18 de noviembre de 2018

Mago de las finanzas

César Hildebrandt

Dice García que a él lo contratan como conferenciante pagado en cientos de miles de dólares porque sabe mucho de economía.

Por supuesto que sí.

Sabe mucho.

Basta recordar lo que hizo en el quinquenio 1985-1990 para admitir que, en efecto, García es un mago de la economía.

En su segundo gobierno, como se sabe, aprendió la lección y dirigió el país como si de un gerente general se tratara. La empresa era el Perú. Y los socios fueron su amigazo José Grafía, su cumpa Marcelo Odebrecht, su causa Jorge Barata (que jamás hizo honor a su apellido). De vez en cuando venía a ver la marcha de esta APP peruano-brasileña el CEO global de la cosa, o sea el sacrosanto Luis Ignacio Lula da Silva, al que le hacían mejoras en su casa sin que él diera permiso. Sabe de economía el doctor García. Cuando yo lo conocí, era un diputado que vivía de su sueldo. En ese tiempo, digamos, no había aplicado todavía su ingenio para la acumulación. Cuando García ganó las elecciones, Héctor Delgado Parker, su amigo y asesor, hizo una colecta para ayudarle a comprar un depa elegante en Miraflores y sacarlo de la casita de general Varela donde habitaba con la modesta cordobesa con la que se había, felizmente, casado.

García se hizo rico mientras gobernaba. ¿De dónde obtuvo el tiempo y la energía para hacer horas extras en consultorías, asesorías, tutorías? ¿Cómo se las ingenió para robarle horas a su función de esta­dista y trabajar en exitosas aventuras empresariales que pudo mantener en reserva? ¿Cómo es que un hombre sin un centavo, que había cantado rancheras en París para poder comer, que dictó clases por horas en la menesterosa universidad Federico Villarreal, terminó con una casa esquinera de Chacarilla, un tremendo departamento en Bogotá, un piso de un millón de dólares en la parisina rue De la Faisanderie, una casa de playa en Naplo y una fortuna difícil de cuantificar que le permitió vivir ostentosamente una década y sin trabajo conoci­do? ¿Cómo hizo este hombre asombroso para ser presidente mientras idea­ba aeronegocios con su amigo Alfredo Zanatti? ¿Cómo es que pudo, entre los consejos de ministros y sus preocupaciones domésticas, tener una ardua agenda con ejecutivos como Sergio Siragusa?

Yo no tengo dudas: García es un mago de las finanzas. A él la plata le llega sola o, a veces, acompañada de amigos. Ese es el caso de la casa de la calle Donatello, en San Borja, comprada gracias a un préstamo de su hincha Antonio Biondi. O la casa soleada de Los Pulpos, comprada después de vender la de Naplo y revendida a 130,000 dólares a su amigo José Antonio Chang, que fue su primer ministro y que es rector de la universidad donde Gar­cía tiene actualmente un sueldo mensual superior a los 40,000 soles.

El genial García es también magistral a la hora de declarar el valor de algunas de sus propiedades. Por ejemplo, siempre dijo que la casa de general Valera, en Miraflores, le costó apenas 10,869 dólares. ¿Se imaginan la ganga? ¿Y cuánto creen que, según él, costó el inmueble de la cai lie Donatello, en San Borja? ¡Veinte mil dólares! ¿No les da envidia? La casota de Chacarilla se valoró apenas en 110,000 dólares, dice García, y el solar veraniego de Naplo “costó” 30,000 dólares. ¡A sol el chapuzón!

En materia inmobiliaria, García es como Donald Trump. No conoce la saciedad. Ha comprado y vendido y comprado sin vender no menos de 13 propiedades en un lapso de 10 años. La última es la casa de 830,000 dólares en El Rosedal, de Miradores. Fue pagada con 530,000 dólares al  contado rabiosísimo y 300,000 de un préstamo bancario. Esta vez, dado  que los vendedores eran unos severos descendientes jordanos, el precio sí se parece a la tasación comercial.

¿Cómo amasó García toda esta fortuna? Con su enorme talento para multiplicar peces y panes, sin duda. Nada tuvo que ver en su destino de magnate cuasi inexplicable lo de los dólares MUC, lo del tren eléctrico y los italianos enviados por Craxi, los aviones Mirage negociados en

Egipto, el monopolio estatal de las importaciones, el tío que recibió una coima de 1’8oo,ooo dólares, Agustín Mantilla y su indescifrable cuenta de seis millones de dólares. Esas son calumnias. Y, como es notorio, a más calumnias, más aprismo.

Este portento de las finanzas demanda hoy a los “imbéciles” que le prueben algo.

Lo que no sabe es que los imbéciles están a punto de armar el rompecabezas que en 1992, tras las conclusiones de la Comisión congresal que determinó su responsabilidad penal en la comisión de diversos delitos, quedó inconcluso cuando llegó el golpe de Estado de su amado Fujimori. Ese golpe de Estado trajo consigo la extradición fallida, el paso de los años y el regocijo de la prescripción. Esta vez quizá no tenga tanta suerte.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 421 16/11/2018



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