4 de octubre de 2018

La confianza en la desconfianza

Maritza Espinoza

Por si no se habían dado cuenta, el presidente Martín Vizcarra, cuando planteó la cuestión de confianza al Congreso, incurrió involuntariamente en una tremenda ironía, casi un oxímoron. Porque confianza y Congreso (por lo menos el que tenemos) son dos conceptos que se repelen. Es decir, pronunciarlos juntos es, más o menos, como hablar de parrillada vegana, arquitectura nómade, gigantesco pigmeo o fundamentalista tolerante.

Y ha sido la confianza el término que más se ha trajinado por estos días, no solo porque fue el eje del discurso presidencial la noche en que, en cadena nacional, pechó al Congreso a aprobar sus cuatro reformas, sino porque, después de que, en efecto –y ante la nada remota posibilidad de que use sus atribuciones constitucionales para dejarlos sin chamba-, el aprofujimorismo las aprobara, la ciudadanía se resistía a fiarse de la palabra de la otorongada que tantas veces la ha defraudado.

Claro que el gaseoso documento que Daniel Salaverry, el presidente del Congrezoo, enviara al jefe de Estado, dando cuenta de la aprobación a regañadientes y con todos los cabes imaginables de “los ejes 1 y 2 de la política general de gobierno”, no ayudaba demasiado: por ningún lado se hablaba de plazos ni se mencionaba exactamente qué cosa se había aprobado ni en qué términos.

Para colmo, después de la larga jornada de debate (la mayor parte del cual no fue sino un soporífero sound and fury), cuando lo menos que se esperaba es que la comisión de Constitución se apurara en hacer la finta de trabajar para tener las propuestas aprobadas en los plazos perentorios que planteó el presidente, sus integrantes decidieron tirarse la pera y, ante la exigencia de que sigan trabajando en lo que se han comprometido, salió doña Luz Salgado, cual versión caderona de Jaimito, el de Tangamandapio, a declarar muy suelta de huesos: “¿Trabajar nosotros? ¡Eso caaaaansaaaa!”

Para lo que sí no hubo cansancio que valiera fue para blindar a don Héctor Becerril, implicado feamente en el caso de los Cuellos Blancos del Puerto, esa organización criminal encabezada por el inefable César Hinostroza. Con celeridad digna de mejor causa y argumentos traídos de los pelos, lo excluyeron del informe de la subcomisión de Acusaciones Constitucionales horas antes de presentarlo. ¿Puede la ciudadanía confiar en gente así? ¿Verdad que no?

Por eso, cuando el presidente Vizcarra, tras la votación que, por lo menos en apariencia, aprobó sus propuestas, se mostró confiado y seguro de haberles torcido el brazo, uno no sabía si apenarse o sonreír. Claro que los optimistas dicen que, aunque no se habla explícitamente de plazos ni del detalle de las propuestas, el Congreso no se arriesgaría a faltar a la palabra que le dieron cuando se reunió con la junta de portavoces, porque quedarían pésimo. ¡Ingenuos! ¡Como si a los otorongos alguna vez les hubiera interesado su imagen!

Faltan dos semanitas para que los peruanos vayamos a las urnas a elegir a alcaldes y gobernadores regionales y, francamente, a nadie parece interesarle. Sí, ya sé que en el camino han ocurrido tantas cosas –Lava Jato, los audios de la vergüenza, los disfuerzos de la Señora K, Vizcarra amenazando con usar la Constitución para chifarse a los otorongos- que ponerse a memorizar los nombres y símbolos de cuchumil candidatos nos agarra más cansados y desganados que el pedido de confianza de Vizcarra a doña Luz Salgado y compañía.

Pero no es solo eso. La indiferencia del peruano promedio frente a este proceso es tal que el candidato con mayores preferencias es el Blanco/Viciado, que se lleva de encuentro a Renzo “Yo no debato con nadie” Reggiardo, que sigue puntero después de muchas lunas, a pesar de haber sido acusado de ser el topo de la Señora K, de haber plagiado su plan de gestión y otras lindezas semejantes y de escaparse cual Houdini de todos los debates.

A este paso, el próximo siete de octubre (o sea en un par de semanitas) estaremos tan poco interesados en ir a votar que preferiremos quedarnos en casa viendo Netflix. Salvo, claro, que se aprueben nomás las propuestas de reforma para la bicameralidad, para la financiación privada de los partidos, para la reforma de la CNM y, sobre todo, la no reeleción de los congresistas. Sí, ya sé que eso no ocurrirá antes de diciembre, pero será un excelente estímulo para interesarse en las elecciones. Por fin.

No hay comentarios: