Silvia Ribeiro
La producción industrial de carnes y
sus derivados se está convirtiendo en un enorme problema de
contaminación ambiental y despojo de tierras y agua. Es también uno
de los mayores factores de cambio climático y el principal destino
global de los cultivos transgénicos. Por si fuera poco, la cría
industrial confinada de animales se caracteriza por la crueldad y
debido al hacinamiento y la gran cantidad de antivirales y
antibióticos que se aplican, es un criadero de nuevas enfermedades
animales y humanas, como la gripe aviar y la gripe porcina. El
origen de ésta última, por ejemplo, se detectó en Perote, Veracruz,
en los criaderos de cerdos de Granjas Carroll.
Estos y otros datos que necesitamos conocer sobre esta industria,
porque afectan nuestra vida, la naturaleza y el ambiente de muchas
maneras, forman parte del Atlas de la Carne, una nueva publicación
de la Fundación Heinrich Böll, elaborada en colaboración con otras
organizaciones e investigadores.
El caso de Granjas Carroll en México es un ejemplo paradigmático de
muchos de los impactos y modos de operación que caracterizan a esta
industria.
La empresa fue comprada parcialmente en 1994, por Smithfield
Company, trasnacional estadunidense que era la mayor productora
mundial de carne de cerdo y que al llegar a México intensificó y
aumentó su producción aún más. Smithfield se trasladó a México
huyendo de varias demandas millonarias por la grave contaminación
provocada por sus instalaciones en Estados Unidos. Llegó aquí
aprovechando la falta de regulación y fiscalización que México
ofreció, de facto, como ventaja comparativa en el TLCAN, a las
industrias contaminantes de Norteamérica. La contaminación y las
protestas de los habitantes de pueblos vecinos, afectados por el
envenenamiento de sus suelos, aguas subterráneas y aire no tuvieron
aquí consecuencias para Smithfield. Los gobiernos de Puebla y
Veracruz se encargaron de criminalizar y perseguir a las víctimas
que protestaron por la contaminación.
En 2013, la mayor procesadora de carne de China, Shuanghui, compró
Smithfield, en una operación típica de la actual tendencia global de
esta industria: megaempresas procesadoras de alimentos de Brasil,
India y China han ido comprando empresas de producción, faena y
procesamiento de carnes, lácteos y huevos en todo el mundo.
Actualmente, JBS SA, de matriz brasileña, es la mayor productora
global de carne vacuna y luego de la adquisición en 2013 de Seara
Brasil, también la mayor productora global de aves. JBS está entre
los 10 procesadores de alimentos más grandes del planeta y es líder
en capacidad de faenado. Supera en ingresos anuales a tradicionales
gigantes de la industria alimentaria, como Unilever, Cargill y
Danone.
JBS tiene capacidad para faenar diariamente 85 mil cabezas de ganado
bovino, 70 mil cerdos y 12 millones de aves, que distribuye en 150
países. Le siguen en volumen Tyson Foods y Cargill. Esta última
tiene un cuarto del mercado cárnico de Estados Unidos y es la mayor
exportadora de carne en Argentina. En cuarto lugar está Brasil Foods
(BRF), producto de la fusión de las megaempresas Sadia y Perdigão en
2012. Antes de la compra por parte de Shuanghui, Smithfield ocupaba
el séptimo lugar entre los procesadores de alimentos a escala
mundial.
México, con condiciones como las que otorgó a Granjas Carroll, ha
pasado a estar entre los 10 países con mayor producción de carne
vacuna, porcina y avícola a escala global. Empresas trasnacionales
dominan la industria, desplazando en las pasadas dos décadas a
muchos productores nacionales chicos y medianos.
La industria de la carne no se ha detenido y sigue buscando escalas
cada vez mayores. La concentración se da en dos niveles: a través de
fusiones y adquisiciones –creando empresas cada vez más grandes– e
intensificando la producción: aceleran el crecimiento
artificialmente, agrandan los centros de cría, aumentan la cantidad
de animales por superficie y el ritmo de procesamiento.
Este tipo de cría confinada se basa exclusivamente en forrajes
industriales. Han sustituido los diversos cultivos que se usaban
antes, por soya y maíz transgénicos. Actualmente el 98 por ciento de
la producción global de estos dos granos transgénicos va para
forrajes y unos pocos usos industriales más. México no es la
excepción: mientras que la producción nacional de maíz no
transgénico es excedentaria para consumo humano y para varias otras
actividades, las empresas de todas maneras importan maíz transgénico
para forrajes de cría industrial animal, una necesidad creada por
ellas mismas, que además de alimentar a esta devastadora industria,
coloca en riesgo de contaminación al maíz, en su centro de origen.
Las grandes instalaciones de cría animal industrial eliminan fuentes
de ingreso para millones de campesinos y pequeños ganaderos a escala
mundial, al tiempo que reducen las opciones de los consumidores.
Aumentan las ganancias de trasnacionales, accionistas e inversores,
a costa de poner en riesgo la salud, causar sufrimiento animal,
eliminar la diversidad de razas, minar la seguridad y soberanía
alimentarias, contaminar y abusar del agua, entre otros impactos.
Seguiremos presentando aspectos de esta industria y también las
alternativas a este nocivo desarrollo.
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