19 de mayo de 2008

Aula Precaria. Sin ciencias no hay porvenir

Luis Jaime Cisneros

Mientras los políticos persisten en dividirse, afirmando el marco de sus respectivas ideologías, nos sentimos convocados a tratar asuntos relacionados con la enseñanza interdisciplinaria. La más remota explicación de este fenómeno se halla, por cierto, en Aristóteles. Y la más reciente confirmación nos la acaba de dejar la cumbre entre América Latina y la Unión Europea, con sus ancilares réplicas.

¿Por qué pueden (y deben) interesar estos temas a los universitarios? La respuesta es sencilla: porque la universidad se ocupa de cosas humanas. O si se prefiere: de 'ciencias humanas'. Al decirlo, sé que incurro en una perogrullada, al mismo tiempo que ingreso a un callejón sin salida. Así conseguimos nosotros avanzar: escuchamos comentarios ajenos, advertimos claramente qué debemos decir (no siempre coincide con lo que queríamos decir), y descubrimos cómo debemos actuar (casi siempre distinto de cómo lo teníamos pensado). Este modo de avanzar (apenas reconocemos la cara de nuestros interlocutores y nos familiarizamos con sus métodos, y apenas analizamos la calidad de sus observaciones) nos revela que estamos en un mundo interdisciplinario, donde hombres de formación diversa y profesión distinta confundimos esperanzas y anhelos, unidos por una misma fe, en la plaza del conocimiento. Lo interdisciplinario es signo de actividad científica. Por ende, es el mundo para el que debe entrenar la universidad.

Hace ya tres siglos que todo lo concerniente al hombre traspasa el ámbito universitario. Habrá quienes a los que cuanto pueda ocurrir mañana en Polonia, o lo que ahora está sucediendo en Irak o en Colombia, sean cosas ajenas desde el punto de vista de lo humano. Y habrá, por supuesto, quienes crean que si el Parlamento aprueba un presupuesto con mayor déficit que el conveniente, o si la OPEP modifica sus tasas petroleras, o si fracasa nuevamente la zafra en Cuba, o si es mentira que hay nuevas prometedoras capas de petróleo en Rusia o en Venezuela, nada de eso tiene que ver con lo humano. Pues de eso se trata. De afirmar que para la universidad (casa de reflexión y de gobierno auténtico de la inteligencia) todo eso tiene mucho que ver con el hombre. Y, por lo tanto, todos son hechos a los que las ciencias humanas y la casa de las ciencias del hombre no pueden ser indiferentes.

En un libro con más de 50 años de renombre, sostenía André Gerogue (Le veritable humanisme) que el hombre contemporáneo "debe anexar a sus conocimientos, a su filosofía general, las grandes teorías astronómicas, físico-químicas, biológicas, que constituyen el mayor honor de nuestro tiempo".

Para actualizar la sentencia, tras las décadas transcurridas, deberíamos añadir todo lo relativo a la 'revolución verde' y a las teorías opositoras, las grandes revelaciones a que han conducido las investigaciones del ácido desoxiribonucleico; los nueve anillos de Saturno; los tropiezos surgidos con ocasión de nuevas teorías políticas; el nacimiento de un niño probeta; las experiencias con el corazón artificial de plástico y otros tantos avances en neurología, física y filosofía analítica.

Iniciado el nuevo siglo, debemos creer en lo interdisciplinario, no porque constituya una doctrina, sino porque representa una voluntad de integración en las ciencias, una voluntad de ampliar el conocimiento con el objeto de completar la imagen del hombre actual. Es la metodología a que tiene que acogerse (le agrade o no) el humanismo contemporáneo. Eso, para empezar. Hasta ahora, el conocimiento estaba muy endeudado a la memoria. Memoria para observar. Memoria para ver y seleccionar, memoria para conservar. E imaginación para crear e intuir sobre la base de cuanto ha ido almacenando y seleccionando la memoria, y sobre todo lo observado.

¿Cuál es el reto actual? La inventiva de la ciencia y la ingenuosidad de la técnica no han podido conciliar aún curiosidad y satisfacción en el hombre, sometido cada día a las presiones de los avances tecnológicos, a la presión de poderosos complejos técnico-industriales y a las disciplinadas presiones de la masa, movidos todos por el deseo y la ambición de poder. La inestabilidad de unas y la diversidad de la técnica constituyen hoy el signo de esta sociedad movida por la ciencia y la tecnología, por hipótesis científicas al par que por comodidades sociales en continua transformación.

Si no está quieto el hombre contemporáneo, no puede estar quieta la vida académica. La ciencia ayuda a conocer el mundo, y también ayuda a modificarlo. Son tareas inseparables. Sin ellas, no hay porvenir.

http://www.larepublica.com.pe/content/view/221336/481/

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