Pedro Salinas
Mar Marcos es doctora en Historia y profesora titular de Historia
Antigua en la Universidad de Cantabria. Ha publicado numerosos artículos
sobre la historia del cristianismo antiguo y la intolerancia religiosa.
Ella sostiene, por ejemplo, que, “la importancia de la herejía en el
cristianismo, a diferencia de otras religiones, como el judaísmo o el
islam, se debe en gran medida a la idea de comunidad”. Y es que, el
cristiano tiene una particular conciencia de pertenencia a una
colectividad a la que corresponde una única fe y un sistema de creencias
que no puede ser alterado. Porque cuando el cristiano adquiere y hace
suyo ese conjunto de verdades inmutables, renuncia a su espíritu
crítico, y de alguna manera abdica de su individualidad para formar
parte de un pensamiento único e indivisible, donde la disensión es
imposible.
Así las cosas, el cristiano radical se siente como una suerte de
custodio de la Verdad. Y todos aquellos que pregonen algo distinto a esa
Verdad y amenacen la unidad y dicho pensamiento único, son susceptibles
de ser atacados, discriminados, tildados de herejes y pervertidos. O de
“aberrantes”, que también. Basta revisar las últimas declaraciones
disparatadas de algunos congresistas que representan este tipo de
cristianismo talibán e intransigente. “En última instancia, el
matrimonio garantiza la supervivencia de la raza humana”, dijo Humberto
Lay, impregnando su frase de un dramatismo denso y pavoroso. “Para nada
interviene el elemento afectivo. Solo sirve para proveer el relevo
generacional”, añadió. El matrimonio solo sirve para procrear, o sea. Y
dijo más, claro. Como aquella otra desafortunada frase: “La Unión Civil
afecta a los niños y confunde sus mentes”.
Martha Chávez, en la misma línea que el anterior y dándole un sesgo más
“ecológico” a su argumentación, preguntó en voz alta: “¿Vamos a
conservar el agua, la tierra, el aire, y no las instituciones naturales
como el matrimonio, la familia?”. Y a esta, por cierto, le siguió el
legislador Julio Rosas: “La familia es una institución natural
establecida por el Creador”. El mismo Rosas luego deslizó que “no se
puede pedir derechos especiales”. Y bueno. Ya saben. La cereza sobre el
pastel homofóbico la puso Martín Rivas, quien no podía concebir que dos
personas del mismo sexo se amasen y encima tuviesen relaciones, porque
eso, desde su estrecha óptica, era una “aberración”.
En fin. Lo que queda claro es que, desde las curules congresales se nos
quiere imponer al resto de peruanos una manera de pensar y de vivir que
tiene que ver con idiosincrasias atávicas y religiosas, y no con
principios democráticos o la laicidad del Estado. Nos quieren inculcar a
machamartillo –y como sea– sus códigos confesionales e intemperantes,
que, como en este caso, excluyen a un grupo de peruanos que no tienen
los mismos derechos que los demás.
Y si estos personajillos de nuestra fauna política no son capaces de
darse cuenta de que, todos los ciudadanos debemos tener los mismos
derechos, porque su fanatismo les impide ver lo obvio, entonces que se
atengan a las consecuencias. Pues un poder que se manifieste a través de
la prohibición, del recorte de derechos fundamentales, de la exclusión y
de la humillación pública, es y será siempre despreciable e indigno de
acatarse.
Quienes aspiramos a vivir en un Estado aconfesional, laico, donde no
existan peruanos de segunda o tercera categoría, tenemos en este tópico
un combate que librar. En el Perú no puede haber minorías estigmatizadas
y discriminadas. En consecuencia, se debe buscar la manera de superar
este tipo de injusticias y desigualdades, promoviendo marcos jurídicos
que reviertan esta situación en la que las parejas heterosexuales tienen
determinados derechos que las parejas homosexuales no tienen.
Eso de padecer eventualmente de interferencias entre lo político y lo
religioso, es como volver al medioevo, donde todo aquello que no
encajaba en la ortodoxia cristiana era recusado, vilipendiado,
denigrado, y hasta incinerado en la hoguera. Y eso ya cansa, la verdad.
Porque en este país, muchas veces nos queda la sensación que no existen
ideas vanguardistas o atinadas, sino simplemente pareceres fundados en
supersticiones, o en conjeturas tribales.
Suena terrible. Pero es lo que constatamos cada vez que los Lay, Chávez,
Rosas y Rivas abren la boca para regurgitar sus dogmas enconados y su
homofobia larvada.
http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/el-medioevo-como-aspiracion-22-06-2014
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