Gustavo Espinoza M.
El próximo 5 de octubre se celebrarán en el Perú comicios para Concejos
Municipales, así como gobiernos Regionales en todo el país. En un
escenario complejo, signado por una costosa ofensiva desplegada por los
grandes medios de comunicación al servicio de la clase dominante, por
las debilidades e inconsecuencias del gobierno del Presidente Humala, y
por la carga sostenida por la Mafia empeñada en recuperar instancias de
poder; estas elecciones lucen confusas y contradictorias.
En muchos casos, incluso, no resulta fácil identificar candidatos que,
carentes de ejecutoria y programa, ofrecen el oro y el moro al
electorado para que los beneficie con su apoyo. La crisis de los
Partidos Políticos -incluidos los de la Izquierda-, agrava en extremo la
situación, y genera un escenario que llama a muchos a al escepticismo y
el desgano.
De todos modos, luce indispensable distinguir las fuerzas actuantes,
diferenciando a quienes tienen una voluntad constructiva, de los que
avivan expectativas incompatibles con la vida nacional. Y esto, hay que
observarlo en las principales plazas electorales, y particularmente en
Lima.
En la ciudad capital, lo que está en juego es el Concejo Municipal, que
fuera ganado por las fuerzas progresistas, lideradas por Susana Villarán
en el 2010; y que sufre hoy el acoso agresivo de una derecha
envilecida, la más feroz y perversa -probablemente- de América Latina.
Hoy, el mismo segmento que derrotara a las fuerzas conservadoras hace
cuatro años, busca la ratificación de electorado en el Municipio
Provincial. Ha cumplido, en lo fundamental, una gestión eficiente,
aunque no exenta de errores y deformaciones. Su línea básica de trabajo,
ha sido la honradez y la transparencia, con la que se ha ganado el
apoyo de unos pero, al mismo tiempo, el encono y la violenta resistencia
de otros.
Susana Villarán optó, finalmente, por acudir al expediente de la
reelección, habida cuenta del casi nulo- trabajo político de las fuerzas
progresistas que no atinaron a buscar una alternativa más atractiva
para electorado. Consciente que esa era una suerte de aventura, optó por
ella con la idea de asegurar proyectos en marcha que no deben ser
revertidos, como anhelan sus adversarios, que son también enemigos del
avance y el progreso.
La Villarán representa un segmento democrático y progresista. En un
esfuerzo de imaginación política, algunos la han considerado “de
izquierda”. Objetivamente no lo es. Su ligazón con grupos
contrarrevolucionarios cubanos, su amistad con Yoani Sánchez, su actitud
ante Venezuela y el proceso emancipador de América Latina, no la
califican de “izquierda”. Pero es honrada, y tiene en mente enfrentar a
la Mafia que acosa el Poder. Eso le permite definir mejor lo que ocurre
hoy en nuestra capital.
Desde la Izquierda, hay quienes objetan a
la Villarán porque aseguran
que pactó con una fuerza de derecha amagada también por la corrupción
-el Partido de Alejandro Toledo-, y que desdeño una alianzan franca y
abierta con la “izquierda oficial”, varios partidos de muy poco peso
electoral empeñados en afanes de orden estrecho y personal. Las dos
cosas son reales, y sin duda, generan una base de escepticismo
que debilita su impulso. Pero es indispensable considerar que ambos
elementos son relativos, y no inciden en el escenario que está en juego.
La conexión con Perú Posible -el Partido de Toledo- no es nueva.
Se generó hace más de quince años, a fines del siglo pasado, en la lucha
contra el régimen fujimorista. Y no incluye, ningún contubernio, ni una
supuesta “protección” a acciones ilegales de cualquier naturaleza.
Implica, simplemente, una suma de voluntades en la lucha por afirmar una
cierta plataforma democrática que registra todas las limitaciones de lo
que los comunistas llamamos, con legítimo derecho, la “democracia burguesa”, es decir un régimen que reconoce derechos formales -muy útiles sin duda- pero que no democratiza realmente la vida nacional.
