Francesca Emanuele
¿Es mi impresión o el Congreso nos ha dado una gran bofetada en toda la cara? Pero, ojo, el triple strike que nos han embutido ha sido socializado. Sin embargo, es seguro que existen quienes han sufrido más daño con estos puñetazos.
Por ejemplo, en Lima, ayer y antes de ayer, decenas de personas se sintieron directamente afectadas por la decisión del Congreso, y se manifestaron en la capital rechazando tanta paliza institucional. Lo que obtuvieron a cambio fue la doble estacada, pero esta vez gubernamental. La respuesta del Ministerio del Interior ante unas protestas pacíficas fue la utilización indiscriminada de gases lacrimógenos. He escuchado que algunos agradecen que se haya utilizado ese medio “gaseoso” de represión, antes que las balas que utilizaron –no hace mucho– para acallar las protestas en Conga.
Otro colectivo que ha sido brutalmente golpeado con la designación de los ilustres magistrados del Tribunal Constitucional –y con la execrable y novedosa defensora del Pueblo– son las cientos de mujeres que fueron esterilizadas forzosamente durante los años fujimoristas, y los miles de pobladores de zonas rurales que se encuentran cada vez más desprotegidos. Y es que en Perú, día a día, se mean sobre meado y, quienes se empapan, como siempre, son los que no tienen dinero para comprarse un chubasquero, o los que nunca han tenido acceso a un Estado social que pueda brindárselo a cambio de tanto trabajo y expropiación acumulada.
No acostumbro a pensar en términos de suma y resta, pero la lógica me decía que al sumar el crecimiento económico que reportan los datos macroeconómicos y la elección de un supuesto gobierno que velaría por el bienestar de la mayoría, el único resultado podía ser una mayor redistribución de la riqueza, disminución de las desigualdades, y mejor calidad de vida para la población.
Un día de bruma, días antes de las elecciones presidenciales, di un salto hacia el sofá y grité, “bingo”. Una amiga finlandesa que venía de visita me preguntó que qué sucedía. Le expliqué mi fórmula matemática y no hizo más que apoyar mi ecuación: Finlandia era uno de los países más pobres en toda Europa hace menos de 40 años. En 1997, el crecimiento de su PIB anual superaba el 6%. En aquella época el partido socialdemócrata llegó al poder, ampliando los derechos sociales y fortaleciendo el estado de bienestar, incluso después de haber pasado una terrible recesión durante prácticamente la totalidad de la década de los noventa.
Hacer un paralelismo entre Perú y Finlandia es muy forzado; pero las variables existentes en esos años en Finlandia (y potencialmente hoy en Perú) me hicieron pensar en que el crecimiento económico mezclado con las políticas públicas de un partido socialdemócrata podría dar frutos muy positivos para el conjunto de la ciudadanía.
Actualmente, todas esas ideas optimistas se han esfumado. El crecimiento económico en Perú supera el 6%, pero ni Ollanta es un socialdemócrata, ni tampoco siquiera se acerca al pueblo. Ante tanta decepción, tanta cachetada limpia de los poderes institucionales, tanta despreocupación de ellos por la clase rural y trabajadora, la nueva fórmula (nada novedosa, por cierto) que se me ha ocurrido –menos lineal y menos matemática– es asumir la ausencia del Estado como una potencialidad.
Durante siglos, las comunidades rurales han ejercido el control de su economía con su propia institucionalidad, alcanzando autonomía y libertad. Aunque no todas las experiencias han sido perfectas y enaltecedoras, la autogestión de los pueblos dista mucho de la economía capitalista, la que puede estar creciendo en términos macroeconómicos, pero que solo está rellenando los bolsillos de la élite dominante. Frente a la patada del Estado, la zona rural del Perú debe apostar por administraciones propias que se rijan por la economía social y solidaria, donde el ingrediente principal siempre ha sido el conjunto de actividades agropecuarias dirigidas a la producción de comida (soberanía alimentaria), y no a las dinámicas de un sistema que genera dependencias de consumo disparatadas, las que terminan por legitimar el que haya pobres sosteniendo a unos pocos ricos.
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