13 de agosto de 2024

Perú: Lo que el Congreso no se llevó

Natalia Sobrevilla

La victoria de Junín es una herencia para nuestro hermoso pueblo, no para sus corruptos gobernantes

El pasado martes 6 de agosto llegué al santuario de Chacamarca para asistir a la conmemoración de la Batalla de Junín. Fui manejando, acompañada de una doctoranda francesa y una amiga muy treja que no dudó en treparse al auto a pesar de sentirse un poco mal. Subimos por Carabayllo y Canta, a través de una carretera nueva realmente impresionante.

Pasando el Abra la Viuda a los 4724 msnm, más o menos por el bosque de piedras de Huayllay, Carmen comenzó a convulsionar: entre la fiebre y la altura, su cuerpo no daba más. Su malestar nos traía un nuevo recuerdo de la dificultad que entraña remontar esas cumbres que hace doscientos años atravesaron a pie miles de hombres para luchar en Junín. Ya no había vuelta atrás. Llegamos al lago, pasamos Carhuamayo y seguimos hasta San Pedro de Cajas, donde dormimos a 4100 m.

El caldo de gallina casero ayudó, a pesar de que dormir a mucha altura siempre supone todo un reto. En la siguiente jornada, salimos temprano en dirección a la pampa, donde nos sorprendió el tráfico: muchísimas personas habían decidido hacer lo mismo que nosotras y circulaban en peregrinaje hasta el lugar de la conmemoración. Por tanto, nos tomó más de una hora llegar, sorprendidas por el aire de fiesta con que topamos en nuestro punto de destino: colas de familias enteras, abuelas cargando canastas, niños volando cometas, señoras friendo truchas, chanchos enteros para butifarras y, por lo menos, unas veinte pachamancas encendidas al mismo tiempo.

La sorpresa fue aún mayor cuando caímos en cuenta de que resultaba casi imposible alcanzar las tribunas para disfrutar los desfiles. Todo estaba cercado y había un despliegue masivo de soldados y policías. Carmen, bastante recuperada ya, le explicó a un amable oficial que tras el esfuerzo sobrehumano de llegar no podía perderse el evento. Gracias a ello, accedimos a la tribuna más alejada de la oficial, donde tomamos asiento junto a los familiares de los escolares que marchaban, los colectivos shipibos de Puerto Ocopa y Pichanaki, ataviados con sus tradicionales uncus blancos y anaranjados de motivos geométricos. Desde ahí contemplamos cómo marchaban muchos miembros de la comunidad, desde los escolares hasta funcionarios municipales y del gobierno regional. Nuestros compañeros de banca les increpaban: «¡Levanten polvo! ¿Acaso no aprendieron a marchar en la escuela? ¡Fórmense!». Sus expectativas eran altas.

Marcharon también regimientos del ejército y de la policía, algunos con uniformes históricos, otros con los actuales. Casi todos iban de gala, aunque había quienes desfilaban ataviados de comandos con las caras pintadas de verde. Los más recargados con accesorios de camuflaje parecían personajes de La guerra de las galaxias, para solaz de los más chicos. Luego le tocó su turno a los músicos de la Banda Montada, tocando al paso Caballo viejo y dándole con todo a los tambores, clarinetes y demás instrumentos desde sus vistosos corceles, mientras manejaban las riendas de sus monturas con los pies.

Pasaron asimismo las elegantes rabonas, con una puesta en escena que alguien se habrá inventado para la ocasión, pues con seguridad las originales no avanzaban a lomos de ningún cuadrúpedo ni ataviadas con hermosos trajes (tampoco los oficiales iban a caballo, que solo se usaban para las batallas). Las mujeres que siguieron a las tropas hace doscientos años debían de haber lucido mucho menos fastuosas y sin duda no estuvieron presentes en el propio campo de lucha. Pero no importa: en este tipo de festejos, mejor optar por la ficción. A fin de cuentas, se trataba de un desfile y no de una representación.

Desfilaron también oficiales montados de Bolivia, Chile y Colombia. Tres delegaciones de a tres, elegantísimos a caballo, de gala y con banderas imponentes, hicieron aún más evidente la inquietante ausencia de representantes argentinos y venezolanos. Si bien dicho vacío se revela comprensible en el contexto político actual, se trata de los dos actores más importantes en la propia batalla conmemorada. No en vano estuvo Bolívar a su cargo; así como los dos oficiales de caballería que ganaron la batalla, Mariano Necochea (que perdió un brazo y casi no lo cuenta) y Manuel Isidoro Suárez (bisabuelo del buen Borges) habían llegado en 1820 del Río de la Plata con San Martín y lucharon con tesón por cuatro años en los Andes Centrales, jugando un rol esencial en este combate bisagra que cambiaría el curso de la guerra.

Desde el palco oficial asistía al espectáculo su embajador: según me contaron, no le quedó otro remedio que sentarse al lado de Oscorima (el gobernador de Ayacucho), quien para hacerse el gracioso le hizo el ademán de ofrecerle un Rolex. La presidenta brilló por su ausencia, probablemente por temor a ser abucheada, tal y como le sucedió recientemente a la congresista Patricia Chirinos en el bar La Noche de Barranco o a la ministra de Cultura en la inauguración del Festival de Cine de Lima. La Magdalena ya no está para tafetanes y al pueblo ya no le queda paciencia para tolerar a quienes considera hipócritas, corruptos e ineficientes.

Mientras la gente al lado nuestro vitoreaba a los miembros del Ejército nacional, agradeciéndoles sus servicios, el lugar bullía completamente resguardado por oficiales armados hasta los dientes y equipados con chalecos antibalas, cascos e implementos antimanifestaciones, pertrechos que dejaban en claro que los organizadores temían un posible desbordamiento de ánimos y una alteración del orden. Los discursos no podían ser escuchados desde nuestra posición y tampoco supimos quiénes eran los ministros presentes; a pesar de ello, los ciudadanos que nos rodeaban en calidad de público se mostraban contentos de sentirse parte de la conmemoración. Lamentablemente, ese no fue el caso de todos, ya que, debido a lo limitado del espacio en las tribunas, se habilitó otra área para marchar fuera del perímetro, en la que terminaron por desfilar los excluidos. Las personas acabaron haciendo suyas las celebraciones y al final esa fue la sensación que dejó en mí el evento: la población local se apropió así de su propia historia. La fiesta duró toda la noche, se iluminó el obelisco y en el pueblo de Junín hubo concierto.

Nosotras partimos inmediatamente después del desfile, enrumbando a través de una ruta alternativa por la pampa que, gracias a una trocha afirmada, nos llevó a unos parajes hermosísimos y habitados por unas cuantas familias junto a muchas vicuñas, vacas y ovejas. En ese silencio y ante esa belleza de montañas, piedras y lagos a más de 4000 msnm, pensamos en lo que significa ser peruanos en un país donde cada vez resulta más difícil ejercer la ciudadanía y donde, poco a poco, no queda más recurso que el de reclamar el espacio propio, ya sea protagonizando un desfile paralelo o pifiando a quienes nos roban la esperanza de un futuro mejor.

https://jugo.pe/lo-que-el-congreso-no-se-llevo/

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