15 de noviembre de 2013

Cásate y sé sumisa (como Dios manda)


Juan Antonio Aguilera Mochón

«Cásate y sé sumisa» es el libro de Constanza Miriano que acaba de lanzar la editorial Nuevo Inicio, presidida por el arzobispo de Granada. Me sorprende el revuelo originado por un texto que degrada y humilla a las mujeres y entiendo que, por tanto, también a los hombres.

Mi sorpresa se debe a que, realmente, el libro no dice nada nuevo desde el punto de vista católico, sino que es perfectamente congruente con él y, en particular, con el arzobispo de Granada. Como resalta la autora, el propio título está tomado del Nuevo Testamento, de san Pablo: «Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo» (Efesios 5:24. San Pablo repite la idea en esta y otras cartas).

Constanza no ha tenido que esforzarse rebuscando, podía haber tomado agravios similares de muchísimos otros pasajes de la Biblia. El Antiguo Testamento es un texto esencialmente misógino, empezando por la misma creación de la mujer: Dios la creó después que al hombre, para que no se sintiera solo, y quién sabe si para quitarlo de cualquiera sabe qué vicios. Y anda que tardó mucho la primera dama en causar la perdición de todo el género humano con su espantoso pecado, ¡no pudo comer otra cosa que una manzana! Se mereció lo que Dios «A la mujer le dijo: “Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”.» (Génesis 3:16).

Lo malo es que castigó también a Adán y a todos y todas los que vinimos después. (Seguimos este simpático mito hace tanto fulminado por la ciencia evolucionista). De hecho, ¿qué es la religión católica, sino la historia de la inacabable redención de la humanidad, de cada hombre y de cada mujer (menos la Virgen), por aquél frutal pecado de la inexistente Eva? Tuvo que venir, no otra mujer como sería lo previsible, sino un señor (de hecho, «el Señor»), Dios mismo encarnado, para arreglar el desastre: propiciando que lo mataran, con esa misteriosa lógica Suya. Pero con qué poco éxito, pues cada tierno bebé sigue viniendo al mundo como un maldito pecador. No sólo seguimos con el pecado original, sino que, si no lo evitamos contraviniendo Su voluntad, la mujer continúa pariendo con dolor.

Después de Eva, ya fue todo ir de malas con ellas, con una saña divina: «Yahveh habló a Moisés y dijo: Habla a los israelitas y diles: Cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días;… Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura.» (Levítico 12: 1, 2 y 5). En realidad, aunque esto no suele decirse, Dios impuso los 10 mandamientos pensando sólo en los hombres, como podemos deducir de Éxodo 20:17 (y Deuteronomio 5: 21): «No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.» Vemos cómo siempre que habla de «tu prójimo» el «tu» se refiere a un humano con testículos (los eunucos siempre contaban aparte).

Para qué seguir. Los creyentes católicos más progres están muy a disgusto con ese Dios del Antiguo Testamento que, además de misógino, era un tipo vengativo, iracundo, celoso y genocida. Como no hay por donde cogerlo, se concentran en el Nuevo Testamento. Pero hete aquí a Pablo —el verdadero fundador del cristianismo— diciendo muchas perlas como estas: «Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.» (1 Corintios 11:3). «Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea.» (1 Corintios 14:35).

Pero no importa, a quien hay que promocionar es a Jesús, y, así, nos lo presentan como un feminista avant la lettre. Sin embargo, Jesús ya trataba a su propia madre de una manera feílla; cuando ésta le pide el milagro de las bodas de Caná, «Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”.». (Juan 2:4). Y Jesús tiene el mismo desliz que Yahvé (¿una prueba de que era el Mismo?) cuando piensa solo en hombres al decir: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.» (Lucas 14:26). No cabía que «alguna» viniera donde Él, de hecho, no hubo sitio para una sola entre los 12 apóstoles.

En el trato de « perra » que Jesús dio a la mujer cananea parece que primó la xenofobia frente a la misoginia o el machismo, pero éste sí se aprecia aquí: «Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer —no por fornicación— y se case con otra, comete adulterio.» (Mateo 19:9). Ni planteaba que la mujer pudiera repudiar al marido fornicador. Por cierto, «marido» que Él nunca fue, pues se mantuvo soltero, cosa extraña, y hasta sospechosa, en su época.

¿Qué se trata de equívocos derivados del contexto histórico, de la deficiente transcripción evangélica…? Uno se pregunta cómo es que Dios no ha dejado mensajes inequívocos; el mismo Jesús, tantos años ocioso, ¿no pudo redactar unas líneas claras?: “Todos los humanos tienen los mismos derechos sin distinción de sexo…”

En fin, la Iglesia tuvo que seguir la enseñanza bíblica antifemenina por los siglos de los siglos, como todos sabemos. Baste una muestra de San Agustín, considerado el máximo pensador del cristianismo del primer milenio : « Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer… No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños. » 

En la actualidad, sabemos que la mujer es, en la jerarquía de la Iglesia, un bonito cero a la izquierda, y que no hay Estado más machista que el Vaticano. La Iglesia ha sido y es el principal enemigo en la lucha por la igualdad de la mujer, y ha traído y trae la desgracia en su vida personal a cientos de millones de ellas, privándolas en lo más íntimo de su propio cuerpo y propiciando la sumisión a los hombres que ahora nos recomienda sin pudor, y como católica coherente, la autora italiana. Ésta es probablemente una víctima de esa educación castrante que pone a una Virgen como modelo de madre, en un insulto a la inteligencia y a cualquier moral respetable. Dejemos que sea su Dios quien la perdone.


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