Diego García Sayán
Ya se sabía que, en balance, era un fracaso. Pero el dato nuevo ya es oficial de que, luego de cuatro décadas, la “guerra contra las drogas” se acabó. A esa conclusión ha llegado el gobierno de Obama. En paralelo, varios gobiernos latinoamericanos están promoviendo un debate en serio sobre el tema tomando en consideración que en la región, luego de la “guerra”, el panorama ha empeorado. La producción de cocaína se ha estabilizado (800 TM), pero el consumo de drogas ilícitas en la región se ha disparado, hay mucho más violencia y el crimen organizado es más poderoso que nunca.
En los últimos cinco años se venían dando pasos decisivos para diseñar nuevas estrategias. En el 2008 el ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso nos convocó a un grupo de 18 latinoamericanos y formamos la “Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia”. En el informe adoptado se definieron tesis fundamentales a partir de un análisis objetivo de la realidad. Se ponía el énfasis en la lucha contra el crimen organizado y en que el consumo de drogas fuera tratado como un asunto de salud pública y no para llenar las cárceles de adictos o microcomercializadores.
Faltaba, sin embargo, que estas reflexiones promovidas por ex presidentes y ex cancilleres tuvieran correlato en la acción de gobiernos. Las cosas se empezaron a mover en una nueva dirección el 2012 y en ello fueron decisivos dos presidentes latinoamericanos. Luego de asumir el gobierno, en enero de ese año, el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, planteó la revisión a fondo de políticas, incluyendo la despenalización como remedio a la ola de violencia del crimen organizado que azota a su país como territorio de tránsito.
El punto de inflexión decisivo, sin embargo, fue la Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias (abril, 2012), banalizada al extremo por el incidente de los agentes de seguridad de Obama con prostitutas locales. En la Cumbre, la voz corajuda del presidente anfitrión Juan Manuel Santos llamó a la región a “explorar nuevos enfoques”. Varias cosas importantes se empezaron a mover luego, tanto en EEUU como en el resto del continente.
Lo más radical ocurrió en EEUU: referéndums (Colorado y Washington) para legalizar la producción, venta y consumo de marihuana, con lo que se fue más allá de lo que cualquier país latinoamericano tuviera en agenda. Sin ir tan lejos, decisiones hacia la despenalización del consumo o reducción de sanciones por posesión se van dando en Argentina, Brasil, Chile, Mexico y Uruguay.
Pero es en el terreno de las políticas y estrategias globales en donde se han producido las dos evoluciones más importantes. Primero, en la política de Washington. Gil Kerlikowske, “zar” antidrogas de la Casa Blanca, afirmó la semana pasada que “Es hora de cambiar de eslógan, no podemos circunscribir la lucha contra las drogas a una guerra”, enfatizando, más bien, la prevalencia de la salud pública, la prevención y el tratamiento. Señalando que el gobierno de Obama está a favor de la despenalización para reducir el enorme número de reclusos encarcelados por delitos menores relacionados con el consumo de drogas.
Segundo, el proceso dentro de la OEA a partir de la Cumbre. Por primera vez se ha emitido un informe tan completo y con tantos elementos de reflexión a partir de cuatro “escenarios” sobre la posible evolución en los próximos años. En tres de esos “escenarios” se contienen interesantes planteamientos de política, que incluyen asuntos variados como el fortalecimiento de las instituciones de seguridad y de justicia, regímenes legales alternativos (incluidas la legalización de la marihuana y el énfasis en programas de prevención y de salud).
Como ha sido dicho en reciente pronunciamiento de ex presidentes latinoamericanos, el cambio de la estrategia actual estará “rompiendo un círculo vicioso de violencia, corrupción y prisiones abarrotadas y colocarán a la salud y la seguridad de sus pueblos en primer plano”. Esa nueva respuesta tendrá que ser regional, pero ya no más sobre un “pensamiento único” sino con particularidades desde cada realidad nacional. Se acabó la “guerra”, pero vienen nuevas batallas.
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