27 de agosto de 2020

¿Y si Trump no se marcha?

Ilustración: Daniel Greenfeld para The Intercept

Frances Fox Piven , Deepak Bhargava

Los acontecimientos en Charlottesville, Lafayette Square y Portland han mostrado al país que el presidente Donald Trump está preparado para hacer cuanto sea necesario con tal de mantenerse en el poder, incluido abrazar a los supremacistas blancos militantes y utilizar a las tropas federales para lanzar gases lacrimógenos y arrestar a manifestantes pacíficos. Su lesiva propuesta de posponer las elecciones no es la verdadera amenaza para la democracia. Ha declarado abiertamente que puede no aceptar los resultados de las elecciones en una entrevista televisada a nivel nacional en Fox News. Trump tiene muchas herramientas a su disposición para robar las elecciones si pierde, muchas de las cuales ya está poniendo en marcha. ¿Se le puede parar? Creemos que sí, pero solo si la mayoría de los estadounidenses están dispuestos a depositar su confianza en el poder del pueblo, en lugar de en los tribunales, las normas y las élites, para salvar la democracia.

Es imposible ignorar la evidencia del riesgo a que nos enfrentamos. Trump está cuestionando la legitimidad de unas elecciones que van a depender de las papeletas de votación por correo, a pesar de que él mismo ha elegido ese sistema para votar. Ha amenazado con retener los fondos de los estados que intentan facilitar el voto de las personas y está destruyendo el Servicio Postal estadounidense, los cuales son esenciales, especialmente en una pandemia. Sus aliados republicanos en todo el país han estado aprobando leyes de identificación de votantes, purgando las listas de votantes y recortando el número de lugares de votación en las áreas urbanas, obligando a la gente a hacer fila durante horas para ejercer su derecho al voto. Esta es una guerra contra los votantes que se decantan por los demócratas, específicamente contra los negros, los latinos, los asiático-americanos, los nativos estadounidenses, los inmigrantes naturalizados, los pobres y los jóvenes. Ya hemos visto en Georgia y Wisconsin cómo se desarrollan estas tácticas el día de las elecciones.

La administración de Trump ha restado importancia a la interferencia extranjera en las elecciones que la benefician. Ha prestado ayuda a grupos nacionalistas blancos, y el Partido Republicano ha designado 50.000 “observadores electorales” para intimidar a los votantes minoritarios el día de las elecciones. Esta será la primera elección desde 1980 durante la cual el Comité Nacional Republicano no estará vinculado a un decreto de acuerdo extrajudicial a nivel federal que prohibía los intentos de “seguridad en el voto” cuyo propósito real era intimidar y privar de sus derechos a los votantes minoritarios. Hablemos claramente: Trump y los republicanos están tratando ya de robar las elecciones.

Si todas estas argucias fracasan y Trump acaba perdiendo, la mayoría de la gente da por sentado que su única opción es admitir la derrota e irse, especialmente si pierde por un gran margen. Pero imaginemos cómo podrían ir las cosas después del día de las elecciones. Los nuevos procedimientos de votación implementados en respuesta a la covid-19 harán que estas elecciones sean diferentes para muchos votantes; también retrasarán el recuento de votos hasta mucho después del 3 de noviembre. Nueva York aún estaba contando votos más de un mes después de sus elecciones primarias del 23 de junio. La mayoría de la gente espera un “cambio azul”, lo que significa que Trump puede ir por delante en el recuento de votos emitidos en las papeletas electorales, pero que los votos enviados por correo se inclinarán por los demócratas. Trump está ya gritando fraude sin tener absolutamente prueba alguna y podría utilizar los días posteriores a las elecciones para avivar la histeria, la ira y la violencia entre sus partidarios.

