1 de diciembre de 2020

Perú: la política convertida en un mercado


Efraín Gonzales de Olarte

Para entender la política en el Perú no se requiere de ciencia política, se requiere de microeconomía. Desafortunadamente, el hacer política en el Perú se ha convertido en un negocio turbio, no de otra manera se podría entender lo que está sucediendo hoy en nuestro país.

La política, entendida como la actividad que permite gobernar una colectividad en base al poder que se constituye en el Estado, es el camino que permite la gobernabilidad de grandes colectividades, países, regiones o federaciones. En consecuencia, los que participan en política tienen un interés altruista, es decir, piensan en su participación en función de los otros. Para ello se organizan partidos políticos sobre la base de alguna doctrina sobre cómo debe ser la sociedad y qué debe hacer el Estado para llevar a esa sociedad al ideal doctrinario. Por ello, hay el liberalismo, la socialdemocracia, el socialcristianismo, el socialismo, el comunismo y la anarquía que es la negación del Estado.

En el Perú ocurrió un gran proceso de hiperinflación en los años ochenta del siglo pasado, que debilitó los partidos que hasta entonces existían, varios de los cuales tenían décadas de existencia. La llegada al poder de Alberto Fujimori fue la confirmación que los partidos estaban en serios problemas, pues fue elegido con un movimiento electoral denominado Cambio 90 y los partidos políticos establecidos apenas obtuvieron 20% del electorado.

A partir de entonces la política pasó a ser dominada por movimientos electorales, que se fundaban cada vez que había nuevas elecciones, ninguno con alguna doctrina conocida, todos con ofertas electorales de corte clientelista: empleo, salud, educación, carreteras, agua potable, etc. Bajo esta perspectiva la política se convirtió en una carrera para tomar el poder para provecho propio de los gobernantes y sus allegados, es decir de su clientela política que votaban por ellos y los apoyaban a cambio de prebendas, de empleo, de manejo de fondos.

Poco a poco hacer política se fue convirtiendo en un negocio particular, se llegaba al Estado para hacer negocios. Así, a partir del gobierno de Fujimori la corrupción –que existe en el Perú desde su constitución como República– comenzó a ser parte de la política y de los comportamientos políticos. Se llegaba al gobierno para usar los recursos del Estado en provecho propio. La prueba es que hoy el Perú tiene el triste privilegio de tener a todos sus presidentes de los últimos treinta años con juicios por corrupción, en prisión, fugados o suicidados, además de una gran cantidad de gobernadores regionales y alcaldes procesados también por actos de corrupción.

Hoy, en el Perú tenemos corrupción de todas las dimensiones. En grande, como el caso del “Club de la Construcción”. La corrupción ha hecho metástasis en el Perú y la gente participa en política pensando en maximizar sus ingresos.

Si uno quiere entender por qué los últimos Congresos elegidos para legislar se convirtieron en un mercado político, la respuesta está en la degradación de la política, la pérdida de valores morales y la crisis de la justicia peruana.

El reto es cómo revertir una situación de esta magnitud. En primer lugar, necesitamos de una recuperación de la moral pública y de la ética ciudadana, y esto corresponde a la nueva generación, a los jóvenes, que han irrumpido en la arena política de manera espontánea y masiva, al parecer con otros referentes éticos. En segundo lugar, el Perú requiere de gobernantes probos, que den el ejemplo, como lo dieron Fernando Belaunde y Valentín Paniagua, de honradez y sólidos principios morales. La promesa peruana pasa por una nueva generación de políticos que hagan del Estado el medio para mejorar las oportunidades de todos, para reducir las desigualdades y la pobreza y que no piensen en la política a partir de sus bolsillos.

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