Guillermo Almeyra
Este domingo, en la segunda vuelta de la elección presidencial brasileña
y primera de la uruguaya, se juega mucho más que el futuro equilibrio
político en los países respectivos.
Brasil, en efecto, es el país más extenso y poblado de toda la llamada
América Latina, con sus 200 millones de habitantes, es una de las
llamadas “potencias emergentes” que forman el grupo BRICS con Rusia,
India, China y Sudáfrica, posee la economía más fuerte del MERCOSUR y de
la UNASUR y es el centro de las inversiones chinas en la región y el
principal socio comercial de la Argentina y un importante sostén para
las economías cubana y venezolana. Uruguay, por su parte, a pesar de su
pequeñez y de su escasa población de 3.4 millones de personas, desempeña
en el MERCOSUR un papel de bisagra entre Brasil y Argentina, sus
vecinos más poderosos y está más ligado a Brasilia que a Buenos Aires.
Tanto Brasil, en varios momentos de su historia, como Uruguay, han
sufrido las presiones de las grandes potencias colonialistas y, desde el
siglo pasado, de Estados Unidos, que buscaban utilizar a estos países
(y a Chile) como peones contra la más díscola Argentina, que tiene
fuertes tradiciones nacionalistas e incluso recurrentes veleidades de
potencia regional.
Durante los ocho años (2003-2011) de gobierno de Luiz Inácio“Lula” da
Silva, y de Dilma Rousseff, que cesará su mandato en el 2015 y se ha
postulado para la reelección, el gobierno del Partido de los
Trabajadores (PT) llevó a cabo una política económica de tipo neoliberal
de alianza con el gran capital extranjero y el agronegocio, pero con
ribetes asistencialistas y planes sociales que, ahora, cuando la crisis
mundial aprieta también a Brasil, la oligarquía local y el gran capital
consideran un despilfarro que afecta su tasa de ganancias. En el plano
internacional, en cambio, y sobre todo en el sudamericano, Lula (y en
parte también Dilma Rousseff) mantuvieron en cambio una política
integracionista con sus vecinos, defendiendo su independencia.
El gobierno del PT ahora está siendo jaqueado por la derecha clásica que
ha sumado a sus fuerzas importantes sectores de las nuevas clases
medias conservadoras (desarrolladas por el mismo PT) y, a la izquierda,
por el descontento social difuso y por una extrema izquierda inmadura y
sectaria que condena la política conciliadora con el gran capital del
gobierno del PT sin darse cuenta de que, al no ofrecer alternativas
viables, trabaja en realidad para la derecha y lleva al país a salir de
Guatemala cayendo en Guatepeor.
En Uruguay el primer gobierno del Frente Amplio, con el Gran Maestre
masón Tabaré Vázquez como presidente de la República, fue más que
moderado, tuvo una política extractivista lesiva para el ambiente y
estuvo marcado por la tensión con Argentina y por los constantes
intentos de firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. El
ala centroderechista presidida por Vázquez-Danilo Astori fue derrotada
en el 2008 en el Congreso del Frente Amplio donde triunfó el centro, que
impuso a José Mujica como candidato a presidente; éste también llevó a
cabo una política una política antiambiental, impulsó la gran minería y
chocó con los sindicatos pero amplió los derechos civiles y mantuvo una
política latinoamericanista. Sin embargo, apoya ahora a Vázquez en su
nueva candidatura que toma como modelo Bachelet u Hollande, es resistida
por buena parte de los militantes frenteamplistas y que no despierta
simpatías en los sectores urbanos más pobres, lo cual da posibilidades a
la derecha histórica en caso de ballotage.
De modo que las amenazas a la continuidad de la integración
latinoamericana y del apoyo a Venezuela y Cuba y al funcionamiento sin
problemas mayores del MERCOSUR provienen de la posibilidad de un viraje a
la derecha de los gobiernos del MERCOSUR, en lo inmediato en Brasil y
en Uruguay y en octubre del 2015 en Argentina. Sin duda la crisis
mundial y sus efectos en esos países contribuye poderosamente a este
cambio político pero la derecha no está más fuerte porque crezca
electoralmente (por el contrario, sus votos no aumentan e incluso
disminuyen) sino porque las políticas neoliberales de los gobiernos
“progresistas” han desilusionado a muchos de sus antiguos simpatizantes y
desmoralizado y desmovilizado a otros.
En Brasil, Dilma probablemente ganará por unos pocos puntos y en Uruguay
es muy posible que gane el Frente Amplio. En Argentina también es
previsible que en el 2015 gane un candidato peronista mucho más a la
derecha que el gobierno kirchnerista actual. Lo importante será saber si
esos ganadores centristas y conservadores podrán contar con una mayoría
parlamentaria sólida, como hasta ahora o si se abrirá una guerra de
usura en el Congreso y una fase continua de negociaciones, empates y
compromisos podridos y, sobre todo, qué capacidad de movilización
popular podrá mantener el núcleo duro petista, frente amplista o
kirchnerista, que conservaría un 25 por ciento de los votos a sus
candidatos.
En efecto, si en Brasil hay una importante ultraizquierda sectaria
reacia a hacer política, no hay en cambio una fuerte izquierda en el PT,
que se burocratizó y desorganizó en el gobierno y lo mismo pasa en el
Frente Amplio uruguayo y en Argentina. Ante la ofensiva social de una
derecha débil, pero cuya fuerza principal consiste en el apoyo del gran
capital extranjero y ante el vacío de ideas y propuestas para salir de
la crisis capitalista por la izquierda, lo esencial es medir bien cuál
es la situación y cuál es la real disposición de la mayoría de los
trabajadores para combinar la resistencia a la inevitable ofensiva de la
derecha con la construcción de poder popular y local y de una
alternativa.
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