Sospechamos que, para robar las elecciones, adaptará el manual estándar de los autoritarios en todas partes: arrojará dudas sobre los resultados de las elecciones presentando numerosas demandas y lanzando investigaciones federales y estatales coordinadas, incluida la interferencia extranjera; pedirá a grupos paramilitares que intimiden a los funcionarios electorales e instiguen la violencia; confiará en las redes sociales marginales para generar rumores imposibles de rastrear, y en Fox News para amplificar estos mensajes como hechos creando un clima de confusión y caos. Podría pedirle al Departamento de Justicia y al Departamento de Seguridad Nacional, que ahora ha convertido en armas contra la democracia, que se desplieguen en las grandes ciudades de los estados indecisos para detener el recuento de votos o confiscar las papeletas. Si todo esto lo hace bien, podrá sacar soldados a las calles, inflamar a sus bases y convencer a millones de personas de que le están robando las elecciones. Esto crearía la condición que anulara la voluntad de los votantes.

¿Cuál es su juego final? Según la Constitución, las legislaturas estatales deciden cómo designar a los compromisarios o miembros del Colegio Electoral. Todas han optado por apoyarse en el voto popular. Pero, ¿podría crear una justificación falsa para recuperar este poder? Las legislaturas de todos los estados muy disputados este otoño (Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Arizona, Florida y Carolina del Norte) están controladas por los republicanos. Trump podría argumentar que no deben contarse las papeletas enviadas por correo y pedir a los poderes legislativos que designen electores diferentes de los elegidos por los compromisarios. Esto sería antidemocrático e ilegal; es difícil concebir cómo justifica un cambio de reglas para nombrar compromisarios después de las elecciones. Pero lo han contemplado antes: la legislatura republicana de Florida consideró seriamente hacer precisamente eso en 2000 antes de que finalmente interviniera la Corte Suprema.

Todo este caos orquestado podría evitar que los compromisarios emitan sus votos tal y como se requiere el 14 de diciembre, o permitir que Trump obtenga una lista competitiva de compromisarios enviados al Congreso desde los estados. De cualquier manera, habrá aplazado nuestras elecciones hasta enero, cuando el nuevo Congreso se reúna para decidir el resultado. En este punto, las reglas sobre cómo resolver las disputas no están claras y podrían regirse por una ley mal redactada aprobada en 1887. Si ninguno de los candidatos recibe la mayoría de los votos del Colegio Electoral, la Enmienda 12 de la Constitución permite que la Cámara de Representantes elija al presidente. Puede que piensen que son buenas noticias, pero las reglas en este caso otorgan un voto a cada delegación estatal, por lo que la única congresista republicana de Wyoming tiene el mismo poder que los 52 miembros de la delegación abrumadoramente demócrata de California. En estos momentos los republicanos controlan la mayoría de las delegaciones estatales a pesar de que los demócratas controlan la cámara.

Esto está lejos de ser una lista exhaustiva de lo que podría salir mal en los 78 tensos días entre el día de las elecciones y la toma de posesión. Los expertos han considerado los mecanismos de nuestro endeble orden constitucional que un posible autócrata podría utilizar para desafiar la voluntad del pueblo y las disposiciones que podrían frenar tal usurpación. Resulta que nuestra democracia se basa más en un conjunto de normas inestables que en reglas inviolables. Por tanto, las posibilidades para poder ejecutar jugarretas malignas son innumerables.

¿Qué debemos estar preparados para hacer si Trump cuestiona la legitimidad de los resultados electorales y no acepta la derrota? Podemos aprender lo que no debemos hacer de las desastrosas elecciones de 2000 en las que George W. Bush perdió Florida y, por lo tanto, las elecciones eran para Al Gore, pero Bush terminó tomando la Casa Blanca de todos modos. Los republicanos movilizaron la “revuelta de los Brooks Brothers” de jóvenes blancos del personal de campaña, muchos de ellos desde D.C., para protestar por el recuento y crear una atmósfera de intimidación y caos. Los demócratas vacilaron, no movilizaron a nadie y siguieron las reglas del Marqués de Queensberry. Confiaron ingenuamente en los tribunales y en los funcionarios electorales locales para validar la victoria de Gore. El resultado final de esta patética estrategia demócrata no fue solo una victoria de Bush, sino la guerra de Iraq, la respuesta racista e inepta ante el huracán Katrina y billones de dólares en recortes de impuestos para los ricos.

