29 de enero de 2023

Perú: Quizá la historia

César Hildebrandt

Aburre mi país.

No se renueva.

Hace 200 años que presenta la misma comedia en el mismo teatro de maderas quejumbrosas.

¿Cree alguien que Dina Boluarte está haciendo algo original?

Es el viejo guión de la derecha.

La ancestral derecha de toda la vida.

El asunto es que nada cambie. Los elencos pueden renovarse, pero el argumento sigue siendo el del tiempo congelado, las castas inmóviles, los abismos eternos.

La derecha perdió la guerra decisiva con Chile pero ganó siempre la que libró contra el cambio social. No importaba que fueras Castilla, Pardo, Piérola, Cáceres, Billinghurst, Haya o Belaunde: terminabas tu vida sirviendo a los que cortaban el jamón. No importa cuánto te movieras: la derecha te amansaba, te dopaba, te emasculaba dulcemente y terminabas dando órdenes ambiguas desde un sarcófago.

La historia del Perú es un pozo y una noria chirriante.

Ver y escuchar a Dina Boluarte es asistir a una clase maestra de ignorancia y estupidez.

La señora cree que las balas dum-dum se fabrican artesanalmente y quiere hacernos creer, después de ser convencida por algún esbirro de la Dircote, que los muertos de las protestas se dispararon entre ellos y que los emisarios de Evo Morales combatieron, con sus ponchos rojos, en Juliaca. Esta damita quizá ignore que si alguien invadió Bolivia alguna vez, ese fue el cusqueño Agustín Gamarra, porfiado en su intento de tragarse el país inventado por Bolívar y muerto en la batalla de Ingavi en 1841.

Dice esta pobre mujer que Puno no es el Perú, como si ella estuviera hablando en nombre del país. No, señora. Usted habla en nombre de la derecha que la desprecia y la usa. Puno es el Perú en la medida en que es una región desatendida desde siempre. En la semilla del resentimiento nacional está el gen de la discriminación y el ninguneo.

Dice usted que Pedro Castillo es un corrupto, pero usted lo defendía cuando algunos medios insistíamos en que su presidente era un ladrón de medianas aspiraciones. No tuvo usted el coraje de renunciar ni siquiera al ministerio que ocupó y no se refirió a su predecesor sino cuando varios gobiernos demandaron su liberación.

Daba usted, señora presidenta, una imagen triste. La de alguien que, habiendo saboreado el poder, decide vender su alma al diablo con tal de continuar. Pero esa imagen de conversa oportunista ha cambiado. En su presentación ante la prensa extranjera ha dado usted una imagen de persona sin escrúpulos, de alguien que es capaz de mentir vertebralmente. Hay en usted ahora, señora Boluarte, un aura de crimen por venir, de trama sucia, de negación de lo evidente. No es usted sólo rehén de la derecha sino que se ha vuelto eco malicioso de esa policía fujimorista que traza la agenda y decide que San Marcos es una trinchera del senderismo.

Peor todavía: gracias a usted y a sus múltiples anuencias, el fujimorismo derrotado por tercera vez el 2021 gobierna el 2023. No sólo el fujimorismo: los representantes de la derecha más proclive al fascismo la aplauden, señora presidenta. Y la prensa del siglo XIX, los comercios de todos los colores, dice en sus papiros que usted representa el orden, la civilización y la democracia.

La derecha canceló a Billinghurst y llamó socialista a su mandato. Domó a Haya y lo encumbró cuando lo vio sin dientes. Maldijo y saboteó a Velasco. Enredó en nubes de nada al primer y al segundo Belaunde. Tentó y pudrió al primer García y danzó con los lobos del segundo. Antes había hecho civilista a Piérola, catatónico a Cáceres, guanero a Castilla, reaccionario a Leguía, consecuente a Prado, diezmado a Toledo, muñequeado a Humala.

Que Pedro Castillo haya sido un breve forajido no significa que hoy nos deba gobernar la peor derecha de los últimos años. La lección es que todo hiede, que todos deben largarse cuanto antes y que debemos ensayar otros nombres, otros modelos, desafíos distintos. La señora Boluarte es un Pedro Castillo borrado con el liquid paper de “El Comercio”. Es María Delgado de Odría, la señora que regalaba máquinas de coser mientras los soplones de Esparza cazaban a los apristas.

En los años 60 la derecha llamó comunista a Belaunde. Hoy tiene un problema más complicado: debe terruquear a medio país para llenarse de argumentos. Quizá estemos asistiendo a un reacomodo sísmico de las fuerzas sociales y políticas. Tal vez estemos frente a la versión criolla de una revolución surgida de tanta inútil espera. Una revolución sin Capetos ni Versalles pero con mucha bronca vieja y un montón de jacobinos con piedras en la mano. Quizá estemos haciendo historia sin saberlo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 620 año 13, del 27/01/2023, p16

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