18 de septiembre de 2014

¿Provocará la inviabilidad gringa un colapso global?

Guillermo Giacosa

Que hoy que escribo sea 11 de setiembre me obliga a recordar que hubo otros 11 de setiembre, igualmente dolorosos para los seres humanos que, directa o indirectamente, los padecieron y que fueron igualmente significativos para la historia.

La prensa, servidora fiel, generalmente destaca, con fingido dolor, cuando en la fecha aquella se afectó al único país cuyo sufrimiento estamos obligados a compartir. Y no nos cuesta hacerlo, pues somos muchos quienes creemos que todos los seres humanos pertenecemos con plenos derechos a una misma especie y tenemos una insoslayable unidad de destino.

Cada muerte injusta, por tanto, nos debiera afectar a todos. No siempre es así. No siempre la prensa retrata con los mismos colores y palabras similares la muerte de un niño palestino y la muerte de un niño israelita.

Tampoco refleja el mismo espanto ante bombardeos a poblaciones civiles efectuados por aviones sin piloto, colmo de la cobardía que hoy festejan quienes manejan la historia desde los medios, con el único espanto oficialmente real que fue el ataque con aviones comerciales, colmo del fanatismo, a las Torres Gemelas. Pero hay otro hecho además.

De otros 11 de setiembre se sabe hoy todo: Cómo se originó, quién lo financió, cuántos murieron, qué ocurrió después, etc. Del sagrado 11-S gringo aún no se sabe nada y es considerado un insulto a la patria de las barras y las estrellas, o de los barrotes y las calaveras como la ven otros, pretender investigaciones que contradigan la versión oficial. Las dudas que eran inmensas, en la actualidad casi ni siquiera son dudas, pero permanecen oficialmente silenciadas.

Hoy –gobernado EEUU por un idiota que no era idiota pero que el cargo convirtió en tal- nos vemos obligados a decir que el primer presidente negro de los EEUU carece del alma inmensa de Martin Luther King, de los testículos admirables de Malcom X, de la bondad conmovedora de Nelson Mandela, del compromiso militante de Desmond Tutu, del coraje cívico de Rosa Parks, del verbo libre de Angela Davis y de casi todas las virtudes de gente de su color que, seguramente, ensayó una sonrisa cuando supo que el presidente de un país cultor obsesivo del racismo, era, increíblemente, un negro.

Ojalá, pienso hoy, hubiese triunfado ese patán desarticulado llamado MacCain o la chiflada del Tea Party de Alaska. Con ellos esto que ocurre en gran parte del planeta que lidera EEUU nos hubiera parecido, desde el inicio, lo que realmente es: un camino sin regreso al infierno.

Obama creó una ilusión. Dio un respiro a la superpotencia agotada, hizo como que ofrecía una alternativa. Pero, desgraciadamente, los engranajes reales del poder al interior de los EEUU no pasan por el Poder Ejecutivo y cualquier cambio, aunque solo sea cosmético, enfurece a quienes, acostumbrados a mandar desde siempre, han perdido definitivamente la vieja brújula que le solía indicar hasta dónde se podía llegar. Hoy van a por todo. Y la historia demuestra que esa, precisamente esa, es la aventura fallida.


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