Claudia Cisneros
Espacio-tiempo. Nadie elige su lugar de nacimiento, nadie sabe cómo, cuándo ni dónde morirá (con excepciones). Los pueblos indígenas no eligieron nacer ni morir aquí. Y sin embargo siguen viviendo, siguen siendo, y lo hermoso de su existencia es que son el vivo ejemplo de que el neoliberalismo, el capitalismo y el lucro individual no son la única forma de vida para todos y todas. Y quizá por eso los neoliberales prefieren su muerte bajo la forma de colonialismo, extractivismo y dominación cultural, pues la presencia indígena les recuerda que otro mundo es posible, que se puede convivir en comunidad con una economía por y para la comunidad.
Espacio-tiempo. Durante muchos siglos la propiedad privada fue un pretexto para excluir otras formas de vida, para excluir a mucha gente de la vida política y para excluir a muchos pueblos del ejercicio de derechos civiles y culturales. Y así, cuando el espíritu capitalista empezó a impregnarse en la mentalidad del mundo occidental europeo –activando el surgimiento del liberalismo económico– lo hizo en razón de la propiedad privada y del comercio a gran escala, y por el primado de la racionalidad instrumental concentrada en el comercio de las cosas y desvinculada del entorno y la vida de las personas. A la larga estos procesos se deformaron en un modelo que hoy en parte es causa de muchos males y de muchas formas de exclusión e imposición, como sucede, por ejemplo, con nuestros hermanos indígenas dispuesto a reivindicar su derecho a existir por encima del lucro, de las tasas de interés y del capitalismo saqueador.
Espacio-tiempo. Somos mayoría los nacidos –sin elegirlo tampoco– insertos en una cultura impregnada por el sistema del capital y las inversiones que lo determinan y mueven todo o casi todo. No es que el lucro, la ganancia o el deseo de acumular no hayan existido antes; ni que se les condene o demonice per se. Lo que genera malestar es que ese sistema se oponga a cualquier forma de vida modelada por lo no cuantificable: principios, ética, empatía, reconocimiento y respeto del otro. Lo que es reprobable es que no nos cuestionemos nuestro irreflexivo afán por imponerlo asumiendo que es universal y deseable porque no existe otra forma de imaginarnos.
Porque no tienen objetos sofisticados, acumulación, lujos o accesorios que nos hemos habituado a considerar indispensables o básicos, no significa que la vida indígena sea menos plena o menos satisfactoria (¡todo lo contrario!). Tampoco significa que no haya algunas cosas de nuestro modelo de desarrollo y cultura que no vean como bienvenidas, pero tienen igual derecho que nosotros a escoger qué quieren mantener de su modelo y qué quieren incorporar de nuestro mundo. Pero esto debe pasar por propio reconocimiento y aceptación, y no por imposición o mero interés de hacer dinero con ellos y los recursos que sustentan sus modos de vida de no lucro.
No es fácil hacer el ejercicio de mirar a otros con respeto por su modo de vida tan distinto. Es difícil salirse del propio mundo y mirar desde afuera otros mundos posibles. ¿Cuál es la ventaja que creemos tener sobre ellos? ¿Que somos más? ¿Que tenemos más cosas? ¿Qué hemos “resuelto” asuntos de necesidad de las grandes urbes? Eso que nos tocó a nosotros, no significa que sea lo que ellos necesitan o quieren. Caemos en la común falacia de proyectar nuestras necesidades en ellos. Es difícil para muchos pensar en ellos como iguales en derechos, en respeto. Cuánta gente existe –hasta mandatarios– que los menosprecian por no ser parte de los patrones y modelos que manejamos, sin respetar sus propios conocimientos y prácticas.
Es difícil a veces no pecar de idealistas, de etno-occiden-centristas, incluso de paternalistas. Pero si algo deberíamos hacer valer de la “civilización” de la que nos jactamos, es precisamente respetar la dignidad y autonomía de otras culturas que han nacido y crecido de forma distinta. Ponernos por encima de nuestras soberbias, ambiciones u ombligos y mirar cómo otros han elegido quedarse con la forma de vida en la que nacieron insertos, y cómo con ello son plenos en lo humano. No podemos seguir violentando su modo de vida, su derecho a la diferencia y a la vez a la equidad. No podemos seguir teniendo Baguas porque una élite política y económica, con agenda común de lucro inmediato por sobre cualquier otro derecho o valor, violentan las vidas de los demás abusando de un poder prestado. Eso es aceptar el capitalismo, no como una posibilidad de desarrollo, sino como un objeto de culto que se pretende imponer. Es la violencia bajo el disfraz de la inversión.
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