17 de octubre de 2011

Adultos mayores


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Ronald Gamarra

La ancianidad es una condición doblemente difícil. Por un lado, las fuerzas disminuyen y la salud se resiente; por otro lado, las oportunidades de interactuar, de trabajar, de ser tomado en cuenta, se reducen dramáticamente. El adulto mayor debe afirmar su derecho a la vida en medio de una sociedad indiferente a su realidad y su suerte. Ni siquiera el núcleo familiar, crecientemente desestructurado, es ya una zona de refugio que lo preserve de la pobreza, la marginación y la inacabable soledad.

Sus índices de vulnerabilidad social son tremendamente superiores a los del promedio. La gran mayoría de ellos carece de seguro social que cubra sus necesidades de salud. La gran mayoría tampoco tiene pensión, pero los que la tienen tampoco se salvan de sufrir intolerables carencias por la pequeñez de la mesada. Uno de cada tres adultos mayores es analfabeto como resultado de la crónica insuficiencia del sistema educativo. La inversión social en ellos es mínima y se considera como una carga.

Sin embargo, los adultos mayores tienen mucho que ofrecer. Gran número de ellos aún tienen capacidad y experiencia para aportar de acuerdo a sus fuerzas en labores productivas o sociales, pero la sociedad desdeña esta posibilidad. La actitud sistémica frente al anciano es la de apartarlo, cesarlo, hacerlo a un lado. Sucede que la marginación y la inactividad es un modo de anticipar la muerte. De este modo, en el adulto mayor, la muerte social precede a la muerte física.

A diferencia de las culturas tradicionales, la modernidad menosprecia la ancianidad. El mito moderno es hedonista y prefiere la juventud; para ella es el vigor, la prosperidad y el poder. En las sociedades desarrolladas, si bien no hay tanto el problema de la pobreza, los ancianos fallecen sin familia en los asilos. Si no tomamos ahora medidas a favor de la ancianidad, entre nosotros comenzará a ocurrir lo mismo, pero con el añadido de la pobreza.

Todos seremos adultos mayores mucho antes de lo que imaginamos. Los ancianos de hoy son lo que seremos mañana. Si no queremos para nosotros un entorno de marginación como el que hoy rodea a los ancianos, debemos empezar a crear para ellos un ambiente de protección, afecto y respeto.

El vértigo de la vida nos hace ciegos ante perspectivas como la vejez y la muerte, pero éstas están allí como un horizonte inevitable al que deberíamos acceder con dignidad. Y, si es posible, también con amor.


http://www.larepublica.pe/columnistas/causa-justa/adultos-mayores-14-10-2011

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