarias). ¿Casualidad o producto del calentamiento global generado por un modelo de industrialización que explota y maltrata la naturaleza en lugar de convivir con ella? Pero, uno se pregunta: ¿qué efecto está teniendo, en el alza del precio de los alimentos, el aumento en los precios del combustible, gracias a la invasión de Bush a Irak? (además, ¿por qué –si producir un barril no cuesta más de 12 dólares– se vende encima de 115 dólares?) Y, ciertamente, debemos analizar el impacto que –sobre el precio de los alimentos– tiene la presión de EEUU y los países industrializados por orientar el agro hacia la producción de biocombustibles y energía –más rentable para ellos– en lugar de servir los requerimientos de alimentos de millones de pobres. Finalmente, ¿a qué nos llevará la intervención del capital especulativo que aprovecha la situación e invierte –como lo ha hecho antes con oro, minerales y petróleo– en la compra a futuro de algunos alimentos, empujando a su alza?

Al efecto del capitalismo salvaje (como lo llamó Juan Pablo II), se suma el impacto del servilismo del gobierno de Alan García a los intereses de las grandes transnacionales mineras y financieras, su penosa e incondicional adhesión al pensamiento del "Consenso de Washington" y sus políticas, así como su carencia de una política de seguridad alimentaria y de verdadera promoción del agro, salvo los favores de los que gozan ciertos sectores de exportadores que no suman ni el 5% de los productores agrarios del Perú.

García no pone en orden a los grandes especuladores, no aplica el prometido impuesto a las sobreganancias mineras, no regula precios básicos para la gente ni eleva sueldos y salarios. Mantiene en el BCR a sus amigos de UN, como Velarde, aunque su política fracasa. Encima, quiere que esperemos el chorreo de la mesa del banquete de sus amigotes, que esperemos en la madrugada –a veces– un paquete de alimentos de unos 6 dólares, repartido por soldados. Y los que cuestionen su política, arriesgan ser "terrucos", detenidos y procesados (como los 7 de la frontera con Ecuador, o los dirigentes del Paro Nacional Agrario) o recibir balazos en la cabeza (como los campesinos ayacuchanos) por tiradores "fantasmas". Pero García aprenderá que miedo y plomo no calman el hambre, de pan y de justicia, de los peruanos.

http://www.larepublica.com.pe/content/view/217427/481/

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