7 de febrero de 2018

Dios y el diablo

Rodrigo Montoya Rojas

Hace dos semana partió el Papa de regreso a su Estado Vaticano. Centenares de miles de creyentes fueron a verlo para oír sus misas y recibir sus bendiciones. Como es habitual, en los dos mil años de grandes y pequeñas ceremonias, los fieles del rebaño han reafirmado su fe y sus ilusiones. “Que no nos roben la esperanza”, dijo el Sr. Francisco, sin precisar quiénes son los ladrones y, menos, de qué esperanza se trata. Palabras, tan solo palabras, aunque algunas pueden tener algún efecto positivo si se toma en serio lo que expresó el Papa sobre el daño que los buscadores de petróleo, gas, oro, madera, producen en la Amazonía y a los pueblos indígenas, dueños de ese territorio desde hace miles de años.

Casi sin excepción los medios convirtieron la visita del Papa en un súper carnaval, una “visita del siglo”, que habría dejado decenas de millones de utilidades si se descuenta los 33 millones que el formalmente llamado Estado laico peruano gastó. Sería extraordinario que alguien muestre cifras de gastos y ganancias de la iglesia. A diferencia de Chile, aquí el espíritu crítico brilló por su total ausencia, para alegría de los dueños de los medios que siguen haciéndonos creer que Perú es un país sumiso, obediente, resignado, tal como espera la jerarquía de la iglesia.

Con una mirada mínimamente crítica, la visita del Papa ha mostrado una vez más una especie de esquizofrenia tanto en el pensamiento y conducta de los católicos como en la jerarquía de su iglesia. Se trata de una coexistencia de dos mundos separados y opuestos, de eso que podría llamarse ser católicos en Perú. De un lado, está el universo de la iglesia en abstracto, construido con palabras, dogmas, símbolos y fe; y, de otro, los católicos con nombres y apellidos, personas de carne y hueso. Cuando se habla de la iglesia y de la visita del Papa, se habla de una cara de la luna, de lo abstracto y simbólico que es el discurso de la iglesia, sus llamados a la unidad, a la paz, al amor, a la reconciliación, al perdón. El ejemplo de este mundo de ficción aparece en los versos del himno oficial de la vista del Papa a Lima Con francisco a caminar, seleccionado entre 381 canciones presentadas al concurso organizado por la Comisión Episcopal, compuesto por el devoto Óscar Quiñonez. Lo importante de esta historia es que se trata de la voz oficial de la Comisión Episcopal. No lo habrían aprobado los obispos del país si no expresara su visión del Perú. “A este país de la nobleza, a este país de la unidad/ A este país de mis amores y de un inmenso corazón/ A este país que no se rinde, a este país que va por más/ Unidos por la esperanza juntos cantemos a una voz/…Eh eh oh oh el Perú unido en la esperanza/ A este país, aunque le griten/ Que ya es inútil continuar/ Nunca se acaba la esperanza/…Eh eh oh oh el Perú unido en la esperanza/ Eh eh oh oh Dando consuelo/ Al que no tiene/ Tú que reparas nuestra iglesia/ Como Jesús te lo pidió/ Aquí te esperan tus hermanos/ Siempre te espera… tu Perú”. El Sr. Quiñónez y los obispos confunden la realidad con sus deseos, les gustaría que nuestro país estuviese unido y sea un paraíso de amor y paz. Pero la realidad tiene poco o nada de esa ilusión.

Cuando los católicos comunes y corrientes hablan de la Iglesia, no se sienten parte de ella, pareciera que se tratara de una institución abstracta, ajena. Entre las decenas de miles de católicos que corearon al Papa están las personas concretas de carne y hueso con nombre y apellidos, todas y todos devotísimos: marinos, oficiales del ejército defensores de la causa del terrorismo de estado. Policías con unos y muchos muertos en su haber, curas pedófilos, pequeños monstruos de la burocracia de los sodálites que separan a los hijos de sus padres para que se conviertan en robots de sus jefes y les sirvan a dedicación exclusiva. Jueces que venden sus sentencias a las partes que ofrecen más, grandes y medianos empresarios que saben muy bien que destruyen la Amazonía y las fuentes de agua en las cabeceras de cuencas de los ríos, mineros formales-informales-legales-ilegales, funcionarios de arriba y de medio pelo que cobran por nombrar maestros, en dinero o en indebido acceso a las sábanas de las profesoras que aspiran a ocupar una plaza de reemplazantes, grandes jefes de ministerios que creen tener derechos sobre funcionarias y empleados; congresistas mentirosos y mentirosas de oficio dispuestos a cualquier cosa a cambio de reelegirse, que compran títulos y certificados o que lavan dinero con gran despliegue de imaginación, incluyendo polladas de lujo para engañar a los incautos; asaltantes de buses en caminos de todo el país; periodistas monaguillos arribistas plenos, sin el más mínimo espíritu crítico, dispuestos a cualquier cosas a cambio de convertirse en figuretis, estrellas de la farándula y ser vestidos por las casas de modas tal o cual. Agreguen lectoras y lectores un largo etc de los casos que no aparecen en este listado. No dejo de admitir que por lo menos un 1 % de los católicos en Perú son personas íntegras, honradas, y generosas.

El Papa no se atreve a decir que sus propios devotos son responsables de gran parte de las tragedias del país. Queda en el olvido aquella historia contada sobre Cristo echando a los mercaderes del templo. Todos los miembros del Grupo Colina (Fujimori incluido) son católicos apostólicos, limeños y peruanos. No decir nada de quienes matan equivale a estar bien con dios y con el diablo, “por si acaso”, como dicen los cínicos. Después de la visita del Papa acaba de aprobarse la construcción de carreteras en territorios de Reservas indígenas. Bien con dios y con el diablo. PPK estuvo los tres días al lado del Papa para mostrar cuán católico es y cuánta necesidad tiene de él. Unas horas después se reactivan los lobbies para beneficiar a las grandes empresas que destruyen la Amazonía. Volvemos al viejo orden, lo nuevo es que los pueblos indígenas pueden servirse del discurso del Papa.

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