13 de abril de 2024

Perú: Gobierno difunto

Ronald Gamarra

Dina Boluarte se ha incinerado políticamente con sus propias mentiras. En consecuencia, nadie le cree. Una encuesta dada a conocer el fin de semana constata que solo el 10% le da algún crédito a su supuesta intención de colaborar con la justicia en la investigación de sus relojes de nueva rica. En cambio, un contundente 80% de los ciudadanos no le cree ni lo que come. Hoy por hoy, su gobierno ya no significa nada. No solo carece del menor atisbo de legitimidad democrática, tampoco es capaz de llevar a cabo las mínimas tareas de administración. Un gobierno ilegítimo, despreciado y paralizado, un fiambre, a eso se ha reducido por obra de la propia Boluarte.

Este gobierno amenaza con deshacerse en cualquier momento y no por el asedio de sus críticos y adversarios, sino por su esencial incompetencia, su torpeza sin fin. Dina Boluarte no está preparada personalmente para ejercer un cargo tan importante como el que le ha tocado en virtud del azar y la ambición. Esto es evidente, con toda claridad, en cuanto a su carencia de conocimientos o de experiencia política relevante. Pero esto no es lo más grave. Total, la falta de saberes especializados se puede remediar aplicando el buen sentido y la intuición para elegir colaboradores eficaces, honrados, debidamente informados.

Lo peor, en el caso de Boluarte, es la mentalidad con la que asumió y ejerce la presidencia de la república. Allí está el verdadero problema. Una concepción retrógrada, un ánimo patrimonialista, propio de un gamonal, que le permite convenientemente confundir a su favor los límites de lo público y lo privado, siempre en beneficio propio. Está en la presidencia como podría estar en su propia chacra, para aprovechar y medrar del poder y sus privilegios, para repartir prebendas, privilegios y contratos, y para cosechar en grande porque, como ya se sabe, en nuestro país a los presidentes, a los políticos poderosos en general, “la plata les llega sola”, pero mejor si uno se esfuerza un poco.

Y mientras las miserias de la presidenta van saliendo como una retahíla de pañuelos anudados a partir del caso de sus relojes y joyas de millonaria reciente, el gabinete ministerial no puede estar peor. Los ministros se están esforzando por dar la peor imagen que pueden en esta crisis, apareciendo sin sonrojo como políticos dispuestos a avalar y encubrir todos los embustes y tráficos de la presidencia. Los encabeza un premier que quedó mudo, literalmente sin palabras, ante el público de una cadena internacional, cuando el periodista que lo entrevistaba desmintió al instante sus intentos de restar importancia a la repentina colección de joyas presidenciales.

Dina Boluarte está en el poder única y exclusivamente por voluntad de la fujiderecha que maneja el congreso. Su tarea consiste en permitir que los tunantes de la plaza Bolívar puedan durar en sus cargos hasta el año 2026. Por lo demás, su poder como gobernante quedó sometido desde el inicio al programa y las apetencias de esta coalición. Todo lo aceptó Boluarte con tal de satisfacer su ambición de ejercer la presidencia también hasta el 2026. Pero si la fujiderecha esperaba verla encabezar un gobierno sin poder, sometido al parlamento, igualmente aguardaba un mínimo de manejo político con tal de mantenerse todos. Dina, claramente, no da la talla ni de lejos.

La implosión del gobierno amenaza con arrastrar a un congreso igualmente impopular y despreciable para los peruanos. Todos saben que ese es el centro de los intereses mafiosos que rigen el país y que los compadritos se aprovechan descaradamente de sus privilegios para enriquecerse. El desprecio es generalizado. Lo único que preserva el statu quo es la actual inercia política de la población, desengañada de la política y los políticos. Pero se equivoca quien confunda la frustración con indiferencia. La cólera va incubando, acumulando, calentando y es inevitable que un día se exprese. Si tal cosa ocurriera hoy, no quedaría ni un ladrillo del actual estado de cosas.

La fujiderecha se está planteando en estos días qué le conviene hacer con respecto a este gobierno tambaleante que va camino a ser fantasmal. Algunos creen llegado ya el momento de desechar a Boluarte, nombrar a un congresista, de preferencia un militar retirado, para ejercer la presidencia de la república y seguir con los planes como si nada hasta el 2026. No obstante, las fracciones más fuertes todavía temen quedarse sin piso durante la maniobra y verse obligados a afrontar elecciones generales un año antes de lo esperado, lo que significa un año menos de beneficios, privilegios y negociados para los congresistas.

Mientras tanto, la fujiderecha congresal opta por seguir con el pie en el acelerador y decide renovar la persecución contra la Junta Nacional de Justicia, paralizada temporalmente por una medida cautelar dictada por el Poder Judicial, para lo cual recurren a su anexo político que es el actual Tribunal Constitucional, que siempre sentencia como les gusta a los congresistas. Al mismo tiempo, atacan la independencia de los organismos electorales mediante una reforma constitucional, que aprobaron esta semana en comisión, sin debate, para someter al Jurado Nacional de Elecciones a los procedimientos de acusación constitucional y juicio político en el congreso.

Lo que sí parece una fija es que, si logran sortear el tremendo bache actual, de todos modos, los congresistas echarán de la presidencia a Boluarte en agosto de 2025, un año antes de las elecciones generales, cuando estas hayan sido convocadas y el congreso ya no pueda ser disuelto por disposición constitucional. Entonces tratarán de aparecer como opositores insobornables a Boluarte para recuperar imagen y votos, y en ese afán puede que hasta la empapelen con alguna denuncia penal. El problema es que hasta entonces hace falta durar todavía más de un año, 16 meses y medio, que en las circunstancias actuales resultan una eternidad.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 681 año 14, del 12/04/2024

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