Humberto Campodónico
La actual crisis política en EEUU ha llevado ya al cierre del gobierno y podría agravar la situación económica –que aún no sale de la crisis del 2008– si no se levanta el tope de la deuda federal, pues habría cese de pagos. La crisis puede ser leída como una sucesión de rivalidades entre distintas facciones políticas, más o menos comunes en los países.
Pero hay también enfoques de alto nivel que señalan que esta es una crisis de régimen en medio de un declive –bastante más que relativo– de la hegemonía económica y política de EEUU.
El historiador Paul Kennedy (“Auge y caída de las grandes potencias”) afirma que “estamos frente a un país paralizado que no puede tomar decisiones difíciles en el siglo XXI porque tiene una estructura de Gobierno del XVIII. La Constitución de 1776 y el bi-partidismo de EEUU ya no permiten tomar las decisiones con la velocidad requerida”. Este es un enfoque institucional.
Simon Johnson, ex economista Jefe del FMI, se declara pesimista y dice que EEUU ganó su predominancia rápidamente, apoyándose en un largo periodo de desarrollo industrial, ganancias de productividad y prudencia fiscal: “pero ahora se sientan las bases para su declive debido a la polarización política, una larga revuelta contra el pago de impuestos y una campaña bien orquestada para minar la legitimidad del gobierno federal”. No comprende por qué buena parte de la élite empresarial y financiera apoya al “Tea Party”, algo contrario a sus intereses (IBTimes, 3/10). Esta es una mirada económico-política.
Agrega Frank Wilkinson en Bloomberg: “Muchos blancos no estaban preparados para un Presidente de raza mixta. Tampoco para el matrimonio “gay” ni para la ola de inmigración legal e ilegal que ha redefinido nuestra demografía en las últimas tres décadas, trayendo un montón de no-blancos. Tampoco estaban listos –¿quién lo estaba?– para los efectos brutales de la globalización en la clase media y en la clase trabajadora de EEUU ni tampoco con los efectos devastadores de la crisis financiera” (04/10). Esta entrada tiene predominancia sociológica.
Hay incapacidad, entonces, de una parte del país –azuzado por la minoría blanca del Tea Party– para aceptar los cambios. Le echan la culpa a Obama y los demócratas de “acentuar el estatismo asistencialista, lo que, de un lado, recorta las libertades individuales consideradas básicas y, de otro, gasta los impuestos –que ellos pagan– en ayudar a gente que es una carga para el Estado”.
Paul Krugman ve en la élite un alejamiento de la realidad muy peligroso. Esto se basa en el agravamiento de la desigualdad en EEUU: en el 2012 el 1% más alto de la población se llevó el 20% del ingreso de los hogares, lo que no sucedía desde 1928. Del 2009 al 2012 los ingresos del 1% aumentaron 31.4%, mientras el 99% restante aumentó solo 0.4%.
Así, este 1% no quiere saber del 99% restante y plantea eliminar las ayudas estatales, entre ellas los “food stamps” y sobre todo, el Obamacare, que otorga seguro de salud a 30 millones de ciudadanos. Pero son muy “selectivos” en su crítica al Estado: Charlie Munger, Presidente de AIG, “agradece a Dios” por el billonario salvataje del gobierno a su empresa, pero dice que las quejas contra los bonos millonarios que reciben sus ejecutivos “son equiparables a los linchamientos del sigo XIX”.
Concluye Krugman: “Lo que están haciendo los super ricos se asemeja a una lucha de clases pura, a una defensa del derecho de los privilegiados de mantener y extender sus privilegios. Es el Antiguo Régimen” (New York Times, 26/09). La crisis financiera estaría demostrando la incapacidad manifiesta del patrón de acumulación económica de seguir prometiendo a sus ciudadanos la “igualdad de oportunidades para todos” (sea esto cierto o no) y la arrogancia de la élite aviva el conflicto (explicando la perplejidad de Johnson).
Así, la forma de la crisis (cierre del gobierno, techo de la deuda, peleas partidarias) sería solo el síntoma, pero no la enfermedad misma. Los enfoques citados aquí (hay muchos más) revelan un trasfondo de agotamiento del patrón de acumulación, de crisis económica, intolerancia frente al “otro”, supremacía blanca, agravación de la desigualdad social, arrogancia de la élite y desprecio al pobre.
En esta situación, donde ya no se puede gobernar como antes, difícilmente se puede prolongar la hegemonía global, justo cuando el Asia emergente se la comienza a disputar. Las agendas y paradigmas se vuelven a barajar, como ha sido siempre en la historia.
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