El discurso triunfalista del gobierno de Ollanta Humala es una mala copia del triunfalismo de Alan García que afirmaba que el Perú ya estaba entrando por la puerta grande al Primer Mundo.
Alberto Otárola, jefe de DEVIDA, afirma muy orondo que en materia de erradicación de cultivos de coca el gobierno de Humala ha producido un “quiebre histórico”, bajando la superficie cocalera de 63,000 has del año 2011 a 49,800 has en este año, con una disminución del 20 por ciento en 34 meses.
Pero la erradicación por sí sola nunca ha sido ni será una prueba de éxito de la política antidrogas en ningún lugar del mundo si, además, no se controlan los insumos y el lavado de activos. Hoy en día el Perú es una gigantesca lavandería de dinero del narcotráfico.
No solo eso. Las cifras oficiales reducen a 3,070 las 20 mil has existentes en la Triple Frontera (Perú, Brasil y Colombia) y minimizan las superficies de coca del Putumayo, Pichis-Palcazu y Kosñipata. Pero eso no es lo peor. Reconociendo el relativo éxito de la erradicación, la decisión de encargar el desarrollo alternativo a Agricultura y de evitar una nueva conflagración erradicando compulsivamente la coca en el VRAEM, lo peor es que la política antidrogas que ejecuta Humala, siguiendo al pie de la letra el catecismo antidrogas estadounidense, nos ha convertido en el mayor productor mundial de cocaína.
Para Estados Unidos la lógica de la guerra antidrogas es funcional a sus intereses geopolíticos. Pero para el Perú esta misma lógica está condenada a generar más violencia, corrupción, abuso contra los derechos humanos, más pobreza e injusticia.
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