Si Trump no acepta la derrota, vamos a enfrentarnos exactamente al mismo dilema esta vez. La campaña de Joe Biden está reclutando abogados, no organizadores, y el propio Biden ha expresado una confianza inapropiada en que el ejército “escoltará [a Trump] desde la Casa Blanca con gran rapidez» el Día de la Inauguración. Los operativos del Partido Demócrata, los tipos de buen gobierno, un ejército de abogados constitucionales y otros   autoproclamados expertos nos instarán a no “politizar” el proceso, a esperar pacientemente y hablar sobre el “Estado de derecho”, a no “prejuzgar los resultados”, en definitiva: a confiar en el proceso y en los tribunales, a que nos quedemos en casa y dejemos que los chicos inteligentes de D.C. resuelvan las cosas en nuestro nombre.

Tenemos que ignorar esos consejos y salir a la calle. Hemos pasado cuatro años horrendos en los que nuestras alabadas instituciones no han logrado que Trump rinda cuentas, sobre todo al no haberle condenado en el Senado después de que la Cámara le sometiera a impeachment. El Partido Republicano y Fox News se han divorciado tanto de las reglas formales como de las normas no escritas que limitaban el comportamiento irresponsable del poder ejecutivo. Durante la crisis de salud pública, el presidente y muchos líderes republicanos han mostrado desprecio por la verdad y están más que dispuestos a avivar las llamas de extravagantes teorías de la conspiración. No hay razón para creer que existan normas que limiten a este presidente, que probablemente tendrá que enfrentarse a un proceso penal cuando deje el cargo. Sus compañeros republicanos han tenido cuatro años para refrenarlo y han optado por no hacerlo. Y si creen que la Corte Suprema de John Roberts nos salvará, piénsenlo de nuevo: a pesar de toda la atención prestada a algunas victorias inesperadas de los liberales, la Corte falló cuatro veces distintas en este período en contra del derecho al voto.

Si bien las instituciones, las normas y las élites nos han fallado, existen abundantes evidencias de que las protestas masivas producen cambios. Vivimos en una época dorada para los movimientos sociales. Más recientemente, el Movimiento por las Vidas Negras cambió la forma en que los blancos consideran la vigilancia policial en Estados Unidos, impulsó  demandas audaces en la agenda y está produciendo cambios sustanciales, aunque hasta ahora insuficientes, en las políticas. El movimiento por los derechos de los inmigrantes respondió con protestas masivas ante la prohibición de entrada a los  musulmanes y al enjaulamiento de niños en la frontera que obligaron a un reconocimiento nacional de estas crueles políticas. Los trabajadores, a menudo fuera de las estructuras sindicales, han salido a las calles en cifras extraordinarias, desde la Lucha por los 15 dólares hasta las huelgas de maestros y las movilizaciones de empleados de Amazon y de trabajadores esenciales. Han obtenido grandes aumentos salariales y han mejorado sus condiciones laborales. El movimiento Occupy reintrodujo el problema de la oligarquía económica en el debate político. Las candidaturas presidenciales de Bernie Sanders y Elizabeth Warren fueron impulsadas por esta visión del movimiento y empujaron al Partido Demócrata hacia la izquierda. Y los grupos de “resistencia” que se movilizaron a principios de los años de Trump -la Marcha de las Mujeres, Indivisible y otros- han construido una memoria muscular entre millones de personas de lo que es participar en un activismo sostenido. Lo más alentador es que estos movimientos han reclutado a millones de nuevos seguidores. Juntos, estos grupos juntos proporcionan una poderosa base social desde la cual impugnar la usurpación del poder planeada por el presidente.

Y los movimientos tienen una influencia sustancial en dos ámbitos decisivos: la política y la economía. En la política, el Partido Demócrata depende de los votantes aliados con estos movimientos. Si el partido decide jugar fuerte, puede evitar que Trump robe las elecciones. En este momento, los demócratas pueden insistir en la financiación de elecciones libres y justas, así como del Servicio Postal, y asegurarse de que los sistemas electorales locales tengan los recursos y los sistemas necesarios para adaptarse al aumento de las papeletas de votos por correo. Y cuando Trump intente robar las elecciones después del 3 de noviembre, los demócratas deben controlar las mansiones de los gobernadores en Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin. Si las legislaturas republicanas en estos estados intentan anular la voluntad del pueblo, los gobernadores pueden rechazarlo y enviar un recuento legítimo de votos electorales al Congreso. Asimismo, después de las elecciones, los miembros demócratas en la Cámara y el Senado podrán ejercer su propia influencia.

