14 de noviembre de 2011

Tailandia: cuando la madre naturaleza se revela

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Róger Rumrrill

Desde el aire, desde la ventana del avión que aterriza en el aeropuerto de Bangkok, puedo mirar el diluvio que ahoga más de los 50 distritos de la abigarrada capital de Tailandia y que ya ha provocado medio millar de muertes.

Pero desde tierra, mejor desde las pistas y aceras inundadas, se observa la magnitud humana de la tragedia y sus cuantiosos costos materiales. A miles de habitantes pobres de los suburbios, nadando en las aguas mezcladas con las aguas negras de los desagües, podridas y nauseabundas. Pobres encolerizados al ver que 50 mil soldados y miles de obreros civiles construyen barricadas con montañas de bolsas de arena y tonelas de hierro para salvar el centro de la capital, porque como ha dicho el primer ministro de Tailandia, Yingluck Shinawatra, “Si dejamos que las defensas cedan, el agua va a inundar el centro de la ciudad y los extranjeros perderán confianza en nosotros”.

Las impetuosas y furiosas aguas del río Chao Phraya no perdonan a nadie. Ni a pobres ni a ricos. Varias de las zonas industriales de Bangkok han quedado bajo el agua y centenares de fábricas, entre ellas decenas dedicadas a la producción de discos duros para las computadoras, paralizadas. Se calcula que Tailandia fabrica el 25 por ciento de la producción mundial de discos duros, es decir, el segundo después del gigante chino.

El diluvio que ahoga a Bangkok y varias provincias del país es, dicen los expertos, resultado de los impactos del cambio climático que está provocando estragos en el planeta.

La madre naturaleza -igual que millones de indignados que protestan a lo largo y ancho del mundo por las injusticias del sistema- tambien se está rebelando.

Brutalmente violada y saqueada por la insaciable sed de materias primas que el modelo de producción y consumo se devoran y por la obsesión enfermiza por las ganancias, la naturaleza se está cobrando la factura de la irracionalidad humana.

Irracionalidad que no parece tener remedio. Un ejemplo de ello es la reciente reunión de los G20 en Cannes, Francia. Todos los acuerdos de esa cita de los países más ricos del mundo apuntaron en una sola dirección: salvar al sistema económico que hace agua por todas partes.

Tenía razón el sabio Albert Einstein cuando afirmaba que es más fácil que un planeta cambie de curso antes de que el hombre cambie y renuncie a sus prejuicios y ambiciones. En este caso, que acepte la posibilidad de cambiar un modelo económico y de vida inviable y que amenaza su propia supervivencia en el planeta Tierra.


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