Willian
Gallegos Arévalo
Si se
hiciera la historia personal de los personajes políticos del pasado y del
relativo presente, saldría una selección de quienes fueron brillantes, tuvieron
desempeños valiosos y cuyas presencias llenaron con honor nuestro escenario
político. Y sería largo citar a todos los políticos decentes y cultos que
fueron, como también a quienes se podría calificar de grises y pusilánimes,
según una acertada frase de Julio Cotler, cuando se refirió a un desprestigiado
político. Y precisamente vamos a hablar de uno de estos últimos: un individuo
que incursionó en la política y que resultó ejemplo de lo que es la
deshonestidad suprema.
Como
consecuencia del deterioro de la política peruana se degrada la democracia en
nuestro país. Consecuencia de ese deterioro aparece en el firmamento político
un individuo como Mulha, el ejemplo evidente de quien mira la paja en el ojo
ajeno mientras mira a otro lado cuando de faenones de sus partidarios se habla.
Jamás ninguna duda, ninguna expresión dubitativa, en él, cuando los medios
hablan de que su líder es un ladrón consumado. Y el escenario donde se
desenvuelve debe ser terrible cuando políticos correctos y decentes tienen que
soportar sus intolerancias, sus mezquindades, sus gestos grotescos y sus
sordideces, porque es un apañador de primera; es el cancerbero de la
deshonestidad y el latrocinio. Aparte de sus insultos en sus confrontaciones, realmente
no aporta nada a –la que podría llamarse con bastante riesgo- la cultura
política.
La
realidad nos demuestra que hay sujetos deleznables en la política peruana, pero
nadie se lleva las palmas como Mulha. Desde la percepción de muchos, es el
político más antipático y repulsivo, con el que nos hemos encontrado. Sus
intervenciones, siempre insultantes contra quienes no comulgan con sus ideas,
menos cuando cree que le atacan a su jefe político, son de antología. Para
insultar, no tiene en cuenta honras ni prestigios bien ganados y vomita los
improperios que tiene a la mano en su vocabulario sibilino y reptil. Lenguaraz
como él solo, pareciera decirnos que tiene patente de corso, por lo que ha
terminado siendo un sujeto atrevido, malcriado e insolente…Este es Muhla.
Mulha es
incapaz para la generosidad y la tolerancia contra quienes debate. Mejor dicho,
no debate, porque solo insulta. Jamás una frase amable ha sido prodigada contra
sus rivales, porque es un ´político´ que ataca con vesania y no para mientes
para descalificar. En una sociedad honesta y que supiera hacerse respetar, alguien
como Mulha debería ser un sujeto
prescindible e inexistente, pero desde hace muchos años es
“protagonista” de nuestra escena política. Y a pesar de pasar por culto, solo
tiene éxito cuando sus contrincantes de ocasión caen en su juego. Y cuando le
ponen en su sitio, no le queda sino escaparse con el rabo entre las piernas… Pero
Mulha no aprende.
Los “argumentos”
de Mulha son más parecidos a un ladrido que a una elaboración juiciosa de
ideas, porque verlo por la televisión, y escucharle hablar con sus tremendismos
y pasando por anécdotas los latrocinios de sus partidarios encumbrados en los
altos cargos públicos, es la caricatura del individuo bribón que ha aprendido a
vivir de la política como comparsa y mandadero útil. Es el que lava los trapos
sucios. Es, también, de esos individuos que creen que la política es su
escenario natural; y de ahí su actitud arrogante, petulancia y soberbia que le
ha hecho creerse un sujeto inimputable y con licencia para decir toda clase de sandeces…Pero,
¿quién es Mulha?
Agradecemos a Willian
Gallegos Arévalo por permitirnos compartir con nuestros lectores sus interesantes reflexiones.

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