Conseguir que los demócratas utilicen todo su poder no será fácil. Va a ser necesario un movimiento de masas a una escala que aún no hemos visto, y la movilización deberá mantenerse durante semanas y posiblemente meses. Será preciso ejercer una intensa presión por parte de millones de personas -que rivalice con la intensidad de la base de Trump- a fin de endurecer la columna vertebral de los líderes demócratas nacionales y estatales.

Los comunicadores profesionales, tecnócratas y abogados de gran parte del Partido Demócrata dominante y algunos en los medios de comunicación se horrorizarán con este llamamiento a un levantamiento masivo no violento en respuesta al robo de una elección. A nivel cultural, los profesionales, la gente de clase media que ocupa esos roles creen que la experiencia y el buen juicio, no las protestas masivas, son lo que da frutos. Han aprendido en sus propias vidas que el debate racional, el seguimiento de reglas y la evitación de conflictos les ayudan a ascender. Desafortunadamente, estos rasgos y comportamientos no funcionan contra los autócratas. Políticamente, el Partido Demócrata, durante 30 años, ha triangulado, eludido y capitulado ante sus despiadados oponentes, y dado que sus líderes son de esa generación anterior, educados para esconderse, no van a adaptarse con rapidez ahora. El establishment liberal dentro de Beltway abogará por un análisis sobrio, mensajes moderados, seguimiento de los procedimientos y, sobre todo… por esperar. Debemos prepararnos para desafiar esas pusilánimes panaceas universales tanto como nos preparamos para el robo planeado de las elecciones por Trump. Superar la complacencia, la incredulidad desenfrenada de que “podría suceder aquí” y la fe absurda en las normas, los tribunales y las élites pueden ser nuestros mayores desafíos.

Otro objetivo clave del movimiento debería ser obligar a las élites corporativas y republicanas a romper con Trump. Para ello habría que presionarles para que respondan a una pregunta sencilla: ¿Es mayor el precio de mantener a Trump en el poder que el precio de permitir que Biden asuma la presidencia? A decir verdad, Biden no debería asustar a las élites. Ha simpatizado con su agenda en todo, desde la bancarrota hasta el comercio, y se ha resistido a políticas como Medicare for All. Pero Trump ha aportado la desregulación, recortes de impuestos y un enorme número de jueces para los principales distritos electorales de la derecha. Tal vez, hasta hace poco, le ha ido muy bien en la cifra de resultados. Por lo tanto, las protestas deberán ser no solo bulliciosas y performativas, sino también arriesgar las ganancias. Deberíamos planificar y fomentar formas de acción masiva como paros laborales, boicots de consumidores y huelgas de alquileres dirigidos contra la clase corporativa. Nuestro mensaje debe ser claro: si te mantienes al margen y permites que Trump robe las elecciones, amenazaremos tus beneficios. Lo único que obligaría a los titanes corporativos y a sus lacayos políticos en el Partido Republicano a abandonar a Trump sería una crisis, no una crisis de conciencia sino de rentabilidad

Si Trump roba las elecciones, un amplio frente unido tendrá que hacer que el país sea ingobernable y que el régimen reinante sea ilegítimo, a pesar de los riesgos que pueda implicar. Podemos aprender la lección y el coraje de otros países del mundo donde los autócratas han tratado de robar las elecciones. Podemos llevar a cabo nuestra propia Revolución Naranja pacífica. Para hacerlo necesitaremos fomentar la desobediencia civil masiva y desafiar a las autoridades a que tengan que arrestar a cientos de miles de personas día tras día. Si una elección ilegítima da lugar a un desorden civil que no puede reprimirse fácilmente, las élites corporativas y políticas se moverán para deshacerse de Trump a fin de proteger sus intereses.

