21 de noviembre de 2015

Razones para el pesimismo

César Hildebrandt

Con un poder judicial plagado de corrupción, un congreso como el que nos escupe, un CNM que hiede, una Fiscalía que hasta hace poco dirigieron Peláez y Ramos y que hoy es amenazada por la falta de presupuesto, una policía podrida hasta los tuétanos, ¿qué nos queda? ¿Qué escombros de país nos han dejado? Quizá el Tribunal Constitucional se salve ligeramente, pero eso parece poco.

Entonces, para animarnos, hablemos de los partidos. ¿Qué es el Apra sino un califato donde gobierna un señor que se hizo millonario con la política y unos súbditos que saben muy bien quién es ese califa al que, sin embargo, necesitan para seguir haciendo negocios o seguir siendo congresistas?

¿Y PPK no es un lobista que cree que la vejez es sabiduría y que entre lo privado y lo público no hay diferencia alguna? ¿Y Acción Popular no es la momia de Fernando Belaunde invocada por la medianía que heredó la sigla?

El fujimorismo no es un partido sino un síntoma. Es el síntoma de lo enfermos que estamos, de la patología moral que nos mina, del cáncer institucional que ya no sólo nos aleja de la OCDE sino de la civilización. Hay un 35% de peruanos que aspira a reivindicar al más ladrón e inescrupuloso de todos nuestros gobernantes, un ciudadano japonés que hizo del Perú un inmenso retrete en el que los militares robaban y mataban y los congresistas encubrían y la democracia yacía en la morgue de la prefectura de Kumamoto. Pero Fujimori tiene una virtud inextinguible: siendo de procedencia extranjera, supo como nadie interpretarnos. El Perú taimado que tenemos, las calles atoradas en las que perdemos horas, la mugre del Vraem, el Congreso de baja estofa, los jueces a tanto el kilo, el "emprendedurismo" con pasamontañas: todo eso y mucho más es su herencia. Un país destruido, una federación de voracidades, reclama a su padre y votará por su hija. Al fondo hay sitio.

¿Y Acuña, que se apropió del nombre de Vallejo sin haberlo leído? Es el resumen de nuestra "modernidad" vista como asalto, como épica del todo vale y el criollismo sin IGV. Y ya no hablemos de Toledo, un zombi que negocia su inimputabilidad.

Esa es la política peruana. ¿O quieren hablar de Flores Aráoz, de Mucho, de Belmont? Ese es el cementerio de Lilliput. De Verónika —y otras hierbas— no es preciso decir mucho. Sólo que no tiene ninguna posibilidad de ganar. Felizmente. 

¿Y los grandes medios de comunicación?

Bueno, ustedes ya saben qué es lo que pasa. Los que no están comprados sueñan con ser comprados por los grandes intereses. Y la televisión es el colon transverso del sistema.

Lo que más espanta es el narcisismo idiota que el Perú exhibe, sin pudor, ante el mundo. Nos creemos un país especial, tocado por la fortuna, privilegiado por el nivel de nuestra gente, por la diversidad de nuestros cutis y paisajes. Lo que no somos es una nación y eso es lo que no nos atrevemos a reconocer. Lo que no somos es un proyecto superior y eso es lo que los políticos jamás dirán porque su negocio es alentar el autoengaño. Heredarnos Machu Picchu pero no estoy seguro si merecíamos mostrarlo como nuestro. En ese imperio interrumpido por la conquista española había, estoy seguro, el germen identitarjo que perdimos. De ese masivo asesinato cultural viene nuestra mirada gacha, nuestra capacidad para la traición, nuestros afanes murmurantes, nuestros silencios.

Miren lo que pasó con el último experimento "republicano". Los nacionalistas nacieron como respuesta a los desmanes del neoliberalismo embrutecido y ladrón impuesto por Fujimori. Y han terminado gobernando como Fujimori y con los tufos del Apra más porcina. Miren a la señora Nadine, que empezó como nuestra Rosa Luxemburgo moderada y ha terminado embarrada y en trance de fuga.

El pesimismo no es en el Perú una opción intelectual. Es un dato surgido de la observación. Que mientan los otros

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