En cuanto a lo otro, hay que adjudicarlo más a las debilidades e
incoherencias de movimientos que carecen de actividad constante, que
sólo asoman en contiendas electorales en procura de algún puesto, o en
aspiración de una prebenda de escasa consistencia. En realidad, esas
fuerzas debieron alcanzar vida concreta y diseñar un escenario mejor
para el país, pero en los hechos renunciaron a ello por desidia y
torpeza. Objetivamente, no hay motivo de queja. Por ahora, apenas tienen
algo más de dos semanas para corregir su rumbo y decidir el voto por
Susana, porque no tiene otra opción.
Hay que percibir que lo que existe hoy no es una confrontación entre la
derecha y la izquierda. Menos, un deslinde entre fuerzas revolucionarias
y sectores reformistas. Ni siquiera entre “consecuentes” o
“inconsecuentes”, “unitarios” o “divisionistas”. Lo que esta en juego, realmente, es la lucha entre la Mafia, y la Anti Mafia. De
eso, hay que tener conciencia plena. La Mafia está encarnada en García,
Keiko y Castañeda. Son personajes a los que podría adjudicarse la
celebre frase de González Prada dedicada a Pierola: “con una mano deja manchas de sangre y, con la otra, rastros de lodo”.
La Mafia está nucleada, en la coyuntura, tras el membrete de
“Solidaridad Nacional”, el estandarte amarillo, y la candidatura de Castañeda Lossio.
El APRA y el fujimorismo, tienen candidatos “propios”, pero
virtualmente los han abandonado a su suerte sin rubor, para proclamar
sus votos reales por la candidatura de “El mudo”, a quien
consideran la figura de “mayor fuerza”. Y es que lo que quieren
-obsesivamente- es cerrarle el paso a Susana Villarán. Y no por lo que
es, sino por lo que significa: la fuerza anti Mafia que los derrotó el 2010, y volvió a vencerlos en junio del 2011.
Y es que ellos ven con más claridad que algunos dirigentes de la
izquierda, el escenario nacional. Y proyectan su estrategia con miras a
los comicios presidenciales y parlamentarios del 2016. Saben que una
victoria suya en la consulta electoral que se avecina, los colocará en
óptimas condiciones para competir en los comicios próximos. Y que, en
cambio, una derrota, será el preludio de una catástrofe quizá definitiva
para sus aspiraciones. Y eso, es lo que se decide en esta
circunstancia.
Las candidaturas de Salvador Heresi o Fernán Altuve, - artificialmente
infladas por la propaganda en el empeño por relegar a la Villaran- son espejismos.
Como lo son también las “encuestas” que asignan a Castañeda una
preferencia virtualmente inalcanzable con relación a sus adversarios.
Puede ser que, efectivamente, el principal candidato de la Mafia bordee
ahora el 40% de las opiniones encuestadas; pero es verdad también -y
eso, lo callan- que el 54% de los electores aún no han definido su voto. Cuando lo haga, la contienda estará resuelta.
Hay razones para “desconfiar” de la administración Villarán en el plano
de la eficiencia, y de la consecuencia; pero no de la honradez, ni de la
transparencia. Pero ése, es un tema muy complejo que se proyecta aquí
en las más diversas circunstancias. Pero votar por ella no es “optar por
el mal menor”. Es decidir por una opción correcta en ésta coyuntura.
Y es que no hay razones para “confiar” las cosas a una sola persona. No
son las personas, finalmente, las que tienen en sus manos la solución de
los grandes problemas. Ellas pueden obstruir, o facilitar, el progreso.
Pero este depende de los pueblos: de su unidad, organización,
conciencia y cultura, además de su intrínseca capacidad de lucha. En
otras palabras, del trabajo de todos, que tenemos el deber irrenunciable
de desplegar.
La tarea de hoy no consiste en regatearle mezquinamente méritos a nadie, sino en trabajar esforzadamente “desde abajo” por construir los elementos del cambio que el país requiere.
Bien podría ser ése el aporte de honor de una izquierda verdaderamente
identificada con el sabio mensaje de Mariátegui, con la austera
severidad de Vallejo y con la sensibilidad telúrica de José María
Arguedas.
Se publica este artículo con el permiso
del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su
libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario