24 de enero de 2016

Educación para el siglo XXI



Richard Webb

El filósofo Herbert Spencer acuñó la frase “la sobrevivencia del más apto” para explicar la evolución biológica. No dijo el más fuerte –los dinosaurios desaparecieron, no las cucarachas–. La raza humana, sin embargo, tiene capacidad para adaptarse, para no ser una pasiva víctima o beneficiada de la lotería ecológica y biológica. Según Spencer, el hombre sabio debe recordar que es descendiente del pasado pero padre del futuro. Por eso cuando hace un siglo Joaquín Capelo explicó cómo debería ser la educación en el Perú, enfatizó la adaptación continua. Allí entonces el gran reto del educador: la buena educación reafirma raíces, pero además anticipa el contexto en el que vivirán los alumnos. 

Mis pronósticos:

1. El mundo del trabajo seguirá humanizándose. Cada día será menos un esfuerzo del hombro, arando, cavando, cargando; y de las manos, haciendo un trabajo robótico en establecimientos ‘manufactureros’. Cada día la creación de valor, trátese de un mozo o un Bill Gates, será más un producto de la persona entera, de su cabeza, sensibilidad, sociabilidad y creatividad. Por eso el influyente educador británico James Robinson reclama una educación que no se limite a estimular el hemisferio racional izquierdo del cerebro, que maneja el cálculo y el idioma, sino también el lado derecho, donde se procesa más lo artístico y la intuición, y de donde emana la creatividad y la innovación.

2. Está llegando a su fin una gran ola histórica que ha llevado al individualismo, la democracia y los derechos humanos a niveles insospechados. Y, finalmente, suicidas. El derecho del individuo ha sido puesto en un pedestal mientras que las formas, las conexiones y la práctica de comunidad han decaído, paralizando la capacidad de los estados para realizar urgentes reformas políticas y económicas. Sin duda saldremos del atasco, pero no por los actos arbitrarios de algún gobernante atrevido, sino por una reeducación general que nos permita un manejo más balanceado de los valores individuales y de grupo. En la primera página de su obra “El problema nacional de la educación pública”, Capelo escribe: “Todo es solidario en el universo”. 

3. Vivimos una etapa de autodescubrimiento como nación. La radio, la televisión, el Internet y la facilidad del desplazamiento en el interior nos han permitido conocernos como personas de a pie. Pero si la vida se vuelve más democrática, el currículum educativo sigue siendo aristocrático, concentrado en los grandes personajes de la historia, sus costumbres, guerras y riquezas. El libro “La república plebeya” de Cecilia Mendez, que narra la reacción política de los comuneros rurales de Huanta ante la proclamación de la República, señala un ejemplo de lo que falta en nuestra educación y sirve, creo y espero, de pronóstico de una probable reforma curricular que nos acercará como peruanos. Pero además de la política, debemos conocer y valorar más cómo el ciudadano de a pie construye su casa, financia sus negocios, cura sus enfermedades, maneja sus riesgos, evitando términos despectivos como ‘informalidad’. Me tocó cursar mis primeros años de primaria en escuelas públicas del Canadá, donde la educación incluía visitas a fábricas y aprender sobre las actividades de pescadores y leñadores.

4. El concepto de la educación como una actividad llevada a cabo en escuelas, separada en el tiempo y lugar de la vida normal, quedará como un fenómeno relativamente reciente y pasajero en la historia de la humanidad. Se va comprobando la limitada efectividad de esa separación como metodología educativa, y redescubriendo el valor de la educación tradicional lograda mayormente en el hogar y en el trabajo, al que ahora se suma el extraordinario potencial de la autoeducación digital.

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