6 de marzo de 2016

Pobreza moral y de debate de ideas

Oswaldo de Rivero

En el extranjero hay pocas noticias sobre las elecciones peruanas. Sin embargo, se sabe que Keiko Fujimori, la hija del Presidente autoritario que destruyó la brújula moral del Perú, es la puntera en las encuestas pero acusada de costear sus estudios en EEUU con dinero público mal habido por su padre y de recibir recursos para su campaña de unos fondos que tiene en EEUU.

Sobre otros candidatos, solo se dice que dos outsiders que subían en las encuestas han sido acusados, uno de hacer un tsunami de plagios y al otro por violar normas electorales, y que los dos expresidentes del Perú, García y Toledo, también son acusados, al primero de liberar narcotraficantes y el segundo de posible lavado de activos.

Lo que felizmente no se conoce en el extranjero es que, según una encuesta, a la gran mayoría del electorado peruano “no le importa votar por un candidato que robe con tal que haga obra”. Esta reflexión pragmática y amoral, única en el mundo, demuestra que la mayoría del electorado no sabe distinguir entre el bien y el mal. La política en el Perú marcha así sin brújula moral.

Esto se debe a que después del apocalipsis moral creado por Fujimori, los regímenes democráticos que lo sucedieron fueron incapaces de regenerar, a través del ejemplo, las instituciones básicas de la República, el Ejecutivo, el Parlamento y el Poder Judicial, en instituciones probas, eficaces, respetadas y confiables.

De esta manera, el crecimiento económico neoliberal, producido mayormente por la locomotora china, no tuvo como correlato el desarrollo ético de las instituciones republicanas. Y la clase media emergente que surgió en vez de ciudadana es mayormente una clase consumista y negociante. Es por esto que vemos a Acuña proponer la compra de electores, a Locke proponer la venta del Perú y a Guzmán, ante un entrevistador israelita atónito por la ridiculez, ofrecer al Perú como aliado de Israel en el conflicto del Medio Oriente, a cambio de tecnología.

Así, huérfanos de una ética cívica y sin debate, los electores son incapaces de distinguir entre los poquísimos candidatos honestos con ideas que quieren debatir y los outsiders arribistas que prometen todo sin debatir, y que se comportan como Groucho Marx, quien en uno de sus sabrosos films, al interpretar a un político outsider, dice: “Yo tengo mis principios pero si no les gustan tengo otros”.

El Perú es así un desierto de ética ciudadana en medio de un mundo peligroso, donde el ciclo recesivo de la economía mundial será largo y afectará seriamente nuestra economía, donde el cambio climático amenaza con dejarnos sin agua y sin seguridad alimentaria y donde el narcotráfico se infiltra cada vez más en la política al ser el Perú hoy el mayor exportador mundial de cocaína. ¿Se debate acaso entre los candidatos estas grandes amenazas?

Si el 28 de julio de 2016 asume el poder un candidato sin brújula moral, todos los oasis de decencia, que felizmente existen en el gran desierto cívico-ético peruano, deben unirse y constituir un severo mecanismo de vigilancia ética ciudadana, usando todos los instrumentos que la ley permite para regenerar moralmente al Perú.

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