7 de noviembre de 2011

Herma

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Rocío Silva Santisteban

Herma es un nombre realmente extraño para una mujer peruana. La palabra en castellano nace del griego y viene de la base de las estatuas de Hermes; en algunas zonas, los “hermas” eran pilotes que separaban una tierra de otra. En las casas populares de Atenas se colocaban hermas para atraer la buena suerte o como protección de los espíritus malignos.

Lamentablemente a Herma Luz Meléndez Cueva su propio nombre no la protegió de ninguno de aquellos espíritus malignos que primero la secuestraron, luego la obligaron a delinquir y finalmente la asesinaron el 22 de abril de 1997.

Herma murió de un tiro en la nuca aquella mañana de júbilo para decenas de otros peruanos que habían sido liberados tras meses de encierro en la Embajada del Japón. Exacto: Herma Luz fue una de esas “emerretistas” que lloraban todas las noches por regresar a su tierra y que, solo cuando estuvieron en medio de esa situación, entendieron a cabalidad de qué se trataba ese viaje a Lima.

La semana pasada se armó un lío mediático debido al supuesto allanamiento del Estado peruano frente a las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos-CIDH en el caso Chavín de Huántar que aprovechó la prensa de derecha para levantar una falsa escisión entre peruanos que defienden a los héroes de la operación (ellos) y peruanos que quieren perjudicarlos (los defensores de derechos humanos). Debido a que Luis Jiménez, de Caretas, le ha dedicado un largo artículo a explicar y desbaratar cada uno de los puntos de la falacia anterior, simplemente no es menester volver a repetir sus argumentos que son claros como el agua. Lo que sí es necesario remarcar es que nadie, ningún organismo de derechos humanos, ni la Comisión, ni el Estado peruano, socaban la valentía de los comandos que liberaron a los rehenes.

En realidad lo que está en debate es la conformación de aquel “comando de inteligencia”, también denominados “gallinazos”, al mando del coronel Jesús Zamudio que, camuflados entre los otros, ingresó a la Embajada con el objetivo de ultimar a todos los emerretistas sobrevivientes. Se tiene el dato de que sobrevivieron tres de ellos: la mencionada Herma Luz Meléndez Cueva, Víctor Salomón Peceros Pedraza y Eduardo Nicolás Cruz Sánchez, más conocido como “Tito”, quien fue rematado con un tiro en la nuca a quemarropa. Los tres fueron ejecutados extrajudicialmente y, por lo tanto, fueron víctimas. Aunque le arda a más de uno: si un individuo es ejecutado extrajudicialmente se convierte en víctima. El resto de emerretistas que murieron en combate durante el operativo militar no son víctimas porque, precisamente, eran consciente o incluso inconscientemente partícipes de un hecho delictivo y murieron por las consecuencias “naturales” del mismo. Sin embargo los otros, que ya estaban rendidos y sin armas, y que se encontraban bajo la custodia del Estado peruano, si fueron rematados por armas de reglamentos, son perceptibles de ser considerados víctimas de violación al derecho a la vida. La diferencia es sutil, pero es la principal diferencia entre un gobierno que respeta los derechos y otro que los utiliza para su provecho político.

Lo trágico es que Herma, denominada por la prensa como “camarada Cinthia”, la joven rematada por esos sacha-comandos, al parecer fue una más de aquellas decenas de jóvenes secuestradas por el MRTA en la selva, engañadas con alguna historia épica o romántica y trasladadas a realizar un secuestro en masa sin casi saber de qué se trataba el asunto.


http://www.larepublica.pe/columnistas/kolumna-okupa/herma-06-11-2011

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