27 de julio de 2024

Perú: Reírnos de Jorge Montoya

Juan Manuel Robles

Qué risa que da el congresista Jorge Montoya, almirante en retiro, caricatura andante y emblema de lo más penoso de la tradición militar. Es de esos hombrecitos con voz engolada que tratan de irradiar miedo pero dan lástima. Porque uno intuye rápidamente lo que se confirma en la hoja de vida: ningún acto sorprendente o admirable. Y —lo que es grave en su línea de trabajo— nada de heroísmo; a lo mucho, uno encuentra el valeroso acto de agacharse dócilmente a firmar el acta de sujeción de Vladimiro Montesinos. Hagamos un alto aquí: el señor ha dicho que no era un acta, que era la firma de una “lista de asistencia”; y sin embargo, en el video transcrito, el general César Saucedo —cabecilla castrense de aquella mafia criminal— anuncia a sus grumetes que van a firmar “el acta” con los acuerdos; esto fue tan evidente que en 2001 el Ejército del Perú admitió que esa ceremonia de sujeción fue una vergüenza para la institución. Pero Montoya, negacionista temperamental, decidió en 2021 que iba a denunciar por difamación a todo aquel que pronuncie “acta de sujeción”, sacando a relucir ese rasgo que, por desgracia, no es infrecuente en él y en su institución: la cobardía.

Gracias a sus miembros indeseables, la cobardía está allí cuando hablamos de la Marina de Guerra. Es, lamentablemente, un lugar común. Basta leer el informe de la Comisión de la Verdad o ver películas sobre el conflicto armado interno. La cobardía ejercida desde el poder es feísima y provoca horrores. Lo sabemos bien.

No son pocas las amenazas y bravatas de Montoya, siempre con un tonito que él se permite por su condición militar y que los periodistas sumisos no le cuestionan —al contrario, se lo toleran en vez de hacer lo que deberían: reírse y mandarlo a echarse agua—. Cada vez que hay un problema, el parlamentario amenaza con una acción de fuerza. La última: ha hecho una denuncia penal contra Verónika Mendoza por el solo hecho de llamar a la protesta contra un régimen responsable de asesinatos, un régimen del que, por cierto, el almirante es aliado y cómplice.

Semanas antes, Montoya se molestó porque los periodistas le preguntaron acerca de la designación de su hijo como agregado militar en Estados Unidos, a pesar de no tener el rango que usualmente se requiere para el puesto. ¿Era acaso un premio de Dina Boluarte por su apoyo político? En vez de responder, Montoya dijo que hará lo necesario para que la difamación tenga pena de cárcel efectiva (parece ignorar que ya la tiene). Lo veo y pienso que son nuevos tiempos: en cierta etapa de la vida, los uniformados ya no pueden amenazar con desaparecerte o torturarte. Pero pueden usar el congreso y su poder para hacer leyes que te corten la lengua.

¿Parece un poco fuerte ese paralelo? A mí no. Al fin y al cabo, Montoya es el mismo que presentó una ley de impunidad destinada a sacar de la cárcel a terroristas de Estado, entre los que hay carniceros, violadores, ejecutores y otras joyitas, por lo que se puede asumir que no siente particular desprecio por esos forajidos que también llenaron de sangre al Perú.

Y no deja de ser curioso que amenace con cárcel efectiva para los difamadores quien acusó a la exministra Gisela Ortiz de tener vínculos con Sendero Luminoso, sin ninguna prueba. El terruqueo impune, ya lo hemos dicho, es también una forma de cobardía matona.

Pero no sólo hablamos de un fanático convencido y equivocado, un cruzado con una misión insana de limpieza ideológica. Montoya nos cuesta plata y mucha. Su iniciativa para tratar de desconocer los resultados de las elecciones en las que ganó Pedro Castillo y probar la tesis del fraude costó 216 mil soles. Como nunca hubo ni siquiera un indicio razonable, su investigación acabó en lo esperable: en nada. Confrontado frente al fiasco, el almirante dijo: “nunca hablé de fraude”. Pero mentira, sí lo hizo. Dijo: “existe realmente una intención de fraude”. Y usó la palabra fraude en Twitter. He aquí otra característica del señor: se lava las manos cuando todo sale mal. Me recuerda un poco a sus compañeros de armas en zona de emergencia, que se lavaban las manos cuando se daban cuenta de que la habían embarrado (literalmente).

El dinero —decía— no es cosa menor para estos señores que se alucinan héroes de la patria. Montoya fue el principal promotor de una ley para que los militares siguieran recibiendo su pensión de retiro a pesar de percibir su sueldo como congresistas, y que esto ocurriera sin ningún límite. Cuestionado por la prensa que desde entonces lo llama “el doblesueldo”, negó lo obvio, dijo que no era lo que parecía, y —qué raro— se puso bravucón.

Sí, me da risa este almirante de tina, su puesta en escena para hacerse el duro, el patriota combatiente, cuando al mismo tiempo gasta su energía en ver la forma en que le chupa la sangre al máximo al erario nacional.

Pero debo decirlo: reírme de Montoya es, de alguna manera, muestra de mi privilegio. Puedo hacerlo por ciertas condiciones: soy limeño y periodista, tengo un espacio, cierta exposición y puedo denunciar persecuciones. Puedo hacer lo que en el Perú es un lujo: reírme de lo que da risa, burlarme del verdugo que quiere quitarnos libertades.

Porque lo cierto, como se comprueba en esta nueva jornada de manifestaciones, es que las leyes y normas promovidas por los Montoya de turno, junto al terruqueo más cínico, terminan en consecuencias reales para millones de peruanos. Esos que no tienen la visibilidad de Verónika Mendoza. Esos a los que la policía los puede detener aduciendo que son sospechosos de “terrorismo” y meterlos en una celda, como si nada. Esos que pueden ser detenidos o intervenidos por denunciar a los uniformados en sus radios locales. Esos que pueden salir, hacer un movimiento de más, y morir. Esos que no se pueden reír en paz.

Una de las cosas que tenemos que recuperar como país es la posibilidad de poder reírnos todos de Montoya y sus alucines, y recordarlo a carcajadas por el momento que lo definió para siempre: con camisita blanca y charreteras, agachado, firmando una lista de asistencia, sí, cómo no.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 696 año 14, del 26/07/2024

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