24 de junio de 2015

El Papa verde y el depósito de porquería


Rocío Silva Santisteban

Jorge Mario Bergoglio asumió el nombre de Francisco, cuando fue considerado líder espiritual de los 1,200 millones de católicos, por dos motivos que explicó en su momento: Francisco de Asís es uno de los íconos de la iglesia que apostaron por la austeridad radical, siendo de origen de ricos mercaderes, y porque consideró a todos los seres del universo, incluso a las hormigas, como sus “hermanos” o “hermanas” en una comunión cosmogónica. Precisamente siguiendo los paradigmas del santo de Asís, Bergoglio ahora ha lanzado un llamado a la humanidad y no solo a los católicos: su Laudatio Si es una encíclica para cambiar radicalmente nuestro modo de vida: “en tiempos de crisis tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto (…) este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción, de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos”. 

Wilfredo Ardito, en un texto dedicado a analizar la encíclica, sostiene que han sido pocos los que han tratado de hacer lo propio en el Perú: no es tan cierto, la están analizando, pero para deslegitimarla o destruirla. Desde diferentes espacios conservadores, como El Montonero o las columnas y el editorial del diario El Comercio, han minimizado la tremenda fuerza de esta carta a “toda la humanidad” por su cuestionamiento fortísimo al modelo de desarrollo actual. 

El texto que está inspirado en documentos como los de Aparecida, o cartas de comisiones episcopales tan diversas como las de Bolivia y Alemania, defiende una idea fuerza que nos reta: hay que dejar el antropocentrismo para poder salir del atolladero del cambio climático y la destrucción de los ecosistemas. Eso implica, por supuesto, también otra exégesis bíblica que difiera de aquella que justifica el “dominio del hombre”; por eso en su segunda parte la encíclica desarrolla un cuestionamiento profundo del antropocentrismo desde una teología franciscana. La encíclica apuesta por re-pensar el mundo que “no es dado” y que no puede ser percibido como al servicio de un centro humano autoritario sino como un préstamo, un encargo, una responsabilidad. 

Hay algunos elementos que debemos de considerar como fundamentales en su propuesta: por ejemplo lo referido a la propiedad privada. El Papa Francisco no considera a la propiedad privada como el núcleo duro de la civilización y nos recuerda que “hay una tradición cristiana de su cuestionamiento” y aclara que “el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales [de los pobres] les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”.

¡Estructuralmente perverso! Palabras fuertes para una situación que, en realidad como lo hemos comentado desde esta columna y otras, en nuestro país se está definiendo con los paquetazos ambientales, sobre todo, con la inconstitucional Ley 30230 que permite la “flexibilidad” en la enajenación de tierras de las comunidades indígenas y nativas. No olvidemos que en América Latina las concesiones para industrias extractivas o para monocultivos han cercado las propiedades de los pueblos indígenas reduciéndolas muchas veces a su mínima expresión o sobornando a sus dirigentes para que se desnaturalice la posesión.

Entre otros muchos temas, uno fundamental es el cuestionamiento a la cultura del descarte. Creo que en ese sentido la frase más fuerte de todo el texto es la siguiente: “La tierra, nuestra casa, parece convertirse en un inmenso depósito de porquería”. Y si bien es cierto que se refiere a bienes muebles o inmuebles, también a maneras de pensar, porque uno de los elementos que critica es la acumulación de información sin procesar que viene de la maravillosa red de redes, pero que con mucha dificultad, hoy en día, se convierte en conocimiento. Por eso esa saturación de información “no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad”. El futuro no puede ser breve, menos saturado de sucios y torpes. ¡Todavía estamos a tiempo para evitarlo! 

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