César HildebrandtLa inteligencia artificial es una necesidad para todos pero es una urgencia para quienes carecen de la donada por la naturaleza.
¿Podría Pasión Dávila, el que pega por detrás, escribir un ensayo pasable gracias al ChatGPT? Sin duda que sí. No sólo eso: si Pedro Castillo hubiese acudido a ese auxilio quizás no estaría ante los problemas que enfrenta hoy. Más todavía: si Alejandro Cavero se nutriera de ese cuántico profe, quizá no suscribiría los proyectos que presenta ni tendría la imagen de aspirante a SS que tiene ahora. Y hasta César Acuña, el dueño de la Vallejo, podría presentar un par de tesis con la sesera prestada gracias a un enchufe y una sintaxis medianamente correcta.
Ahora que hay un Redactor Omnisciente valido de memorias infinitas y algoritmos, hasta los columnistas del bostezo empiezan a ver una esperanza. ¿No será que el ChatGPT podrá darles una sacudida, una esperanza de estilo, un poco menos de legaña? Y los ministros, ¿no mejorarían con las síntesis de ese maestro con sinapsis cableada?
Propongo, modestamente, un golpe de estado altruista que permita al ChatGPT gobernar desde las sombras.
Imaginemos a Dina Boluarte en Palacio con la cabeza llena de electrodos y a ChatGPT, con la voz de Ricardo Blume, diciéndole desde una pantalla cómo es la cosa, por qué Otárola es un bruto, de qué granja salió el jefe de la Dircote, cuán contagioso es el mal que difunde Cayetana Aljovín, la sirenita. ¿No sería un sueño que de esa pantalla prodigiosa brotara una voz que le dijera a la Boluarte “¡ni se te ocurra decir semejante estupidez!”?
Ese sabio, tataranieto de la IBM, nos sacaría de todos los apuros en que nos debatimos hace dos siglos por lo menos.
En primer lugar, ChatGPT redactaría una nueva Constitución. Lo haría con la fría distancia de la neutralidad y después de examinar, en fracciones de segundo, la información requerida: cociente intelectual promedio, tasa de natalidad, estado de la agricultura, condición de la educación, prevalencia o no de algunos valores civilizatorios, vocación de comunidad, ideales compartidos, perspectivas de la economía en el nuevo mundo de la información, previsión de crecimiento de la minería internacional en los treinta años próximos, recursos hídricos y estado de la infraestructura para su almacenamiento, brechas de la desigualdad, penetración de la corrupción en los sectores público y privado, seguridad ciudadana, sentimiento de pertenencia a objetivos nacionales.
En segundo lugar, presentaría el Plan Nacional de Desarrollo que debimos tener en 1824, cuando nos pudimos librar del genial Bolívar y sus ganas vitalicias de jodernos. Ese diseño de nación y de futuro, aprobado en apoteósico referéndum, será, como marco, el programa de gobierno permanente de todos los que pasen por Palacio. Antes de cada elección presidencial, los candidatos suscribirán el compromiso de respetarlo. Desconocerlo será motivo de vacancia.
En tercer lugar, el protectorado cibernético que habrá de regirnos establecerá el Centro de Solución de Conflictos. Lo integrarán doce personalidades reconocidas del derecho, la economía, la ciencia, la sociología y el humanismo. Allí se resolverán los conflictos cuya naturaleza y complejidad demanden un tratamiento al margen de la institucionalidad tradicional. Sus decisiones serán inapelables. La corrupción en esta esfera, evidenciada con pruebas, se castigará con la cadena perpetua.
Propongo, en suma, que apostemos por la modernidad. Que entreguemos a la sagacidad de placas madres y discos duros este país herido por las desavenencias sin remedio. Eso es mejor que estar en manos de izquierdistas de pacotilla o de almirantes como Cueto y Montoya.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 624 año 13, del 24/02/2023, p12
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