3 de septiembre de 2024

UN FANTASMA RECORRE EL MUNDO Y SE LLAMA FASCISMO

Rafael Narbona

El triunfo de la agrupación política neonazi Alternativa para Alemania en el Estado federado de Turingia no es un simple giro involucionista, sino la previsible consecuencia del fracaso de las políticas progresistas, que no han conseguido garantizar salarios dignos, viviendas asequibles y unos servicios sociales de calidad. Desde que la socialdemocracia abrazó las recetas neoliberales en los ochenta, las desigualdades se han acentuado intolerablemente. Después de la crisis de 2008, surgió una nueva izquierda, pero su discurso se despeñó por las consignas identitarias elaboradas en departamentos universitarios. En vez de destacar la necesidad de reforzar y ampliar el Estado de bienestar, los nuevos ideólogos de la izquierda lanzaron una cruzada a favor del lenguaje inclusivo, la cultura de la cancelación y las identidades sexuales fluidas, provocando estupor en la clase trabajadora, cuyas principales preocupaciones eran el trabajo, la vivienda, la sanidad y la educación.

En España, la nueva izquierda se alió con los nacionalismos periféricos, alimentando el clima de confrontación y división creado por los políticos independentistas. Al mismo tiempo, se continuó con la tarea de demolición iniciada por el Mayo francés. La necesaria crítica a la familia tradicional, basada en la hegemonía masculina, desembocó en un individualismo disgregador que ha condenado a la soledad a millones de personas, especialmente a las personas de la tercera edad. El laicismo, tan necesario en el ámbito de la política y la educación, propició un nihilismo radical que destruyó la dimensión espiritual, consolidando las tesis del existencialismo: vivimos en un mundo absurdo y sin finalidad, el hombre es un ser para la muerte, la nada es la estación final del universo. El ser humano no puede vivir sin certezas, apegos y convicciones. El desarraigo, el pesimismo y el escepticismo destruyen la esperanza y el sentido de comunidad, propagando el miedo, la inseguridad y el desamparo.

La derecha advirtió la insatisfacción de amplios sectores de la sociedad y elaboró un discurso con una gran y eficaz carga emocional: nacionalismo agresivo, tradicionalismo religioso, demagogia populista. Sus propuestas carecen de solidez, pero han aprovechado la frustración de colectivos que se sienten discriminados o amenazados, como los hombres que no soportan el creciente éxito de las mujeres, los nativos que perciben a los inmigrantes como competencia desleal o los heterosexuales que contemplan con desgrado la normalización de las personas LGTBI. Unos planes de estudio que no fomentan el pensamiento crítico, unas redes sociales que propagan bulos y mensajes de odio, y unos medios de comunicación que marginan y minimizan la cultura han logrado que surjan de nuevo las masas que apoyaron el fascismo en los años 30 del pasado siglo.

Otra vez el odio se ha transformado en el combustible de un nuevo fascismo disfrazado de anarcocapitalismo. La derecha, ya indistinguible de la ultraderecha, aboga por políticas que vejan y maltratan a los más débiles, pero sus votantes, lejos de reparar en esas cuestiones, piensan que la deportación masiva de inmigrantes, el recorte de las ayudas sociales, la derogación de las políticas inclusivas y la privatización de las empresas públicas crearán prosperidad. El enemigo del trabajador que vota a la derecha ya no es la oligarquía explotadora, sino el inmigrante, la mujer, la persona LGTBI, el animalista, el intelectual o el pobre.

La izquierda tardará mucho tiempo en recobrar su credibilidad, pero antes o después el nuevo fascismo retrocederá, pues sus políticas sólo generarán pobreza, desigualdad y pérdida de libertades y derechos. Sin embargo, su declive se demorará y hasta que se produzca, los estragos pueden ser terribles. De momento, estamos asistiendo en directo al genocidio de los palestinos de la Franja de Gaza. Naciones Unidas estima que la cifra real de víctimas podría superar las 100.000, la mayoría mujeres y niños.

En este escenario distópico, se echan de menos los intelectuales comprometidos. Ya no hay voces como las de Sartre, Camus, Bertrand Russell o José Luis Sampedro. Noam Chomsky, con sus 95 años, es la última pluma con espíritu crítico y coraje en un panorama donde la mayoría de los autores solo se preocupan de promocionar sus obras y subir fotografías de sus viajes a las redes sociales. Nos ha tocado vivir una época de crueldad, desasosiego y desesperanza, y, desgraciadamente, cada vez disponemos de menos recursos para materiales e intelectuales para luchar por una convivencia ética, libre y solidaria.

Fuente: https://x.com/Rafael_Narbona/status/1830925035625697541

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