26 de febrero de 2016

Releyendo “Matar un ruiseñor”

Manuel José Rincón Domínguez

La escritora estadounidense Harper Lee (1926-2016 ) logra plasmar en Matar un ruiseñor una radiografía cruda y al mismo tiempo esperanzadora del Sur de Estados Unidos a través de una narradora niña de casi nueve años, Scout Finch. Ella retrata la vida cotidiana y el mundo de los adultos sin prejuicios y con la distancia propia de los niños, porque “vosotros sois niños y podéis comprenderlo… Las cosas del mundo no le han pervertido el instinto todavía”. La obra, desde el inicio, plantea una radiografía del entorno y las familias de Maycomb, “una población antigua y fatigada… Nadie tenía prisa, porque no había a dónde ir, nada que comprar, ni dinero con qué comprarlo…”.

La pobreza del campo después de la recesión, la mirada ultraconservadora, la educación rígida, el racismo, la violencia y la indolencia hacen parte de la atmósfera de la novela, una serie de circunstancias que contrastan con la educación liberal, la ley, la tolerancia y la visión del mundo que tiene Atticus, el padre de Scout y Jem, el hermano mayor de casi trece años. “Uno no comprende de veras a una persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista… Hasta que se mete en el pellejo del otro y anda por ahí como si fuera el otro”, es una de las primeras enseñanzas de Atticus, el padre viudo que ejerce la abogacía con respeto y rectitud.

La novela trabaja en dos ejes principales. Por un lado, el misterio del vecino Boo Radley. Jem, Scout y su amigo Dill intentan descifrar el enigma desde que los rumores indican que vive encerrado y encadenado en la casa. De otro lado la defensa que debe realizar Atticus del negro Tom Robinson, acusado de violación de la blanca Mayella Ewell, hija de Bob Ewell, quien vive borracho y desperdiciando la mesada que la beneficiencia del Estado le otorga. Las dos líneas narrativas permiten mostrar el entorno cotidiano que rodea a los niños y al mismo tiempo “la enfermedad corriente de Maycomb… que personas razonables se pongan a delirar como dementes en cuanto surge algo relacionado con un negro”.

La defensa de Atticus a propósito de la inocencia de Tom es fuerte. Evidencia que los Ewall mienten y sólo tienen pruebas circunstanciales. El juicio se convierte en la palabra de un negro contra la de dos blancos. El veredicto será evidente: “no he visto nunca a ningún jurado decidirse en favor de un negro pasando por encima de un blanco”, dice el reverendo negro Sykes. Y sí, a pesar de que el jurado toma cerca de cuatro horas en decidirse, lo que se considera un avance, normalmente sería una deliberación de cinco minutos, se condena a Tom culpable. El negro morirá intentando escapar de la prisión. A pesar de que Atticus apelará porque cree que hay probabilidades, él ha perdido la fe. “Tom estaba cansado de las probabilidades de los hombres blancos”.

El juicio intensifica no sólo la visión racista de muchos en el pueblo sino el antagonismo entre los Ewall y Atticus Finch por haber puesto en evidencia la mentira, el abandono y el alcoholismo de los Ewall, que además han “sido la vergüenza de Maycomb durante tres generaciones”. Al final, las piezas de los treinta y un capítulo de la novela encajan cuando aparece Boo Radley salvando a Jem y Scout de ser acuchillados por Bob Ewall en medio de la noche. Bob aparece muerto con un cuchillo de cocina enterrado entre las costillas.

Boo, acostumbrado a la oscuridad, ha salido de su encierro para salvar a los niños. El sheriff le insiste a Atticus que Ewall murió al caer sobre su cuchillo, porque “el coger al hombre que les ha hecho a usted y a la ciudad un favor tan grande y ponerle, con su natural tímido, bajo una luz cegadora…, para mí, esto es pecado”. Atticus, contra su voluntad, cede, porque “A veces, en casos especiales, es mejor doblar un poco la vara de la ley”, había dicho al principio de la novela. En su dualidad le pregunta a Scout si comprende. “Sí, señor, lo comprendo… hubiera sido una cosa así como matar un ruiseñor”.

Y sí, porque se pueden matar todos los arrendajos azules que se quiera, pero “matar un ruiseñor es pecado… Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite”. Y esa es la esperanza que la novela plantea finalmente: un mundo tolerante, educado y respetuoso del otro, un mundo donde se cante para alegrar a los otros, como lo hacen Jem y Scout a lo largo de la novela, como hace Boo saliendo de la oscuridad para que la violencia no acabe con la ilusión, para que lanoblesse oblige del Sur de Estados Unidos predomine sobre la intransigencia y la enfermedad de Maycomb, sobre los delirios locos de hombres razonables.

Manuel José Rincón Domínguez*.  Periodista y escritor. Ganador del Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá 2006. Autor de “Una daga en Alexanderplatz” (Panamericana Editorial) y “Cuentos y pasiones del cielo” (Panamericana Editorial).@mjrincond

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