Para evitar que Trump robe las elecciones, debemos actuar ya. Los líderes del movimiento deben discutir estos escenarios con sus miembros y planificar la acción inmediatamente para la noche de las elecciones y más allá. También podemos ir más allá de las burbujas progresistas y hablar con otras personas de buena voluntad, funcionarios locales electos, funcionarios públicos, miembros de las fuerzas de seguridad y líderes religiosos y cívicos, que probablemente estén dispuestos a correr riesgos que nunca antes habían considerado si son conscientes de todo lo que está en juego y se les invita respetuosamente a participar. Miles de personas más deberían ser entrenadas en métodos de desobediencia civil no violenta; esta sería la manera correcta de honrar y llevar adelante la tradición del difunto John Lewis, quien nos ordenó meternos en problemas, pero en “buenos problemas, en problemas necesarios” en respuesta ante la injusticia. Las organizaciones deben crear fondos de fianza y contratar abogados. Todos los que trabajan para derrotar a Trump deben redoblar sus esfuerzos, concentrándose en movilizar a los votantes de color (un deslizamiento de tierra debilita la mano de Trump) y también estar preparados para mantener al personal y los voluntarios hasta el mediodía del 20 de enero. Los grupos de base en estados clave deben recibir apoyo con recursos humanos y financieros adicionales, ya que todos dependemos de ellos para poder mantener la lucha después del día de las elecciones. Todos los días, las personas pueden hacer planes como trabajadores, inquilinos y consumidores para organizarse y prepararse para hacer uso de su influencia económica en los días y semanas posteriores al día de las elecciones, a fin de cortar la fuente de ganancias de los facilitadores corporativos de Trump. También podemos organizar ayuda mutua, aprovechando el auge de esos esfuerzos durante la pandemia, para apoyar a las personas que asuman esos riesgos, muchas de las cuales se enfrentan ya a grandes dificultades.

Confiamos en que lo peor no sobrevenga este otoño. Si el establishment llega a la conclusión de que Trump es una amenaza para ellos y para el resto de nosotros, es posible que aún se unan para encontrar una vía para sacar a Trump del camino y hacer que respete los resultados. Pero no debemos cometer el error fatal de subestimar a Trump o, lo que es más importante, a sus partidarios y la vasta infraestructura alineada detrás de él. Trump no viajó a Estados Unidos desde otro planeta; hay millones de personas que están impulsando este giro autoritario, y son actores independientes que es poco probable que se retiren. Si no creen en la covid-19 ni en la necesidad de utilizar mascarillas, y confían en medicinas que no han sido probadas, ¿qué hará que alguien piense que Trump perdió las elecciones? Fox News y todo el aparato de las redes sociales de derechas son vehículos formidables para la movilización y la coordinación. Quizás lo más inquietante es que algunos agentes de la ley locales han demostrado estar en connivencia con esa maquinaria de la derecha.

Por lo tanto, debemos prepararnos ahora para responder, psicológica y estratégicamente, a algo parecido a un golpe. Estos son escenarios oscuros pero plausibles, y sería mejor enfrentarlos que evitarlos. El peor de todos los resultados posibles sería que un amplio frente unido de fuerzas anti-Trump sea sorprendido en las 72 horas posteriores al día de las elecciones, aturdido por su descaro y astucia. Debemos sentar las bases ahora para el tipo de acción de masas que defienda la democracia y desaloje a ese ser despreciable, racista y aspirante a autoritario de la Casa Blanca. Al hacerlo, nos recordaremos a nosotros mismos que la democracia estadounidense no es un conjunto de instituciones o reglas o un evento que ocurre una vez cada cuatro años; es lo que la gente común hace para participar y dar forma a la vida de nuestro país.

Frances Fox Piven. Profesora emérita de ciencias política y sociología Graduate Center de Cuny, Universidad de la ciudad de Nueva York.

Deepak Bhargava. Profesor de estudios urbanos en la School of Labor and Urban Studies de Cuny, Universidad de la ciudad de Nueva York.

No hay comentarios: