27 de noviembre de 2015

Guerra mundial de nuevo tipo

Diego García Sayán

La beligerancia sin límites del “Estado Islámico” (EI) es una amenaza a la paz mundial de una dimensión que no se presentaba desde la Segunda Guerra mundial. La mano del EI golpea centralmente en donde monta su califato (Siria/Irak); pero, a través del terror, la intimidación y la propaganda tiene dramático protagonismo en muchos países, entre ellos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. 

Sería un error, sin embargo, reducir al EI a su condición de “terrorista” (que, sin duda lo es de manera exponencial)  y darle respuestas clásicas. Terroristas, sí, pero expresión de procesos y dinámicas complejas que tienen que ser abordadas de manera coherente para poder realmente derrotar al EI. Hay cuatro asuntos particularmente destacables en todo esto. 

El primero es el de la composición y naturaleza de la “gran coalición” que se estaría esbozando con el impulso francés. Ese paso es indispensable. Dentro de un escenario en el que la amenaza es para todos, es obvia la necesidad de una coalición que articule no solo a los países de la OTAN, sino a Rusia y a China. 

La fuerza por derrotar es muy grande: más de 36 grupos en el mundo con militantes dispuestos a inmolarse y un número de combatientes –que algunos estiman en  más de 100,000 en Siria/Irak– bien organizados y con buena estrategia militar. Sin embargo, el camino entre los potenciales “aliados” no es fácil, como lo demuestran hechos graves como el derribo este martes del Sukhoi ruso por Turquía. Si a mediados del siglo pasado no se hubiera identificado al enemigo principal, el triunfo habría sido de Hitler. 

El segundo es que, además de ser conditio sine qua non para disponer una operación de la ONU en uso del Capítulo VII de la Carta, la gran alianza es el marco político indispensable para priorizar el combate al EI. Relegando, así, a segundo plano otros asuntos como, por ejemplo, el tema  de Assad en Siria, como parece se habría esbozado en las conversaciones de paz en Viena hace dos semanas y en la reunión del G20 en Turquía. De ponerse en marcha algún tipo de “transición” en Siria, quedarían liberadas las fuerzas para concentrarse en el enemigo principal: el EI.

El tercer asunto es el de las variantes y tensiones dentro del Islam en la zona. Comprenderlas de manera adecuada –separando el “grano de la paja”– es esencial para identificar los objetivos de la acción “anti EI” para que no se convierta en una suerte de nueva “cruzada” contra los musulmanes. Por el contrario, los países con población musulmana son claves en la construcción de las alianzas para ganar al EI, tanto en el plano militar como en el de las mentes y corazones. 

En esto es central la responsabilidad y el concurso de los Estados de “peso medio” en la región. Sin embargo, mientras EI –expresión radical del wahabismo sunita– amenaza, mata y aterroriza, los países musulmanes de la región por el momento tienen prioridades distintas a las de combatir al EI: Arabia Saudita –con una ambigua relación con el EI– contra los chiítas en Yemen; Turquía bombardeando kurdos; Irán brindando su apoyo al sirio a Assad para enfrentar a las distintas fuerzas de oposición. El papel de estos países es medular. Tanto porque sería la señal clara de que no se trata de una “guerra del occidente contra el islam” y porque tropas de la región y, de ser posible, sunitas, podrían conocer mejor las mentes y territorio de las zonas de operaciones. 

El cuarto: los inmigrantes en Europa y EE.UU.;  en particular, los de origen musulmán. Tema relevante en dos planos. Uno: los refugiados que provienen de Siria/Irak cuyos derechos están hoy más amenazados luego de los ataques en París, con lo que los prejuicios que ya existían se ven reforzados. No hay ninguna prueba, sin embargo, de que el terrorismo operando en el mundo se nutra de los refugiados; los responsables de los hechos son en su gran mayoría nacionales de países europeos. 

Dos: el manejo político y social de la inmigración en Europa occidental en donde viven ya casi 35 millones de musulmanes, más que toda la población del Perú. La exclusión no es opción, solo la integración y políticas de inclusión que marginen a los extremistas, teniendo en cuenta que el Islam prohíbe matar inocentes. Muchos de los radicalizados lo fueron en cárceles europeas a donde ingresaron por delitos menores, no políticos. Que ello ocurra en espacios bajo control del Estado es algo que perfectamente se podría prevenir e impedir con adecuada inteligencia y enfrentando la marginación. 

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