Nicolás Marrero
La sanción de Suárez no sólo resultó indignante para los uruguayos,
quienes nos preguntamos porqué no se aplica la misma vara para otras
jugadores que han realizado acciones extremadamente violentas. Con la
suspensión -la más dura en toda la historia de los mundiales-, Brasil,
Alemania u Holanda, se aseguran de sacar al temido goleador uruguayo del
mundial.
El hecho pone en evidencia las poderosas estructuras de poder políticas y
económicas que maneja la FIFA. Hace unos días Galeano calificó a este
organismo como una dictadura invisible, que maneja el fútbol como una
monarquía. “Nadie sabe los secretos de la FIFA, cerrados a siete
llaves”. Como cualquier empresa lucrativa, las decisiones no pueden ser
democráticas. Y como empresa lucrativa e internacional, su política debe
beneficiar las mayores ganancias de las grandes transnacionales. De
modo que para la FIFA y quienes patrocinan la copa, resulta
económicamente inconveniente que una selección como Uruguay elimine a
grandes potencias como Inglaterra, Italia o potencialmente, Brasil.
Para la organización de este Mundial, el poder de la FIFA se expresó en
hechos realmente dramáticos que hacen a su verdadera naturaleza, que no
es el fútbol. Desde 2007, cuando Brasil fue elegido como anfitrión de la
Copa del Mundo, la policía de Río de Janeiro mató a 885 personas por
año; 200 mil personas fueron desalojadas a la fuerza por distintas
construcciones relacionadas con el Mundial (Prensa Obrera, 26/06). El
gobierno de Dila Rousseff montó un verdadero Estado de excepción. Un
reciente documental “The price of the World Cup” muestra en imágenes y
datos esta realidad.
Al igual que el FMI la FIFA señaló que “ayudará a modernizar la sociedad
brasilera” y que trabajarán por el “interés común”. Sin embargo, los
países que organizan las Copas del Mundo deben someterse a la autoridad
de la FIFA, lo que incluye -en muchos casos- transformar la legislación
nacional, transfiriendo a este organismo los derechos de publicidad y
control del perímetro de los estadios. Un suerte de Estado soberano cuya
tarea es la apertura de un mercado millonarios para Adidas, MasterCard,
Coca-Cola y otros grandes capitales, en donde como advertía Havelange
“el fútbol es un producto nacional que debe venderse lo más sabiamente
posible”. El fútbol que debería ser la expresión deportiva de relaciones
sociales libres de toda atadura mercantil, de un hermoso y bello
deporte -que es también para muchos una pasión- es convertido en una
mmercancía, con las consecuencias vistas.
La “modernización” es, por supuesto, un cuento. De un modo similar a lo
sucedido en Sudáfrica, el Mundial de la FIFA habrá puesto de manifiesto
las enormes desigualdades existentes y despertado la deliberación y
movilización entre los trabajadores brasileños.
De esta manera, la suspensión de Luis Suárez manifiestamente injusta,
debe poner sobre la mesa el conjunto de las injusticias más atroces que
son parte de este Mundial, y cuestionar a los “dueños de la pelota”,
quienes con la complacencia de los gobiernos 'progresistas', oprimen a
los pueblos para garantizar un fenomenal negocio.
Se
publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
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