Jorge Bruce
En su extraordinario compendio de aforismos, Mínima Moralia, el filósofo T.W. Adorno dedica uno de ellos, titulado Pseudomenos, a la verdad y la mentira. Pseudomenos es la palabra griega para “mentiroso”, que dio su nombre a la llamada paradoja cretense del filósofo Epiménides, del siglo VI A.C., quien hizo la siguiente proposición: “Todos los cretenses son mentirosos”. Siendo él uno de ellos, parecía imposible determinar la falsedad o verdad de su afirmación.
Algo parecido sucede con la política. Cuando Nadine Heredia responde de manera críptica acerca de su candidatura, diciendo que no está en su agenda, suena a negación clamorosa y, más bien, pareciera que es el único punto de su agenda, al cual se supeditan todos los demás. Puede que al final decida no presentarse, pero por el momento todo lo que hace pareciera encaminarse en esa dirección.
Cuando Toledo dice que el Presidente deberá responder por su viaje a Venezuela y el apoyo a Maduro, y luego nos enteramos por gente de su propio partido que los llamó por teléfono para que aprueben el viaje presidencial, nos sentimos timados. O por lo menos tratados como niños incapaces de comprender la complejidad de los desafíos geopolíticos. Pero definitivamente sabemos que no nos están diciendo la verdad monda y lironda.
Cuando Alan García dice, en el programa Sin Medias Tintas, que los narcoindultos fueron actos de compasión hacia pobres víctimas, condenadas a diez años de prisión por el robo de un par de zapatillas (hasta un psicoanalista sabe que ese delito no recibe esa sanción en nuestro código penal), y luego nos vamos enterando de los detalles de la cadena de corrupción que permitió esos indultos, nos queda claro que nos están tomando por idiotas.
Acto seguido aparecen las pintas de No a la Reelección Conyugal, que oportunamente desvían la atención del escándalo filtrado, es cierto, por la megacomisión (¡qué nombrecito tan apropiado!).
Vamos, la paradoja sigue en pie. Decir que todos los políticos son mentirosos es tan engañoso como decir que todos los cretenses lo son. Adorno ya lo había comprendido en su texto de 1951 cuando escribe: “El poder magnético ejercido por ideologías trilladas debe ser explicado, más allá de la psicología, por la decadencia objetiva de la evidencia lógica como tal. Las cosas han llegado a un punto en el que las mentiras suenan como verdades, y las verdades como mentiras.”
Cuando el ministro Castilla dice que este es un gobierno pragmático, acaso sin darse cuenta de que así se autodefinía el Gobierno de Fujimori, lo que subraya es el oportunismo y la ausencia de un proyecto de sociedad. A la fuerza, los peruanos nos hemos entrenado como una suerte de psicoanalistas de la vida cotidiana, descifrando lo que nos dicen los políticos, leyendo entre líneas, interpretando tanto sus declaraciones como sus silencios.
Las mentiras, dice Adorno, contrariando el sentido común, tienen patas largas. Los políticos saben que pueden recurrir a éstas cuantas veces haga falta, siempre y cuando haya un poder que los respalde.
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