Xulio Ríos
En China se ha seguido con natural preocupación el reciente viaje del
primer ministro Shinzo Abe a EEUU. Previamente, el 22 de abril se habían
reunido en Yakarta Abe y Xi Jinping en el marco de la cumbre
Asia-África 2015, un encuentro que se produce apenas seis meses después
del laborioso encuentro de Beijing en el marco de APEC que puso un
moderado fin a una larga escalada de desencuentros entre China y Japón.
La visita de Abe a EEUU se saldó con la aprobación de unas nuevas líneas
directrices en materia de defensa que eliminan los actuales límites
geográficos para las actividades de las fuerzas de defensa niponas.
Washington reafirmó el criterio de que las Diaoyu-Senkaku, islas bajo
administración japonesa que China reclama, se encuentran al abrigo del
tratado de cooperación mutua y seguridad suscrito en 1952, lo cual echa
por tierra la reiterada promesa norteamericana de neutralidad en dicho
litigio.
La alianza bilateral EEUU-Japón pasa de tener alcance bilateral a global
y su primer impacto es de carácter regional en el marco de la
estrategia de “reequilibrio” de Asia-Pacífico, es decir, de contención
de China. Esto supone un cambio significativo en la disposición de Japón
para implicarse en la seguridad regional de la mano de EEUU. Quizá por
ello, el Diario de Pueblo no se mordió la lengua al afirmar que Abe “más
que un nacionalista es un líder pro-EEUU” que pretende usar la alianza
con Washington para maximizar los intereses de Japón en aras a
finiquitar las hipotecas derivadas de la II Guerra Mundial y el orden de
posguerra.
El paso dado por Japón, asumiendo como propio el interés de EEUU en
reforzar su rol y poder en la región, diluye más aun la posibilidad de
configurar en Asia-Pacífico un marco de seguridad que responda a claves
autóctonas y tendrá consecuencias importantes en la estrategia a seguir
por los diferentes actores. En unos días, el primer ministro indio,
también objeto de sugestivos guiños por parte de la diplomacia
estadounidense, visitará Beijing con una agenda en la que sobresalen las
disputas fronterizas. Por el momento, Nueva Delhi trata de mantener
distancias entre China y EEUU, si bien acerca posiciones con Vietnam en
sus diferendos con China. Los países de ASEAN no las tienen todas con el
gigante asiático quien ha respondido con una activación de la
diplomacia de vecindad con el objeto de evitar la formación de alianzas
de conveniencia en contra de sus intereses.
A la orientación occidental de la estrategia nipona se suma el auge del
negacionismo y revisionismo histórico. La renuncia a pedir disculpas por
las atrocidades cometidas durante la II Guerra Mundial y la reiteración
de polémicas versiones en los manuales escolares de historia junto a
las ambigüedades respecto a las “mujeres de consuelo” o las visitas de
altos funcionarios al santuario Yasukuni mantienen abierta una dolorosa
herida. La declaración de Shinzo Abe ante el Congreso de EEUU el 29 de
abril supo a poco en Beijing y Seúl y poco esperan de su mensaje el
próximo 15 de agosto.
Mientras, China fortalece su alianza con Rusia para preservar el legado
de la contienda ofreciendo una versión contrastada de aquel episodio
como contrapunto a la escandalosa y delirante apropiación occidental de
la victoria contra el nazismo y el militarismo japonés. Por primera vez,
tropas del Ejército Popular de Liberación desfilarán en la Plaza Roja
el 9 de mayo con motivo del 70 aniversario del fin de la guerra.
Japón y EEUU dicen compartir la preocupación por lo que denominan
“exhibición de fuerza” de Beijing en el Mar de China meridional y ambos
se comprometen a preservar la “libertad de navegación”. Pero lo que está
en juego en realidad es la capacidad de la propia Asia para traducir en
términos de seguridad el auge de las economías de la región. Sin
control autóctono de dichas claves, su primacía en el orden económico no
derivará en un incremento sustancial de su influencia política global.
Para lograrlo es indispensable el entendimiento sino-japonés y también
con India.
En tanto en cuanto EEUU encuentre en la región posibilidades de activar
los recelos y temores frente a la emergencia china, esta estrategia
tiene ciertos visos de futuro. Por ello, Beijing debiera dedicar más
esfuerzos no solo a ampliar las dotaciones comerciales, económicas y
financieras destinadas a la región, confiando en que estas solucionen
todo lo demás, sino a promover medidas de confianza política que disipen
y neutralicen las reservas que anidan en varias capitales.
Se
publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
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