3 de marzo de 2016

Ser joven no es suficiente


Carolina Vásquez Araya

Una sociedad democrática requiere un sistema    incluyente, no políticas miopes y represivas.

En países como Guatemala, Honduras y El Salvador–el conflictivo triángulo norte de Centroamérica- el concepto de juventud dejó de tener, desde  hace tiempo, el aura positiva de crecimiento,   oportunidad y desarrollo naturalmente implícito en ese segmento de la población. En estos países, dadas sus características socio políticas y   sistemas económicos orientados hacia el fortalecimiento de sus      cerrados círculos de poder, las aspiraciones de los jóvenes se      estrellan contra la dura realidad de un entorno hostil.
De ahí el incremento de las actividades delictivas entre una        población cada vez más joven –en Guatemala aumentan cada año los    crímenes  cometidos por niños y adolescentes de ambos sexos- a lo   cual se añade, como colofón y sin duda también como una de sus causas, el empobrecimiento acelerado de las familias, la mayoría de las  cuales no alcanzan a ganar lo suficiente para cubrir las necesidades más elementales de vivienda, alimentación y vestuario.

La imagen de una juventud pujante y entusiasta, por lo tanto, es    cada día más un estereotipo muy alejado de la realidad para ese     contingente menor de 18 años que, por razones diversas, no logró un     nivel educativo mínimo capaz de garantizar su desarrollo integral y permitirle el lujo de soñar con un futuro mejor.

Esta degradación de la calidad de vida de la población en general y del sector más joven, en particular, se acentúa de manera progresiva, en perfecta sintonía con el envilecimiento de una administración  pública cuyos vacíos han ocasionado la debilidad del Estado hasta el punto de colapsar algunas de sus principales instancias, en un     vórtice de corrupción y malos manejos. Por supuesto, los grupos más afectados por el fenómeno resultan ser la niñez, la juventud y las  mujeres. Una potente bomba de tiempo en poblaciones cuyo promedio de edad desciende de modo sostenido.
¿Qué porvenir encuentra un adolescente privado de acceso a un centro educativo de calidad, gratuito y en cuyas aulas se le respete y    proporcionen las herramientas para labrarse un futuro promisorio? El sistema actual lo coloca ante la disyuntiva de salir a las calles a conseguir un salario de hambre o ingresar a una clica que le       ofrezca un sustancioso ingreso. Difícil elección, en la cual el     entorno familiar también juega un papel decisivo.
Y ahí está el siguiente elemento de la fórmula: un contexto familiar históricamente privado de oportunidades de educación –porque el    tema no es nuevo- con el desafío de mantener a una familia numerosa, carente de recursos para ofrecerle mejores perspectivas, con un concepto patriarcal de las relaciones interpersonales y, por tanto, alto nivel de violencia doméstica.
Las medidas represivas del Estado en contra de los jóvenes que      delinquen, por lo tanto, no solo no resuelven los problemas de fondo, sino además los agravan al enfrentarlos a un sistema ciego, sin   rutas  de rehabilitación capaces de ofrecer nuevas oportunidades de vida. A eso se añade un ámbito laboral no apto para jóvenes         rescatados de un contexto de pobreza, violencia y criminalidad.
Las políticas públicas indispensables para revertir esta tendencia  no suelen incluir medidas de fondo, como sería un incremento        significativo del presupuesto destinado a la educación pública, así como  programas sostenibles dirigidos exclusivamente a la niñez y la juventud de menores ingresos. Esos, de acuerdo con el pensamiento  político actual, son lujos que los países en desarrollo no pueden   costear. Un argumento insostenible ante el despilfarro y la         manipulación constante de los fondos públicos y el pésimo manejo de los casi inexistentes programas de desarrollo. Esto da para una     seria reflexión ciudadana.

http://www.leerydifundir.com/2016/03/2019/

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