2 de marzo de 2023

Perú: La bala perdida de Boluarte

Juan Manuel Robles

Lo único bueno que dejan estas semanas de espanto es que la derecha agota velozmente una de sus mayores cartas: la mano dura. Su gran mito y narrativa —la solución final— quedan desbaratados por la realidad. Les servía mejor como posibilidad en abstracto, que hacía alucinar a los soñadores fachos, sus hijos fachitos y la clase media siempre dispuesta a mirar al otro lado. Pero Dina Boluarte, enajenada y ciega de historia, ha cometido los actos que confirman que ese camino es el fracaso seguro. Ha movido todas las fichas hacia delante dispuesta a espolonear cualquier movilización social. Y si bien es cierto que rompió un límite que pocos se hubieran atrevido en su condición —presidenta mujer y transitoria— ese salto la deja asilada, con un futuro entre la cárcel y el exilio, y con la película quemada: un modelo de gobierno que atrae cada vez menos y ya no da tanta gracia.

Porque lo que en la mente de la belicosa derecha terruquera peruana debió ser una operación rápida y sencilla, una suerte de Chavín de Huántar liberando cada provincia, una seguidilla de emboscadas elegantes y arrestos silenciosos; lo que debió ser, digo, una coreografía eficaz, ha sido en realidad un completo desastre.

Dejemos algo claro: la derecha quiere mano dura, pero siempre con dos condiciones. Que a ellos no les pase nada y que los perpetradores no hagan roche, que actúen en la sombra y sin dejar imágenes explícitas. Que todo sea como un accidente, para que el buen ciudadano urbano —más preocupado por el precio del pollo— levante los hombros y diga así es el fútbol, antes de seguir en lo suyo. Solo uno de los requisitos ha sido cumplido por Dina. En lo otro, el despelote ha sido grande. Todo tan desprolijo, tan sangriento, tan ruidoso y escandaloso (hasta argentinos han llegado, tan altos, tan guapos y tan buena onda, parecen salidos de la película 1985). Pésimo servicio, presidenta.

Pero no es solo ella el problema, y cada vez más gente se da cuenta. Es el paradigma: eso de la mano dura resulta impracticable cuando no se dan las condiciones históricas, cuando no existe un peligro nacional verdadero. La “mano dura” basada en imposturas suele salir mal. Por otro lado, para imponer “mano dura” hace falta cierta eficiencia militar y policial. Algo que este Ejército y esta Policía no tienen.

Los que soñaban con el orden total después de la decisión de usar las armas se han dado cuenta de la cruda verdad. Que nuestro Ejército no está en condiciones de poner orden ni organizar políticamente nada. Que nuestra Policía ni siquiera es capaz de usar bombas lacrimógenas correctamente. Que nuestra Inteligencia es estúpida. Estúpida y cómica: el agente que explicó la “semiótica” de los colores subversivos dejó esto bien claro.

El Ejército es uno que le dispara a un civil desarmado de la manera más innecesaria y bochornosa. Y se dejan grabar. Los individuos sensibles nos conmovemos e indignamos con las muertes gratuitas. La derecha y sus porristas no se conmueven —no tienen corazón, votaron por Keiko—, pero sí se horrorizan de la torpeza, de cómo “se exponen”, porque no hay que ser un genio para saber que estas cosas terminan mal.

Ay, pobre facho y aspirante arribista a facho. Se cumplió el gran anhelo prometido, que los institutos armados tengan carta blanca para tomar el control, pero las cosas no eran tan simples como pensaron.

Encima, el gobierno pone a formar a la Policía frente a Palacio de Justicia. La imagen —de reminiscencias nazis, como bien dijo Gustavo Petro— da la vuelta al mundo. La secuencia choca por su autoritarismo y descaro. Pero sorprende más por su ridiculez. El actor Jason Day lo dijo bien: ¿Por qué le ponen la música de Star Wars al video? Prueben ponerle la de El Chavo.

Hasta Jaime Bayly, un derechista consumado, le encontró la gracia a la secuencia, al alarde bélico de los uniformados. “¿A quién quieren impresionar? Solo son el Ejército del Perú”. Ni siquiera son la Policía Nacional jugando a la guerrita después del heroico acto de dispararle una bomba lacrimógena en la cabeza a un abuelo desarmado y matarlo.

Cualquier general inteligente —en el Perú los hay, solo que están desaparecidos— sabe que formar así a tu policía no es una muestra de fortaleza, sino de debilidad. Es una compensación bien misia del orden que no tienes para las cosas que importan.

Ya no sonará igual el “pondré orden con mano dura” en las próximas elecciones, con Dina enjuiciada, presa, o fuera del país, y un montón de comandantes expuestos (abandonados a su suerte por los dominicales que los vilipendiarán).

Y si bien algunos loquitos de las fakenews, en Willax y Youtube, exigen verdadera mano dura —bombardear cierta ciudad, arrasar con todo— queda claro que la ciudadanía —incluso la de derecha— sabe hoy que el asunto no es tan sencillo, que el Perú es ancho y ajeno, y sobre todo, complejo, y que este disparatado estilo de gobernar (matar, mentir, sacar comunicados, notas de prensa, comprar más armas, volver a matar) cuesta mucha plata para lograr tan poco.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 623 año 13, del 17/02/2023, p13

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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